Murió Pelinor, mencey [1] de Adeje, y el joven
Tuguaico fue proclamado soberano. Con él brotó de nuevo la rebeldía. Pelinor,
como los otros menceyes guanches, había hecho tributo de vasallaje a los Reyes
Católicos ante Alonso Fernández de Lugo en el valle de Taoro. Condujeron luego
a los antiguos señores de Tenerife a España, los mostraron a los reyes, los
bautizaron y, nuevamente, fueron devueltos a la isla. La Conquista se había
consumado.
Pero cuando Pelinor murió, con Tuguaico
renació la resistencia al invasor. Y así, Fernández de Lugo, preocupado por la
insumisión del nuevo mencey de Adeje, envió como emisarios a los menceyes conversos.
No vestían ya tamarcos ni calzaban huimas, tampoco la añepa les precedía en su
marcha. Eran ahora europeas sus vestimentas y sus costumbres. Al fin llegaron
donde Tuguaico y celebraron la entrevista.
Cuando conoció la embajada con que venían,
la ira se agolpó en las palabras de Tuguaico:
-Si no fuera porque amistosamente estáis en
mis dominios ya os hubiera dado la respuesta que merecéis. En Adeje
despreciamos la esclavitud. Volved con vuestro señor cristiano y contadle que
no me someteré, pues bien sé cómo viola su juramento de paz y apresa guanches
para venderlos como esclavos.
Adxoña, el que fuera mencey de Abona, le
dijo:
-No has respetado la promesa que hizo
Pelinor en el valle de Taoro.
Respondió Tuguaico:
-¿No sabes que en Adeje todos piensan como
yo?
Intervino Añaterve, el antiguo mencey de
Güímar:
-Cierto, mas desde que eres soberano de
estas tierras aún no has celebrado ningún Tagóror [2].
Y Acaimo, otrora mencey de Tacoronte,
añadió:
-Si eres fiel al legado de nuestros
antepasados, convoca a Tagóror, que la asamblea escuche nuestras razones y
decida luego.
No dudó Tuguaico. Cogió una caracola que
había en su gruta, salió al exterior y la hizo resonar propagándose su sonido
por entre valles y quebradas, apriscos y barrancos. Pronto los sones de otras
caracolas retumbaron para sumarse a la del mencey de Adeje. Entonces dijo:
-Hoy habrá Tagóror.
Poco a poco, como sombras despojadas de sus
cuerpos, fueron llegando los ancianos más notables, los nobles y los guerreros
al círculo de piedra donde había de celebrarse la asamblea. Tuguaico expuso los
motivos de haberlos convocado.
Fue Romén, antes Mencey de Daute, quien
habló melancólicamente:
-Yo me sometí para ahorrar sufrimiento a los
míos. Es inútil oponer resistencia a un ejército cuya superioridad es de todos
conocida. Nada puede detener el triunfo de los cristianos. Si no aceptáis la
capitulación, otra vez el horror de la guerra asolará vuestros campos y rebaños
y a vuestros hijos y mujeres. Sólo con la rendición se podrá evitar el
exterminio. Importa más la luz que la oscuridad, más lo que ha de venir que lo
que no nos devolverá el tiempo.
Habló Romén y un grave silencio se adueñó de
todos. Pidió Tuguaico el parecer de Cirma, el de más abolengo entre los
ancianos y nobles de Adeje, a quien profesaban gran veneración y respeto.
-Es cobardía despreciar la muerte cuando ya
está cerca, mas no es mi muerte la que me preocupa, sino el bienestar de
nuestra gente. Es verdad lo que Romén ha dicho. No podrá durar esta rebelión.
Tales fueron las palabras de Cirma, el
venerable anciano.
Con la oposición de Tuguaico, el Tagóror
decidió deponer las armas y rendirse definitivamente a la Corona de Castilla. Sintió
entonces Tuguaico un profundo quebranto. Su causa estaba perdida. No quedaba ya
ningún baluarte de libertad en la isla.
Poco a poco avanzó hacia el centro del
Tagóror. De su tamarco sacó un puñal, trofeo de guerra arrebatado al enemigo.
Lo esgrimió en la mano. Su voz se escuchó rotunda, sin que hubiera temor en las
palabras:
-Nunca seré esclavo.
Clavó Tuguaico la daga en su propio corazón.
Después cayó al suelo. La tierra acogió su sangre.
101. anonimo (canarias)
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