Un leñador de las montañas cántabras tropezó
con un nido de urogallos con dos pollastres. Los llevó a su casa y fueron
criados con la pollada de una gallina que su mujer tenía en el corral. Su raza
salvaje descolló pronto entre los demás por su cresta encarnada y sus robustas
alas para volar.
-Estas dos piezas traídas del monte nos
valdrán buenos dineros en el mercado -dijo el leñador a su esposa.
-Sí. Algún extranjero nos los comprará para
la lucha de gallos a lo que son tan aficionados -contestó su mujer.
Cuando los pollos llegaron a sazón, la
leñadora fue a venderlos al mercado de la villa capital de la comarca. Las dos
piezas de pollos salvajes despertaron la admiración de cuantos andaban por el
mercado. La gente se arremolinaba para contemplar los dos gallos gigantes, de
cabeza imperial, cuyos ojos desprendían chispas que hipnotizaban.
Mira por dónde, un ilusionista famoso,
monsieur Leonard, que trabajaba en aquellos días en el teatro de la villa, apenas
vio aquel par de raros gallos en el mercado, les echó el ojo y se dijo para sus
adentros:
-¡Qué magníficas mascotas para deslumbrar a
los papanatas!
Y compró uno de los dos ejemplares de
urogallos por la excesiva cantidad que su dueña le pidió.
Monsieur Leonard educó a su mascota hasta
enseñarle a bailar los bailes de moda. Y ésta en el tiempo que acompañó al
ilusionista aprendió el repertorio de sus juegos malabares y sus trucos llenos
de sorpresas.
Mas, para el animalito salvaje era una
tortura ser prisionero en manos de semejante miserable que tantas plumas le
había arrancado para educarlo, de manera que esperaba la hora en que pudiera
huir de su verdugo, camino libre de los bosques.
En buena hora llegada, se presentó propicia
ocasión que ni pintada. Iban de viaje en un auto de línea a la ciudad y al
pasar por el pretil de una montaña, en un recodo del monte, chocaron con un
autobús de turismo. La confusión que se produjo entre los viajeros fue algo
terrorífico. En ese instante el urogallo, al verse fuera de la jaula, levantó
el vuelo con el ruido de una locomotora y dejó con un palmo de narices a los
viajeros.
-¡Ay de mí! -exclamó el ilusionista. He
perdido el sostén de mi vida. ¡Ingrato amigo! ¡Tanto como te he mimado y me lo
pagas de este modo, sin decirme siquiera adiós!
El urogallo fugitivo sintió una felicidad
inmensa al verse libre, dueño y señor de sus quereres en el bosque. Al
principio, las otras aves de la montaña extrañaban a aquel orgulloso tipo de
gran corpachón y largas alas que había aparecido en sus dominios. Pero pronto
cobraron confianza a su lado, al escuchar los arrumacos con que las llamaba.
Era natural que el nuevo habitante de los
bosques deseara lucir sus habilidades de ilusionista aprendidas en su carrera
artística. De modo que, aunque le gustaba permanecer oculto entre las breñas,
señalados días de la semana reunía en torno suyo a los pájaros que vivían en
aquellos parajes para divertirlos con sus juegos malabares.
Un día, cuando más animada estaba la escena,
pues había hipnotizado a una urraca, se presentó de repente la raposa, ni vista
ni oída, en actitud de asalto. El artista, así que la vio, soltó su canto como
un bramido de toro. Al oír semejante mugido, la astuta agre-sora se sintió
descubierta, y se produjo la desbandada general de todos los asistentes a la
sesión, aterrorizados por tales voces.
Luego, sobre las altas ramas de un roble,
dialogó con la chapucera raposa de este modo:
-¡Ah, señoría! ¡Qué malas costumbres tienes!
¿Por qué no te conformas con burlar a los pastores y dejas en paz a las aves
indefensas?
-Amigo mío -le contestó, los pastores me
echan encima sus mastines y corro peligro de que me atrapen. Menos mal que sé
abanicarlos con mi cola para entontecerlos.
-Oye, pues yo puedo enseñarte el modo de
utilizar tu cola para dormir a los pastores, para que puedas elegir a tu antojo
el mejor cordero del rebaño.
-No será verdad lo que me dices. Si fuera
cierto, te prometo un homenaje.
-Conozco un procedimiento hipnótico para
dormir rápidamente al hombre más recalcitrante. Lo aprendí de un ilusionista.
-¡Caramba! Dime, dime, me interesa mucho.
-¿No es verdad que tu astucia radica en tu
peluda cola?
-Efectivamente, el rabo es mi mejor auxiliar
para mis hazañas.
-Pues no tienes más que hacerte visible a un
zagal, te acercas a él con ceremonia y empiezas a abanicarle con la cola, que
al instante se quedará dormido.
-Gracias, muchas gracias. Eternamente
agradecida por tu lección de ilusionismo.
Al día siguiente, la raposa, como se le
había despertado el hambre, se decidió a practicar el hipnotismo. Se acercó a
un pastor que cuidaba de su rebaño, acortó la distancia, se puso en forma y
empezó a abanicarlo artísticamente con su jopo.
Pero el pastor, que iba armado de un robusto
garrote, en vez de deslumbrarse ante la dama, le midió las costillas de un
garrotazo.
172. anonimo (cantabria)
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