Luciano Bonaparte
-hermano del emperador- era por aquel entonces embajador francés en España.
El objetivo de la
actividad diplomática consistía en domeñar la voluntad de Godoy.
Una de sus artimañas para
conseguirlo era halagar a María Luisa .
Pero, ¿el rey Carlos?,
¡para qué era necesario tenerlo en cuenta!
Y aquí empieza la intriga
cortesana con el regalo del embajador a la reina de un espléndido conjunto,
última moda de Francia. María Luisa ,
con el triunfo en sus ojos, lo enseña a sus competidores: la de Benavente, la
de Osuna y, naturalmente, la de Alba. Elogios falsos por parte de las damas.
El anuncio de que en el Prado se estrenará el lujoso atavío. Cayetana,
hábilmente, inquiere detalles y observa meticulosa las etiquetas; en la
duquesa, una sonrisa maliciosa porque, en este momento, una idea revolotea en
su gentil cabecita.
Luego pronuncia una
disculpa para poder ausentarse y sale desaforada.
-A casa. ¡Deprisa!
-achucha al cochero.
Al llegar, reclama
urgente la presencia de Constante, su fiel administrador, quien toma nota
minuciosa de un extraño y sorprendente encargo.
-¿Te has enterado bien?
-Perfectamente, señora.
Aunque...
-Pues dispondrás de todo
lo necesario para que ello se verifique lo más rápidamente. posible.
Unos servidores ducales
llegan a París reventando caballos y abreviando noches de sueño.
Dinero, mucho dinero,
ponen urgencias en las costureras.
Otra vez en camino los
criados de su excelencia. Ahora llevando repletas las valijas.
Relevos preparados.
Caballos andaluces que vuelan y Madrid surge para los que llegan exhaustos.
Cayetana los recibe con
alborozo.
Comprueba; sí, en efecto,
las copias son exactas al traje que contempló en Palacio.
En agradecimiento por su
presteza y diligencia en el cumplimiento del encargo, entrega una preciosa y
reluciente joya a su fiel adminis-trador.
-Toma. Para tu esposa. De
parte de una mujer reconocida.
La campanilla en sus
manos, llama impaciente.
En el aposento, cuatro camareras,
las más jóvenes y bellas, se prueban las prendas mientras Cayetana lanza al aire
el encanto seductor de su risa.
A los pocos días llega el
aviso de que el martes; la, reina irá al Prado para lucir en carretela el
regalo que le hizo Luciano Bonaparte.
-Daos prisa -repite la de
Alba, dando los últimos retoques a las cuatro criadas vestidas con trajes
idénticos.
-¡Al Prado! -ordenan a un
coche en la puerta del Palacio.
Casi al mismo tiempo,
desde el ducal, otros cuatro carruajes se ponen en movimiento.
Les ordena Cayetana:
-¡Al Prado!
Pocos momentos después,
el pequeño drama.
La reina pasea radiante
de satisfacción. De pronto vuelve la cabeza y se encuentra a las cuatró
camareras de Cayetana vestidas con trajes iguales al suyo. Sus ojos echann
chispas de ira. Durante unos instantes se queda paralizada, muda, inmóvil por
el asombro ante tanto atrevimiento. Enrojecido el rostro. Temblorosa, casi. De
repente, empieza a soltar palabrotas; por último, tragándose las lágrimas,
grita:
-¡A Palacio!
Mientras tanto la gente
comenta la burla y sus posibles conse-cuencias. Muchos dirigen la mirada con
fijeza hacia la duquesa, la cual ha colocado en su semblante un mohín seductor
y piensa que la venganza de la otra será su destierro de la Corte.
¡Y qué importancia tiene
ello si se compara con la felicidad del momento que está viviendo!
Además, el Sordo, la acompañará al Coto de Doñana.
127. anonimo (madrid)
No hay comentarios:
Publicar un comentario