Acababa de recorrer las
calles del tránsito, desde la, iglesia de Santa María, el Mogigón acompañado de la
Tarasca , de un
sacristán con vara palio y dos monaguillos con dalmáticas azules y encarnadas
de rayas con campanillas repiqueteadas a compás como todavía se dejan oír por
las calles la víspera de las procesiones del viático y la Minerva. Acababan los refinados del último
figurín de proveerse de confites del
Sacramento para obsequiar a sus Galateas, y la gente ordinaria de bolas del
Mogigón para comerlas empapadas en
vino blanco de Rueda.
Acababa de llenarse de
gente la calle Mayor, porque el paseo de a pie la víspera del Corpus era por
las calles que al día siguiente había de, recorrer la procesión, instituida por
los años 1280 al 85, cuando asomó, y aun se cree que salió del palacio de
Oñate, el primer golilla a caballo que admiraron los tiesos bibriones del
tiempo, seguido de una manga de corchetes y un trompetero que, a las primeras
de cambio, soltó el punto de atención para anunciar al hombre de justicia
quien, con voz hueca y quebrada, pregonó el siguiente bando:
«Manda el Rey nuestro
señor, que ningún hombre pueda traer copete y jaulilla, ni guedejas con crespo,
ni otro rizo en el cabello, el cual no pueda pasar de la oreja, y los barberos
que hicieran algunas de las cosas susodichas, por la primera vez caigan en
multa de 200 maravedises y diez días de cárcel, y por la segunda, pena doblada
y cuatro años de presidio. Y las personas que trabajen en copete, o guedejas y
rizos en la dicha forma, no se les dé entrada en la Real presencia de S.M., ni en
los consejos, y los porteros se lo prohíban, y los Ministros uo les puedan dar
audiencia, sin que pueda valer de privilegio de fuero...»
-¡Dioses inmortales! -exclamó
un gomoso desde las gradas de San Felipe, ¡si yo no padezco la enfermedad que
obligó a Carlos V a raparse el pelo en Barcelona! ¿Por qué me he de esquilar el
copete?
«Manda el Rey nuestro
señor -continuó berreando el pregonero, que ninguna mujer, de cualquier estado
o calidad que sea, no pueda traer, ni traiga, guardainfante, ni jibones que
llaman escotados, ni basquiña que exceda de ocho varas de seda ni de cuatro de
ruedo, y lo mismo se entienda en faldellines, manteos o lo que llaman polleras,
y también se prohíbe que ninguna mujer anduviere con zapatos, pueda traer
verdugados ni cosa que haga ruido en las bósquiñas y que solamente puedan traer
dichos verdugados, con chapines que no bajen de cinco dedos, y la mujer que lo
contrario hiciere... etc.» Aquí las penas, que no eran flojas ni llanás de
cumplir.
El bello sexo reunido en
la carrera hizo oír su rugido de protesta. Femenino, sí; pero rugido también. Y
los galanes que al punto se solidarizaron con ellas, anduvieron en un tris de
levantar barricadas con pedernales.
Felipe V, que aunque
enamorado y galán, era de genio serio, sobrio en sus menesteres, muy poco dado
a frivólidades y antojos en la indumentaria, oyó, la protesta -el rugido- de
las Meninas compli-cada con el grito de sus afeminados cortesanos y dijo,
terciando el capotillo:
«Abajo los tupés, y las
polleras, y los jubones, de resalto, y los tacones de once pisos con y sin
verduguillos»
Y a semejanza de lo que
hizo con el Presidente del, Consejo, quien oponiéndose a la reforma de los cuellos y encañonados, mandó quemarlas primeras golas que fabricó el jubetero de S.M. para el rey y el infante D.
Carlos, declarando brujo y endemoniado a quien tal hizo y, diabólicas las
maquinas de la invención, ordenó al conde-duque de Olivares que, para la
procesión del día siguiente, vistiesen sin excusa ni pretexto, el Mojigón y la Tarasca , sin copete ni
guedejas, ni rizo, ni guardainfantes, ni jubones degollados, ni chapines de
zancos, ni polleras de ruedo descomunal, provocativo y deshonesto.
La premática se cumplió ad pedem litere y una nube de corchetes,
sin guedejas ni tupés, se encargó de la vestimenta de los monigotes,
secuestrando para este fin, a ambas cofradías de costureras y peluqueros, como
si dijéramos a las Honorinas y Sisís de aquella generación, a los Worts de la hige-life del culteranismo, de la crema
palatina de D. Felipe, el de San Plácido.
Llegó la hora a la mañana
del día siguiente y la procesión del Corpus Christi salió en el orden que
sigue [1]:
«Comenzó a salir, como suele,
de la Iglesia
de Santa María (Parroquia más antigua), a las nueve de la mañana; y se acabó
cerca de las tres de la tarde; bajó por la puerta de la casa, que se quemó, del
Almirante de Castilla, y por la del Duque de Pastrana, y por las Caballerizas
del Rey, derecha a la puerta de la casa que se está labrando el Conde de
Olivares, a la calle de Santiago, y salió a la puerta de Guadalajara, y bajó
por la Platería
y casa del marqués de Cañete, a la
Iglesia donde había salido. Estuvieron todas las calles y
partes dichas ricamente aderezadas de colgaduras y tapicerías, y en
particular, desde las Caballerizas de San Juan hasta las muy ricas de su
Majestad, de las guerras de Túnez y la Goleta , y la de Abraham y la de Noé; y frontero
de Palacio hubo un altar con grandiosas joyas y riquezas, y un dosel nuevo de
seda, plata y oro, el mejor que de esta calidad se ha visto, hecho en el nuevo
obraje que ha traído a su villa de Pastrana el Duque, para emulación de los
Chinos y Flamencos, pues se han hecho allí algunas tapicerías, las mejores que
dicen se hallan en Europa.
»Dicha la Misa por el Inquisidor mayor
de la Capilla Real ,
con asistencia de su Majestad y el infante don Carlos, cardenales Zapata y
Espínola, Grandes y Embajadores en sus asientos, caminó la procesión, yendo los
atábaleros y trompetas delante, con sus Piostres, Mayordomos y Oficiales de
las cofradías, con sus cetros de plata, y más de cincuenta hachas blancas con
cada pendón. Luego los niños desamparados, con su pendón, vestidos con ropas
azules, y los niños de la
Doctrina , con su pendón y ropas pardas, todos con
sobrepilleces y guirnaldas de flores en la cabeza y ramos en las manos.
»Al pasar la procesión
por la puerta de Palacio hizo su Majestad gran cortesía a la Reina , que estaba en el
balcón principal con la
Infanta y el Infante Cardenal, y la misma cortesía hizo,al
Príncipe de Gales, que estaba con su gente en los balcones de su cuarto, los
cuales hicieron grandes cortesías y reverencias a su Majestad y grandes humillaciones
y adoraciones, adorando de rodillas al Santísimo Sacramento cuando pasó; y
algunos caballeros que con él han venido fueron en la procesión, y se dice por
cierto que son católicos, y todos en general hicieron la misma cortesía que su
Príncipe, desde donde estaban, cuando pasaba la Custodia.»
La procesión se detuvo
ante los altares levantados junto a los palacios de Pastrana, Abrantes y Oñate,
y se cantaron los salmos de rúbrica, caminando despacio bajo toldos de lona,
como ahora, pero sin espárragos. Cubierta de flores la custodia, y envuelta en
nubes de incienso, regresó la procesión a Santa María, pasando por delante de
las casas de Lope y Calderón, que estaban, como todas las de la calle Mayor,
colgadas de damasco y la del Conde de Oñate con sus históricos tapices. La
calle y el resto de la carreta, estaban cubiertas de juncia, tomillo y romero.
Terminada la procesión;
se representaron los autos con coros y música, y por la tarde, velaron al
Santísimo señoras de Madrid con el rostro tapado y una vela rizada en la,
mano.
Jóvenes de la sociedad
más escogida acompañaron a las señoras en su oración, no sabemos si por piedad
o galantería, pues murmura-ciones han llegado hasta nosotros de que las
requebraron, en estilo místico, con la más tierna unción.
Éste fue, así fue, el
Corpus de 1623, reinando en España su Majestad Felipe IV.
Puede decirse que el
programa de esta fiesta, menos los autos sacramen-tales y las comunidades
religiosas, sigijieron respetándose escrupulosamente y siendo válidos hasta
muchos años después.
La carrera, en etapas
posteriores, se cubrió de arena en lugar de tomillo; pero en cambio, en los
balcones de las calles de tránsito, singularmente en la de Carretas, había una
exposición, que duraba todo el día, de hermosuras y de flores que, según se
decía, deslum-bra y hace creer en Dios.
Existe constancia del
hecho de que también Isabel la
Católica presenció, en su tiempo, la procesión del Corpus
desde un balcón de la casa de los Lujanes.
127. anonimo (madrid)
[1] Esta descripción está tomada literalmente de una de las cartas de
Andrés de Almansa y Mendoza, publicadas en la colección de libros españoles raros
y curiosos (Tomo XVII). (Nota del autor)
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