En la noche del 2 de
noviembre del año 17... caminaba. deprisa por las calles de Alsa piernas y Arrastra... cu... a la
vera de los trufaldines de los Caños, el Rosario de Nuestra Señora de la Esperanza , vulgo del
Pecado Mortal, acompañado de pobres del Ave María. Entre saetas y preces,
exorcismos y lamentos, se improvisaba algo así como una protesta mística contra
la Santa Inquisición
que acababa de poner a buen recaudo a la Beata Clara , milagrera de oficio, mujer muy
afamada, que daba recetas a las damas, audiencia a los Ministros y permitía
escenas muy poco . edificantes a sus íntimos, que por pura devoción arrancaban
el yeso de las paredes de su virginal alcoba para guardarlo a guisa de
talismán o reliquia.
Los hermanos del Pecado
Mortal, entre salto y salto, se arreman-gaban muy pulcramente las sotanas y se tapaban las narices, porque aquel día
la turba del arroyo tenía crecida y era mayor el número de animales muertos,
esparcidos por allá y acullá, para modificar con sus gases el aire seco y
penetrante del Guadarrama.
Pues aunque cause
asombro, es necesario decir que la ciencia higiénica de aquellos tiempos
apadrinó la monstruosidad de que los aires delgados del invierno se modificaban
y se hacían más sanos y respirables cargándolos de amoníaco; y al efecto de
producirlo fulminantemente, se arrojaban a las calles y a las plazas los
animales muertos el estiércol de las cuadras, las aguas corruptas y las inmundicias,
creándose así una atmósfera tan especial, tan saludable y limpia, que a no
dudarlo contribuyó, en modo funesto, a degenerar la raza, antes vigorosa, de
los infelices habitantes de esta Villa y Corte.
Para llegar a la calle
del Conde-Duque por las proximidades del Campo del Moro, entonces vertedero y
hoy ameno vergel, la cofradía del Pecado Mortal había recorrido a saltos en
zigzag, además de las calles que quedan citadas, la de «Elbeso»,
«Nardoflorido», «Salsi-puedes», «Tentetieso», «Pulgas», «Enhoramala vayas» y
«Bodegones». Es decir, un diccionario completo de nombres incultos; un
repertorio de pasquines de gusto depravado, una plantilla sucia, cuando no
obscena y desvergonzada de las aficiones palatinas, de la ignorancia del
pueblo, de lo contrahecho de los espíritus, de lo descarriado de la devoción y
del rusticismo agusanado que pisaba con zapatos alcañados y dé orillo de suela
plana los regatos que, desde las casas de malicia, tenía que vadear para ir a
misa de alba por las aseadas calles de «Válgame Dios», «Medio cuartillo»,
«Jabón» y «Alsa piernas».
¡Qué horror de calles, de
policía y de costumbres!
Detrás de los hermanos
del Pecado Mortal iban en dos filas, los Capuchinos de la Paciencia , con velas
verdes alumbrando una imagen de Cristo crucificado, muy venerado en la Iglesia de dichos Padres,
que sólo salía en procesión en los acontecimientos y aflicciones públicas muy
trascendentales. Detrás de los frailes, dos Inquisidores con una taifa de
alguaciles de Corte y soldados de la fe, que custodiaban al verdugo y, a
distancia honesta por si acaso, una bandada de curiosos y curiosas de todas las
clases y procedencias.
¿Qué novedad podía
justificar un aparato nocturno, entre divino y profano, tan alarmante y
misterioso como el que los transeúntes, atraídos por la campanilla medrosa del
Pecado Mortal, descubrían en la oscuridad de la noche, a luz de velas amarillas
y verdes y de farolillos y candiles colgados en las ventanas de'la viejas
devotas?
Pues lo que ocurría era
un suceso muy grave.
Había sido denunciada a
la autoridad eclesiástica la casa del Duende,
sita en la calle del Conde-Duque, junto al trozo que se llamó del Duque de
Liria, y la Iglesia ,
provista de exorcismo y excomunio-nes, se preparaba a regar las paredes del
casón con el hisopo santo cargado de agua bendita. Se había encargado de la
augusta ceremonia al obispo de Segovia, que debía llegar por el Pardo y la Mon cloa, al amanecer, con sus
familiares y corchetes.
Ésta era la causa del
bureo matinal, de la profanación del Santo Rosario voceado con tono fúnebre,
irreverente, según la costumbre, por los susodichos cofrades andariegos del
Pecado Mortal, en jerarquía civil muy superiores a los de la ronda, también
madrugadora, de pan y huevo.
Primero; que hallándose
cierta noche, en la casa del Duende, unos jugadores disputando sobre sus
ganancias y pérdidas, apareció, sin saber cómo ni cuándo, un enano,
exigiéndoles que guardasen silencio, y desa-parecio como sombra chinesca.
Item. Que habiendo
seguido el alboroto después de atrancar las puertas, se presentó otro enano,
horrible de ver, y repitió el recado, amenazando a los jugadores si no
callaban.
Item. Que habiendo
dispuesto colocar un jayán tras la puerta, con espada desnuda, para impedir la
entrada de todo bicho viviente, hubo una tercera aparición, y tercera
intimidación del enano, que no pudo ser habido, aunque se echaron sobre él los
jugadores.
Item. Que habiendo
seguido el juego y la algazara, con alguna indecisión por parte de los tímidos,
pero con muchas balandronadas de los valientes, se presentaron veinte enanos
armados con látigos, apagaron las luces y la emprendieron a bergajazos, a éste
quiero a éste no quiero, hasta que no dejaron títere con cabeza. Los jugadores
huyeron; abandonando la mesa y el dinero, y no han vuelto jamás por la casa.
Item. Que, al cabo de
algún tiempo, alquiló la casa la marquesa de las Hormazas, desafiando los
temores del vulgo, y que dispuso que los cuartos se adornaran con lujo. Que
cuando acababa de salir el Mayordomo, para encargar un cortinaje, se
presentaron los enanos trayéndolo tal como deseaba la Marquesa en dibujo y
colores; que la pobre señora se desmayó, y cuando volvió en sí, el cortinaje
estaba colocado; que muy asustada la inquilina, mandó llamar al confesor; y que
no habían llegado los emisarios al convento, cuando ya venía el fraile acompañado
de uno de los enanos, con lo que, aumentando el pasmo de la relatada Marquesa,
no esperó más apariciones huyendo de la casa.
Item. Que años después
fue a vivirla el canónigo Melchor de Abellaneda, riéndose de los duendes. Que
un día estaba escribiendo al Obispo, pidiéndole un libro, no bien hubo escrito
el título, entró un enano, y puso el volumen sobre la mesa. Que a la mañana
siguiente, acababa dé encargar al paje que llevara a la iglesia de Afligidos,
el recado de celebrar, sacándole blanco, cuando se presentó un enano con otro
encamado, que era el que marcaba la Epacta. Que sin esperar más embolismos, el
canónigo puso pies en polvorosa y se alejó de Madrid.
Item. Que en la
buhardilla de la casa habitaba una lavandera vieja, que un día de lluvia se
retiró temprano del río, dejando la ropa en una casilla. Que habiendo sabido
que él Manzanares tenía una gran crecida, daba ya por perdida la ropa, cuando
apareció un enano trayéndola con dos mozos, lo cual admiró y mucho a la pobre
lavandera.
Item. Que en consecuencia
de tantos y tan repetidos actos diabólicos, perpetrados por duendes y
endriagos, en la mencionada casa de la calle del Conde-Duque, nadie quería
vivir en ella, excepto los malhechores que la buscaban para burlar a la
justicia, y los reos de lesa Majestad, como Valenzuela, para ocultarse en los
sótanos y ponerse a cubierto del merecido castigo. Por todo lo cual, pedía el
vecindario pacífico, escandalizado y amedrentado, que se pusiera mano en el
asunto y que, si era preciso, se derribase la casa hasta los cimientos y se
sembrara de sal el hueco, a fin de que nunca más se repitiera el espectáculo de
los duendes, que es muy poco cristiano y por el contrario da malísimo ejemplo,
por lo que tiene de infernal, de mágico y de brujería.
El Tribunal de la fe, que
ya andaba muy escamado con lo que se decía de la casa del Duende, admitió la demanda y acometió las pesquisas con
impaciencias tales, que en pocos días tuvo los autos en disposición de dictar
sentencias, y sin más demora se falló que debía exorcizarse el edificio y
asaltarle, a viva fuerza, hasta coger al Duende, y que una vez aprehendido, se
le descuartizará a golpes de tenaza para asarlo después en la hoguera.
Éste era el motivo
fundamental de aquella asamblea matutina, congregada a son de pregón, en
Segovia y en Madrid, en los barrios altos y bajos, y en las mismas iglesias,
después de las vísperas.
Cuando el Obispo hizo
acto de presencia en el campo de operaciones, no se escuchaba ni el zumbido de
una mosca. La casa estaba cerrada a piedra y lodo. Por los resquicios de las
ventanas no se percibía un milímetro de claridad. El edificio parecía
abandonado y sin embargo, alguien de vista de hiena notó, que por una chimenea
de ladrillo salía un hilo de humo imperceptible.
La observación fue
comunicada al señor Obispo, y la ceremonia empezó en el acto, rociando con agua
bendita las paredes de la casa, mientras se rezaban, a media voz, oraciones que
articulaba su Ilustrísima gangueando y repetían en coro frailes y soldados,
cofrades y curiosos.
De pronto un grito
estentóreo de consumatum est salió de
las filas y aquel ejército de fanáticos e ignorantes se arrojó sobre la casa
con picos, palas, azadones y otras herramientas de destrucción. Las puertas
cedieron a las primeras cargas, y el torrente humano invadió el edificio, no
dejando cuarto, ni desván; ni cueva, ni pozo que no se registrara. Y por cierto
que a nadie encontraron, ni arriba ni abajo, lo cual hizo que lós invasores se
retiraran tristes y desalentados, dando contra los muebles la furia que no
lograron descargar sobre las personas.
La del alba sería ya,
cuando la calle del Duque de Liria y sus adláteras quedaron otra vez limpias de
polvo y paja, aunque no de malos olores.
La hermandad del Pecado
Mortal tomó silenciosa a su calle del Rosal, frente a la plaza de los Mostenses,
los frailes capuchinos a su convento, los alguaciles y soldados de fe a sus
respectivos cuarteles, el Obispo, en su mula manchega, de regreso camino de
Segovia, y los curiosos del auto,
cabizbajos y alicaídos; desperdigándose por los callejones de atajo para llegar
a sus viviendas a la hora del aguardiente, del chocolate y de las sopas de
ajo.
Media hora después, 40
hombres, no enanos, sino altos, fornidos y resueltos, de rostro tostado por los
alambiques, salieron en buen orden de la casa y cuando estuvieron en la calle
se dispersaron después de despedirse con apretones de manos.
Eran los duendes de aquella mansión solitaria.
Unos monederos que
acuñaban dobillas falsas del Brasil, reclamados por la justicia y condenados
a muerte en rebeldía.
La casa, con su fantástica
tradición a cuestas, quedó desierta y así ha llegado hasta no ha muchos años.
Los enanos del zurriago
no volvieron a verse, ni las excéntricas marquesas, como la de Hormazas
tampoco, ni canónigos como Avellaneda, ni nigromantes, ni otros monederos
falsos, que algunos pobres vergonzantes, a quienes, por cálculo, se dio
albergue, para ver si así se perdía el hilo de esta leyenda.
Ello no ha podido
conseguirse, ni se conseguirá nunca, porque ha quedado impresa en la memoria
del pueblo.
La casa fue derribada
hace poco tiempo. En su lugar, queda, dicen que oliendo a azufre, el solar
abandonado.
El
solar del... Duende.
127. anonimo (madrid)
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