En esta popular calle se
yergue el caserón de San Antonio, donde se rendía parada en la romería
dedicada al reino animal cuando ya moría la Pascua , y que guarda en su templo el
impresionante lienzo de La última comunión
de San José de Calasanz, con el que Goya pagó a los padres escolapios enseñanzas
de latines e historias.
Más arriba existía la
fábrica de tapices, donde el Sordo realizó su «salto a la fama» y, enfrente, el
convento de Santa Magdalena de la
Penitencia para mujeres arrepentidas, las que llegado el
momento de decir NO a su pasado, el futuro les ofrecía tan sólo dos únicos
caminos: matrmonio o convento. En este cenobio tenía su sede la curiosa
Hermandad de la Esperanza
(establecida en tiempos de Felipe V y abolida por iniciativa de Mendizábal, el
ministro de los recortes anticlericales económicos) que realizaba a las altas
horas de la noche su famosa ronda del Pecado Mortal.
Los hermanos, embozados
en sus largas capas, con sus som-breros tricornios, encendían sus linternas, y
con paso solemne recorrían las calles más contaminadas por el pecado de la
carne, entre ellas -es obvio- las del barrio de los chisperos, colocando los
halos de luz sobre rincones, portales y ventanas. El hermano que iba en primer
término hacía añicos el silencio con sus tétricos campanillazos. «Dan, dan,
dan». Otro, dándole a su voz una entonación de ultratumba; clamaba:
¡Alma que estás en pecado;
si esta noche te murieras,
piensa bien a dónde fueras!
Se abría una furtiva ventana
y una vieja exclamaba:
-¡Jesús!
La voz dé un cuerpo
desnudo le decía a otro:
-Espera que pase la
ronda.
Caían las monedas
lanzadas por manos que se ocultaban en la oscuridad de la noche, saltaban, y
repiqueteaban en el empedrado y eran recogidas por el hermano de la campana.
Seres huidizos
adelantaban a la ronda, con un pecado a cuestas que ahora les estorbaba mucho
más (seguramente, cosas de la sugestión).
«Dan, dan, dan...»
Y entonces, el coro de la Hermandad , salmodiaba:
Muchos hay en el infierno
por una culpa no más.
Tú, con tantas, ¿dónde irás?
Cuando el sol iba a salir
en el cielo madrileño; la Her mandad,
con sus limosnas recogidas en buena lid y con sus terrores repartidos, se
escondía en el caserón del convento de la calle de Hortaleza.
127. anonimo (madrid)
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