En una catedral trataban, en cierta ocasión,
de elegir obispo. Ciertos canónigos querían que lo fuese el sacristán de
aquella iglesia, que era hombre de muchas letras y virtudes. El arcediano, por
su parte, quería ser elegido obispo él; y lo mismo le apetecía al chantre. Ante
el desacuerdo, uno de los canónigos dijo entonces a los demás estas palabras:
-«Si el León es rey, y el Oso y la Onza y el Leopardo han
disentido de su elección, éstos siempre estarán enemistados con él; y si el
Caballo es rey, y el León no lo acata, ¿cómo podrá castigarlo y dominarlo el
Caballo, siendo menos bravo y no de tanta fuerza y valentía?
»Cuando el Oso, la Onza , y el Leopardo hubieron
escuchado el ejemplo que Doña Zorra contó, temieron sobremanera al León; y por
ello asintieron en la elección, queriendo que el León fuese rey.
Contra su voluntad, pues, y a despecho de
los que se alimentan de hierba, fue elegido el León, que, en recompensa,
autorizó a todos los carnívoros para apresar a los que se alimentan de hierba,
y comer y vivir de sus carnes.
»Sucedió un día que el rey estaba de
parlamento, tratando del régimen de su corte. Todo aquel día, hasta la noche,
estuvieron en parlamento el rey y sus barones, de modo que no comieron ni bebieron.
Terminado el parlamento, el León y sus compañeros tuvieron hambre, y preguntó
al Lobo y a Doña Zorra qué podrían comer. Éstos respondieron diciendo que era
tarde para poder salir a cazar, pero que cerca de aquel lugar había un ternero,
hijo del Buey, y un potro, hijo del Caballo, de los que podrían comer
opíparamente. El León los envió a aquel lugar e hizo venir al ternero y al
potro para comérselos. Se enojó mucho el Buey por la muerte de su hijo, y lo
mismo hizo el Caballo. Juntos se dirigieron al Hombre para servirle y que los
vengase de la afrenta que su señor había cometido contra ellos. Pero cuando el
Buey y el Caballo se presentaron al Hombre para servirlo, éste lo que hizo fue
elegir al Caballo para cabalgar, y al Buey para arar sus campos.
»Sucedió otro día que el Caballo y el Buey
se encontraron, y cada uno preguntó al otro por su situación. El Caballo dijo
que trabajaba mucho en servir a su amo, pues todo el día lo cabalgaba,
haciéndole correr de una parte a otra, arriba y abajo, de forma que nunca
permanecía quieto ni de día ni de noche. El Caballo deseaba salir de la
esclavitud de su amo, y volver a estar sometido al León; pero como el León
comía carne, y además había tenido algún voto para ser elegido rey, dudó en
volver a la tierra en la que reinaba el León, y prefirió estar trabajando bajo
el dominio del Hombre, que no come carne de caballo, que ser paria del León,
que la come.
»Cuando el Caballo hubo contado su situación
al Buey, éste dijo al Caballo que la suya no le iba a la zaga. Tú no puedes
comprender, le dijo, lo que es estar uncido al arado todo el día. Mas lo peor
es que del trigo que el Hombre cosecha, debido en parte a mi sudor, no me deja
comer ni un solo grano. Por el contrario, concluida la tarea del día, cansado
de arrastrar la reja, y muerto de fatiga, no alcanzo más alimento que las
hierbas que, durante las horas de trabajo, las ovejas y las cabras no han
querido comerse. Amargamente se quejó el Buey de su amo, consolándole el
Caballo como podía.
»Mientras así hablaban el Buey y el Caballo,
un carnicero vino a mirar si el Buey estaba gordo, porque su amo lo había
puesto en venta. El Buey dijo entonces al Caballo que su amo lo quería vender,
y matar como carne para que la comieran los hombres. En verdad, dijo el
Caballo, es mala la recompensa que te da tu amo por los servicios que le has
prestado. El Caballo y el Buey lloraron durante un largo rato. Luego el Caballo
aconsejó al Buey que huyese, y volviera a su tierra; pues más le valía estar en
peligro de muerte y con dificultades, que servir a señor desagradecido».
092. anonimo (balear)
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