Dos razonamientos a fuerza de sencillos acerca del por qué de su denominación.
Por un lado, la curiosa
complejidad de su trazado que se revuelve como un caracol; por otro, la
presencia de un rollo de piedra que especificaba que la población tenía
categoría de Villa.
Pero la fantasía popular,
ávida siempre de mayores y mejores emociones, no se conformó con esos sesudos
razonamientos y se apoyó en un hecho que tuvo lugar en está calle.
En las primeras horas de
la mañana, los vendedores de leche empezaban sus repartos diarios montados en
las clásicas burrás. Una parada de estos modestos comerciantel. Un grito de
sorpresa al encontrar, en el suelo de una de las aceras, un niño muerto
envuelto en un rollo de estera vieja. Los espectadores se quedaron estupefactos,
mudos de espanto y, ahora, una pregunta que jamás obtuvo respuesta: ¿Por qué
se hallaba allí el cadáver enrollado?
Y la última versión.
Pasaba por esta calle el
rey Carlos II; el último de los Asturias, y se le acercó una mujer del pueblo
para ofrecerle un pergamino conteniendo la fórmula
infalible para que el monarca consiguiera la anhelada descendencia. El rey
soltó la cinta que anudaba el escrito y tras ojearlo ligeramente, arrojó el
memorial, exclamando despectivo:
-¡Vaya rollo!
127. anonimo (madrid)
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