Simón de Rojas -confesor
de Felipe II y luego beato- era un buen conocedor del barrio de la manolería.
¡Había en aquel tanto que
modificar!
En verdad que obtenía
pocas conversiones...
-¿Confesión?
-¡No, por favor!
El monarca -siempre con
su afán urbanista- mandó tirar unas casas en las que ejercían su antiguo oficio
esas tristes mujeres a las cuales nos ha dado por llamar de «vida alegre». Al
cumplirse la orden real se descubrieron unos restos humanos. Se llamó a Simón
de Rojas que exclamó al verlos:
-¡Ave María!
-¡Ave María! -repitieron
socarronamente los obreros.
Y, la exclamación arraigó
en el vocabulario popular como salutación irónica.
Ya tenía nombre la calle
que, después, allí mismo se abriría.
127. anonimo (madrid)
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