Eran tiempos aquellos de penuria y las
gentes pasaban muchos apuros. Las aves de corral no ponían huevos. Las vacas se
negaban a dar leche. Y tampoco los trabajadores se sentían muy satisfechos en
el campo. Bípedos y cuadrúpedos trataban inútilmente de encontrar el agua que
apagara su sed. La fuente se agotaba una y otra vez. De un verano para el otro
el agua se hacía más escasa. Y finalmente faltó por completo.
Desde entonces, los animales enflaquecían en
la dehesa, los cerdos, que buscaban su alimento dando vueltas por la casa de la
finca de Es Grau, se morían, los campos se agostaban.
Entonces se acercó el esclavo moro Amet a su
amo y señor y le propuso un trato: ¡Agua a cambio de la libertad!
-Buscaré y encontraré una fuente -le aseguró
a su señor- si me dejas que me vaya con provisiones para el camino con una
carta de emancipación en el bolsillo.
Amo y esclavo se pusieron de acuerdo y en
seguida partió Amet a la montaña a la búsqueda del precioso líquido del monte
S'Esclop hasta que la encontró allí arriba, escondida entre las empinadas
rocas: aquéllas eran las aguas de Sa Font des Quer.
Volvió lleno de alegría y orgulloso comunicó
su hallazgo a su señor, convencido de que así conseguiría de él la dorada
libertad. Sin embargo, en lugar del aroma del ancho mundo, le siguió aguardando
la mala suerte de su condición de esclavo.
Mientras en torno a él el paisaje se
despertaba a una vida exuberante, el desengañado hijo del desierto lanzaba
imprecaciones al cielo, tan descontento de su suerte como se sentía.
-¿Es acaso digna de un buen cristiano la
falta de palabra de mi señor? -se preguntaba a sí mismo.
Y la respuesta del cielo no se hizo esperar.
La fuente se secó de inmediato. La finca
parecía de nuevo amenazada con la sequía y esterilidad. Todos sus moradores
buscaban y rebuscaban en vano, y, mientras el sol, día a día, iba quemando cada
vez con más intensidad, descendía la última gota de agua por las sedientas
gargantas.
Entonces el señor de Es Grau se acordó de la
promesa dada.
-Cambiaré de nuevo el agua por la libertad
de mi esclavo -dijo.
Entre tanto Amet, mucho menos convencido que
antes de la honradez cristiana, pidió ante todo la bendición de la iglesia.
Tenía que venir el párroco de Estellenchs a bendecir el pacto para garantizar
su cumplimiento.
Dicho y hecho. Vino el párroco y, en
adelante, volverían a correr las cristalinas aguas de Sa Font des Quer y
traerían de nuevo fertilidad y bendición a todo el país.
De Amet, el esclavo, no habla ya más la
leyenda. Pero tal vez en el eterno murmullo de las aguas puede aún oírse el eco
de una pequeña canción que habla de la dorada libertad de un hombre de piel
morena.
092. anonimo (balear)
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