Penetramos en,la amplitud
de la calle de Santa Isabel, poseedora de un extraño encanto y con varias
lápidas que recuerdan que allí habitaron destacadas personalidades; en el
número 13 vivió Teresa de la
Mancha que inspiró al romántico Espronceda -de vida tan
agitada, el famoso: «Canto a Teresa», que concluía nada menos que así:
«...que haya un cadáver más,
¡qué importa al mundo!»
Sin duda, el edificio más
notable de la calle es el convento de Santa Isabel, debido al arquitecto fray
Alberto de la Madre
de Dios que ostenta el clásico chapitel de las iglesias matritenses del siglo XVII,
y que fue construido sobre el solar del antiguo palacio del favorito real
Antonio Pérez.
En la calle del Príncipe
vivía con sus padres y con sus numerosas dueñas, doña Prudencia Grilo,
veinteañera, bonita y terriblemente coqueta que se holgaba en burlarse de sus
muchísimos pretendientes, hasta que un día apareció el destinado: era don
Martín Ávila, andaluz y alférez, quien a pesar de su juventud había escuchado
en repetidas ocasiones la canción de unos valientes fanfarrones que la entonaban
por los campos de Europa y que decía más o menos así:
«De Italia, mi ventura;
desde España, mi natura;
hasta Flandes, mi sepultura.»
El amor hizo estragos
entre ambos jóvenes.
Ya tan sólo, faltaban
pocos días, para las amonestaciones en aquel abril del año 1588.
Doña Prudencia relucía
del alegre contento de sus vísperas nupciales, al esperar con ansia de amante, la llegada de su galán. Cuando'éste
penetró en el aposento, su rostro estaba alterado de preocupación:
-¿Qué sucede? -preguntó
la dama después de saborear un apasionado beso.
-Voy a ganar honores para
ofrecéroslos como regalo de boda.
-Decid, decid...
-insistió ella, ansiosa.
-El rey nuestro señor ha
convocado a los ejércitos en Lisboa para marchar sobre Inglaterra y luchar
contra la osadía de la reina Isabel.
-¡Pero...! ¡No es posible
que os vayáis ahora! Estamos a las puertas de nuestro matrimonio.
-¿Me preferís cobarde, mi
señora?
-¡Eso, jamás!
-Pues comprended que la
futura esposa de, un soldado no puede interferir entre éste y su militar
destino y que, además, debe ser tan fuerte como él en el cumplimiento del
deber.
-El mar es difícil camino
para correo; ¿cómo sabré de vos y de vuestro estado?
-Nuestra comunicación
será muy sencilla: Que no os llegue pliego alguno será la mejor, señal y, de
morir, os prometo que lo sabréis en el mismo instante que ocurra. ¿Veis este
escritorio? Se abatirá la tapa y saldrá uno de sus cajoncillos hacia afuera y,
además, las cortinas de vuestro dormitorio serán descorridas por lo invisible.
Después de manifestar tan
absurda y peregrina promesa, el caballero sonrió un momento; pero, en seguida,
experimentó un escalofrío que le sobresaltó.
Días más tarde, unos
barcos partían hacia Lisboa para emprender una aventura bélica que resultaría
trágica para los destinos de aquella España en la que no se ponía el Sol: era la Armada Invencible .
Doña Prudencia aguardó,
atormentada por visiones, esperanzas pasajeras y punzadas en el pecho, durante
la para ella interminable espera.
Llegó el mes de julio.
La desconsolada novia,
cierto día, permanecía en el lecho sumida en sus pensamientos. De pronto se
coló en la alcoba, a pesar de que las puertas y ventanas estaban cerradas, una
ráfaga de aire gélido y las cortinas se agitaron durante unos segundos.
Doña Prudencia, atado el
corazón y agarrotada el alma por un trágico y siniestro presentimiento, se
trasladó al -otro aposento y contempló aterrada cómo la tapa del escritorio
se caía saliendo hacia afuera una gaveta del mismo.
Se quedó tan helada como
aquella ráfaga de misterioso viento que instantes ha penetrara en sus privados
aposentos. Un frío estremecedor, un frío de muerte, hizo zozobrar su
espléndida figura de apetecibles redondeces.
No pudo gritar.
Tan siquiera articular
palabra.
De sus labios no brotó la
exclamación de horror que desde hacía instantes se había gestado en su
garganta.
Todo ello porque acababa
de comprender, trágicamente, que toda aquella parafernalia misteriosa se
correspondía con matemática exactitud con la señal fatídica prometida por don
Martín Ávila.
Pronto cartas y
relaciones confirmaron el hecho de la muérte del heroico alférez.
Después la doncella
profesó en la Visitación
y fue la primera superiora del convento de Santa Isabel -que fundara la reina
Margarita de Austria- y, dice la leyenda, que al pie del altar mayor mandó
colocar doña Prudencia una tumba vacía como testimonio de su frustración cómo
mujer y de la permanencia de sus sentimientos.
127. anonimo (madrid)
No hay comentarios:
Publicar un comentario