La leyenda de la calle
Mayor, con ser más poética y dramática que la de otras arterias vecinas o
lejanas, no se sabe con exactitud si se ha hecho pública, o no, hasta ahora.
Mesonero Romanos paso a mejor vida sin tiempo para escribirla; Narciso Serra,
por lo visto, tampoco dispuso del tiempo necesario para involucrarse en tales
menesteres; Espronceda no debió de encontrarla lo suficientemente romántica, y
eso que el asesinato de Villamediana puso en conmoción a todos los vates del
culteranismo, y Zorrilla pasó de largo, sin cantar una endecha por miedo a
darse de bruces con el mentidero de las gradas de San Felipe y con los
epigramas cáusticos del ya referido Villamediana.
La calle Mayor, asiento
de una celebérrima mancebía sostenida por los magnates de la Corte con la venia del poder
supremo de Felipe II; lonja de mercaderes y tiendas, las mejores provistas de
chamelotes, guardainfantes a la medida con seis varas de ruedo, enaguas de
beatilla con puntas, chapines con hebillas de plata, cintas y galones de plata
y oro, etc., etc., fue en el siglo XVII la atracción de la moda; una especie de
alameda urbana donde se usaba el coche en las tardes de primavera desde la Puerta de Guadalajara
hasta el Prado; lugar de cita de las niñas picañas, de las busconas y daifas
del agarro; el cielo azul de los lindos, engomados y lechugados; el golfo
negro donde naufragaron recatos mal sostenidos; la calzada de la Plata ; vía Apia de gorrones,
testaferros, espadachines y duelistas; sitio de reunión para los mantos; de
compunciones crepusculares en el interior de los carrozas, y birrotones de husmeo
provocador en el estribo, y de escándalo inaudito para los timoratos que
cruzaban la rúa desde la iglesia de Santa María de la Almudena hasta el
convento de San Felipe.
Las turpídeces
denunciadas fueron tantas, y los peligros para la honestidad tan visibles, que
llegaron a entender en el asunto la Inquisición soberana y la autoridad Real,
disponiendo que ninguna mujer pudiera salir a la rúa, ni en coche, ni a pie,
con el rostro cubierto con el manto, ni con cortinas tiradas al intento, so
pena de multa y encierro. El vulgo tomó, por esta vez, la parte de los moralistas
y, con gracejos punzantes cantó por las calles y plazuelas, a gola tendida,
aquella seguidilla que ha venido rodando hasta nues-tros tiempos en el
folklore, de Madrid:
Por la corte, en los coches
se vende carne,
y ya es carnecería
cualquiera calle.
El día que se publicó la
pragmática de las cortesías, que compuso de orden del Consejo Supremo, el
Oidor don Francisco de Contreras, se armó tal rebollicio en el mentidero de San Felipe que, salvando los
pretiles y rodando por las gradas, fue a turbar el sosiego virginal de la Mar ¡blanca de la Puerta del Sol y a conmover
la calle Mayor de un extremo a otro, desde el Palacio de Oñate hasta el de
Pastrana, desde la platería e iglesia de San Salvador, a la sazón en estado de
derribo para ensanchar la calle, hasta las buhardillas y tragaluces de la Plaza Mayor.
El caso no era para
menos.
Los que salieron
señalados en el bando para no llamarse señoría, fueron veinte caballeros de
los más elegantes y esforzados en la
Corte , entre ellos...
D. Alonso de Córdova,
mayordomo de S. M.
D. Sancho Bravo,
adelantado de Terenate.
Los hermanos de los
duques de Pastrana y de Maqueda.
... todos los hijos de
los títulos, y otras señoras tan calificadas como...
Dª Ana María de Leiva.
Dª Leonor Manrique:
Dª Mayor de Toledo.
Dª Francisca Sarmiento.
...etc.
Júntense a los agredidos
por el rescripto, los amigos de los mismos, y se comprenderá el alboroto que se
produjo en toda la Calle
Mayor por causa de la malhadada pragmática. Se cerraron las
tiendas de la Puerta
de Guadalajara; las de Botín y el Valenciano; se barricaron las puertas y hubo
quien se disponía a echar agua hirviendo sobre los Corchetes, si por acaso
tenían el atrevimiento de venir voceando el bando en el centro de la rúa de
moda, donde lucían su garbo, su belleza y sus galas, las Usías, las Excelencias
y las Mercedes de la Villa
de Madrid.
El ruido del bullicio
llegó hasta las losas del Palacio, y enterado el Monarca, parece ser que dijo:
-¿A mí qué se me da de
esas cortesías, con tal de que mis vasallos me sirvan bien, entre Merced y
Señoría?
Quevedo escribe, que las
damas de alta alcurnia más avizoradas, le incitaban a picardear y que él lo
hacía hasta el rojo blanco, con lengua tan suelta que las ponía como amapolas;
de rubor, de ese rubor infantil que aprendieron a tener con las monjas, o con
la señora maestra, y que trocaron pronto en desenfado incitante con: el
soplillo de corte.
Entonces no guiaban las
damas, que llamó Quevedo apicaradas, porque no era fácil manejar cuatro mulas
de colleras en carroza de seis asientos, pero sabían colocarse en el estribo
muy descubiertas, como rezaban los bandos, o con mantos de disfraz insurrecto para
mejor recibir el chaparrón de frases cultas, frívolas y almibaradas, que mano a
mano y a boca de jarro, disparaban a sus beldades los lindos educados por Góngora, por lo que se llamaron gongorinos y
crearon la escuela literaria de la culta latiniparla.
Cuando el inmortal Lope
de Vega salía, para ir a coro, de la casa número 82 de la Calle Mayor , donde
nació, y terciaba su manteo para cruzar mejor por entre la multitud,. enseñando
en el costado izquierdo la cruz blanca de trapo de caballero de la orden de San
Juan de Jerusalén, todos se descubrían, todos le saludaban, los más próximos le
besaban la mano y, desde las carrozas paradas por causa del barullo, se
enviaban al poeta y al sacerdote testimonios elocuentes de simpatía y cariño.
Cuando don Pedro Calderón
de la Barca
bajaba los peldaños de la humilde casa, número 95 de la Calle Mayor , donde
vivió y murió; y arrebujado en'su manteo, que también bién ostentaba una cruz
de trapo, la de la orden militar de Santiago, intentaba pasar la rúa para bajar
a la iglesia de Santa María o del Salvador, todos, hombres y mujeres, viejos y
niños, abrían la calle, o mejor dicho, ellos abrían calle y apartaban
obstáculos para que el ilustre anciano, gloria de España, hiciera sin
dificultad la travesía.
¡Qué honor tan grande
para esa Calle Mayor!
El espíritu de Lope de
Vega y Calderón sobrevive en ella todavía en los edificios que quedan de su
tiempo. En sus escritos nos han dado a conocer la fisonomía de la calle, que
mejor que nadie conocie-ron, por, ser vecinos, y el paseo de corte que en ella
se estableció, distinguiéndola de las demás por su tipo elegante, palatino,
eminentemerite aristocrático y español por todas las embocaduras.
Nadie hubiera imaginado,
a fines del siglo XVI, que sobre el callejón de la Duda , donde estuvieron las casas de mancebía pública o de tolerancia y lenocinio, llamadas de la Calle Mayor , en el
tránsito a los Monasterios de San Jerónimo y Atocha, que por real cédula de
Carlos V y de la Reina D ª
Juana se mandaron retirar para que los fieles al ir a misa no viesen los
escándalos que daban las daifas de respingón; nadie se hubiese figurado que
allí se levantara en fraternal alianza, con el Tugurio magno del vicio consentido, la casi elegante casa palacio
de los Condes de Oñate que todavía se conserva en buen estado. Al balcón principal
de este palacio solían concurrir los reyes en los días solemnes de la Calle Mayor y desde
dicho balcón, engalanado quizá con las mismas suntuosidades colgantes que luce
el Palacio dé Sus Majestades en días de gala, iguales o mejores a las que lució
hasta su derribo; el de Alcañices, Duque de Sexto, presenciaron Carlos II, el
de los hechizos, y su madre Dª María Luisa
de Orleans, el día 13 de enero de 1680, con sol claro y luminoso y un frío como
de Madrid en esa estación del año.
Escribe la Marquesa de D'Aulnoy,
testigo presencial dee la ceremonia, lo siguiente, que merece leerse:
«Luego que S. M. estuvo adornada con los diamante de ambos mundos, y
cuando se hubo puesto un rico sombrerillo, adornado con plumas blancas y
realzado con la preciosa perla llamada la PEREGRINA (la más bella d las perlas célebres),
montó en brioso alazán andaluz, qu el Marqués de Villamagna, su caballerizo
mayor, llevab de la brida. La riqueza del traje añadía muchos encantos la
belleza y majestad de la Reina
y toda ponderación es poca para pintar la grandeza y el lujo de su comitiva. S.
M hizo un ligero movimiento al pasar por delante de la casa del Conde de Oñate,
para saludar al Rey y a su madre, que estaban en sus balcones. En seguida se
dirigió, por la hermosa Calle Mayor, a Santa María, donde el Cardenal
Portocarrero entonó un solemne "Te Deum". Al salir de la iglesia, la Reina pasó por debajo de
varios arcos triunfales, y entró en plaza del Palacio, en medio de las
aclamaciones de un numeroso pueblo. Pomposos arcos y graderías con muchos
personajes alegóricos, fábulas y emblemas, le enviaban las felicitaciones más
cordiales Los magistrados y las autoridades, ricamente vestidos, la arengaron
en español, y en francés. El Ayuntamiento le ofreció las llaves de la Villa , y los Grandes de
España acudieron a cumplimen-tarla con todo su magnífico séquito. Llegada a
Palacio, el Rey y su madre bajaron a recibirla al pie de la escalera, y después
de haberla abrazado tiernamente, la condujeron al Salón Real, donde toda la Corte se postró a sus pies y
besó respetuosamente su mano.»
Como se ve, la relación
de la Marquesa ,
tiene toda la frescura y fluidez de estilo de nuestros cronistas y reporters modernos.
Por esta Calle Mayor han
desfilado todas las pompas de la monarquía, todas las comitivas de Reyes en su
entrada y salida de Madrid, las de las proclamaciones y casamientos y las de
llegadas de príncipes extranjeros, las procesiones más importantes, como las
del Corpus y Minerva, los entierros más notables y los sucesos graves, entre
otros el ocurrido estándose empedrando esta calle, cuando estalló el motín
contra Esquilache, en el que sirvió de arsenal de piedras a los amotinados,
dirigidos o no por el padre Cuenca.
En las Cartas de Andrés
Almansa y Mendoza, con Avisos y Novedades de esta Corte, desde 1621 a 1626, se
citan desposoriós de gente principal y varias entradas de personajes
extranjeros en las que, la
Calle Mayor jugó el papel principal, como que por ella se pasearon las bodas con el mayor
lucimiento y gallardía.
Mencionaremos algunas,
tomando el relato de las expresadas cartas:
En los desposorios de
doña Ana de Guevara con D. Tomás de Labaña, ambos de la Cámara de los Reyes, y favorito
el novio de los Condes de Olivares y del Marqués de Castel-Rodrigo, hubo un paseo nupcial, por la Calle Mayor , que dejó
memoria por el lujo del acompañamiento. Sacó a la desposada la señora Marquesa
del Carpio, con tan grandes acompañamiento, que hubo nueve Grandes y toda la Corte y una suntuosidad por
parte de los novios que no había más que ver. Entonces era de buen tono pasear la boda por las calles más
principales, y sería prolijo enumerar las que, registran en sus anales la
palaciega Calle Mayor.
Los desposorios de los
Marqueses de Villena fueron en casa de su abuela y tía la Condesa de Miranda, siendo
padrinos los Condes de Olivares, con tanta riqueza en el paseo y ornato, como
agrado en el modo, lustre y esplendor de los criados de ambas casas, que
recibieron de los novios librea de terciopelo negro prensado, picado, con
forros, plumas y cabos de color celeste, todo ello muy vistoso y rico.
Las bodas en palacio del
Conde de Palma con doña María dé Tabora, hija del Conde de Sanjuán, por mano
del Patriarca, a la presencia de los Reyes, padrinos, que hicieron merced a
los desposados de nueve mil ducados de renta. Los novios vistieron de verde
ricamente bordado en oro, y la librea de sus criados lo mismo. Honró la Reina a la desposada a su
mesa, y fue la gala extraordinaria por ser los años de Su Majestad. Sacóla de palacio la señora Condesa de
Olivares, y la paseó por la Calle Mayor hasta él
Prado, con el acompañamiento que a la calidad de su excelencia, a la de los
desposados y a la costumbre corresponde.
Las bodas celebradas en
la huerta de la Condesa
de Valencia, por mano del Arzobispo de Santiago, entre la hija mayor de los
Duques de Sesa, futura Marquesa de Poza, padrinos y padres, con don Francisco
de Córdova, hermano del Duque. Aunque procuraron celar el matrimonio, no se
ocultó a los amigos que abundaban en la Corte , y así fue que toda la nobleza asistió a
las ceremonias, gala, banquete y paseo por la Calle Mayor como
correspondía a la gran calidad de los novios. Esta vez formaron, como otras, en
la Calle Mayor ,
una nueva calle de madera, capaz con los tablados y ventanas, de contener a
toda la Villa y
Corte, ansiosa de ver las bodas y entradas reales.
Pero más que los paseos
de Corte y el continuo ruar la calle con carrozas, a pie y a caballo, conmovió
a los vecinos y transeúntes, el rebato, que el día 8 de octubre de 1621, hubo
en las tiendas de los joyeros de la Calle Mayor y Puerta de Guadalajara por
desobedecer las pragmáticas suntuarias.
Hay un palacio junto al prado de San Fermín; que dijo Ventura de la
Vega , recordando sucesos de Corte. Hay un palacio a la
entrada de la Callé Mayor ,
decimos, que pertenece al Conde de Oñate, Correo Mayor de Castilla. Enfrente
de este palacio acostumbraban a exponer los pintores españoles sus cuadros y
lienzos durante la octava de Corpus, igual que en una feria de cachivache. Así
se dio a conocer en Madrid, el inmortal Murillo, quien sorprendió a Carlos II,
yendo de paseo, con el cuadro de la Purísima Concepción.
Este éxito inespe-rado fije el principio de su celebridad.
Pero lo que dio fama y
nombre al palacio de Oñate, fue la muerte violenta, por mano de asesino,
consumada en don Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana, el día 21 de
agosto de 1622, aboca de noche, junto a la calle de Colorerós y callejuela
angosta de San Ginés, yendo el don Juan en coche con el Menino de la Reina , don Luis de Haro,
hermano del Marqués del Carpio.
Don Juan, sin ser un
Tenorio, era joven y hermoso, gallardo y bien formado, elegante, valiente,
fastuoso, enamorado y penden-ciero. Poeta de vena cáustica y hombre de
atrevimientos tales, como el que en público realizó en una fiesta, presentándose
con un vestido bordado con monedas de plata, todas nuevas, llamadas Reales, y la divisa o declaración de Mis amores son Reales, aludiendo con
esto a la persona de la Reina ,
su encantadora y encomiada Belisa
(Isabel).
La temeridad del Conde
fue grande porque el de Olivares, enemigo de la Reina y de Villamediana,
hizo notar a su augusto amo la osadía de quien en la real persona, en público,
se declaraba amante de su esposa.
Antes había ocurrido, en
una fiesta de toros en que lanceó reses Villamediana con apuesta gentileza,
que, la Rei na
Isabel dijo a Felipe IV:
-Mira qué bien pica
Villamediana.
A lo que el Monarca, con
adusto ceño, replicó:
-Sí, pero pica muy alto.
¿Fue por esta razón que
se consumó el asesinato de Villamediana momentos después de salir de Palacio?
Nadie lo sabe con
certeza.
El señor Cotarelo
escribió y publicó un interesante libro titulado El Conde de Villamediana, en el cual se entregaba a sabias y eruditas
disquisiciones sobre las causas probables de un atentado que conmovió la Corte y que humeó durante
mucho tiempo en vapores de sangre, en el portal del Palacio de Oñate, donde
se,expuso el cadáver hasta que la justicia y la religión fueron a encargarse de
él:
No entraremos en estas
discusiones porque no cuadran con la índole ligera y humorística de nuestros
artículos. Nos contentaremos, pues, con reproducir, como solución del
sangriento enigma, algo de lo que se escribió con carácter anónimo pocos días
después del suceso.
Se trata de una décima
que unos atribuyen a don Luis de Góngora y otros a Lope de Vega:
Mentidero de Madrid
decidnos ¿Quién mató al Conde?
Ni se sabe, ni se esconde
sin discurso, discurrid.
Dicen que le mató el Cid
por ser el Conde Lozano;
¡Disparate chavacano!
La verdad del caso ha sido
que el matador fue Bellido,
y el impulso soberano.
Con este y otros hechos
análogos, que le precedieron y hubieron por teatro, callejuelas, que desembocan
en la Calle Mayor ,
como por ejemplo la prisión de Manuel Leví, tesorero dé don Pedro el Cruel,
ocurrida en una casa, cuyo solar se vendió al Duque de Nájera y sobre él se
levantó su casa, que da nombre a la calle; la muerte de Escobedo, ordenada por
Felipe II y consumada junto al palacio de Abrantes bajo el camarín de la Virgen de la Almudena ; la prisión de
Antonio Pérez y la de la tuerta Princesa de Éboli, amiga infiel de D. Felipe,
en su palacio de Pastrana, que aún existe; con estos acontecimientos y otros
que se silencian, la
Calle Mayor adquirió una fama histórica y galante que sería
de mal gusto desconocer: y por si algo falta para darle carácter especial, vino
la moda de ruar por ella, en coche y a pie y de convertirse en jubileo de la
gente desocupada, en bazar de novias y concubinas, en exposición activa de un
lujo desenfrenado, en lugar de citas de los mantos y en club pernicioso, al
aire libre, de los Lindos,
alechugados, de los alvillos y de los
cama-leones.
Por eso, anticipándose a
Serra, hubo quien escribió esta aleluya:
Es mucha calle, Señor,
la hermosísima calle Mayor.
127. anonimo (madrid)
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