De esta historia han pasado ya muchos años,
tantos, que ni la gente mayor de Valldemossa recuerda bien cuándo ocurrió.
Según cuenta, había un gran señor musulmán que tenía un valle maravilloso que,
al llegar los meses de enero y febrero, se llenaba de flores blancas y rosadas
que lo perfumaban todo. Era un hombre joven, alto y delgado, y con una barba
tan negra y suave que parecía un cielo de noche lleno de estrellas. Se había
hecho construir un palacio maravilloso, lleno de fuentes, jardines, mármoles y
riquezas. Contenía abundantes cofres de oro llenos de piedras preciosas,
alfombras y cortinas de todos los colores de l'arc de Sant Martí [1]... Esclavos de todas las razas hacían de criados, de músicos y de bailarines.
Pero la joya que más quería de todas, la que más llenaba de orgullo a este
moro, que se llamaba Mussa, era una cautiva cristiana, una joven de cabellos
dorados y ojos azules, de la cual estaba locamente enamorado. También ella le
correspondía con su amor, haciéndolo feliz con sus caricias y risa fresca.
A Mussa le gustaba dar largas caminatas por
sus dominios, se entrenaba diariamente con el uso de las armas, nadaba bajo el
agua con una resistencia que ponía la piel de gallina y ni un solo día dejaba
de cabalgar horas y horas montando a Hijo
del desierto, su caballo.
Aquella tarde, como era habitual, había
salido a dar un paseo a caballo, y como siempre se había parado a admirar la
puesta de sol; una orgía de colores se mezclaban en el cielo: azules, verdes,
rojos...
Sí, rojos eran los rayos de sol que caían
sobre su palacio, demasiado rojos...
A Mussa esto le pareció un mal presagio y,
espoleando a su caballo, empezó a correr como un loco. Un mal pensamiento le
perseguía.
Al llegar, entró en el jardín subiendo los
escalones de tres en tres, su amada siempre le esperaba en el balcón, pero esta
vez no estaba, como tampoco sus esclavas Aixa y Fátima, ni Alí, el eunuco que
siempre la defendía. Los perros habían enmudecido, todo estaba en silencio, un
silencio que daba miedo.
Entró en la casa y el espectáculo que
descubrió era aterrador. Todo estaba lleno de sangre. Peor todavía: encontró
las habitaciones con los cadáveres de los guardias y de sus servidores, los
perros habían sido degollados. Habían desaparecido los cofres de oro y las
joyas. Todo había desaparecido.
Pensó que sólo podían haber sido los
piratas, que siempre dejaban su sello de salvajes. Que se habían aprovechado de
su ausencia para atacar y saquear su palacio. Subió a la torre más alta y,
según dicen, sus gritos de dolor eran tan fuertes que podían oírse a lo largo
de todo el valle. Miró al mar, y vio una galera y tres botes de remos que se le
iban acercando. En seguida reconoció la embarcación: era la galera de Lusuf
Jalid, el terrible pirata que dominaba las costas del Mediterráneo. Hacía
tiempo que había jurado vengarse de Mussa por una derrota que no podía olvidar.
Tiempo atrás habían hecho una apuesta sobre cuál de los dos caballos que tenían
era el mejor, e Hijo del desierto, el
caballo de Mussa, había ganado a Hijo de
Omar, que era el caballo de Lusuf Jalid. Para poder rescatar a su
enamorada, Mussa corrió al galope hacia la playa y allí vio cómo la galera
pirata se alejaba mar adentro.
Mussa entonces se puso a pensar el castigo que
podría dar al pirata, pero lo dejó para cuando llegara la mejor ocasión. Hasta
que un día, sin pensarlo más, se tiró de cabeza al agua y comenzó a nadar con
brazadas largas y seguras. El pirata empezó a temblar cuando lo descubrió,
porque conocía muy bien a Mussa y sabía que sus venganzas solían ser terribles.
Cuando ya estaba cerca de la galera, Lusuf dio orden a sus hombres de que
dispararan flechas a Mussa, que de pronto había desaparecido bajo el agua. Los
piratas, pensando que lo habían herido, lo creyeron muerto y se pusieron a
gritar de alegría. De pronto un grito de sorpresa salió de todas las gargantas:
sobre la cubierta de un bote, había subido Mussa, quien se sacudía el agua, con
la mirada feroz y con un puñal en la mano derecha. Entonces, de un salto felino
se lanzó sobre el capitán de los piratas y le clavó el puñal en el corazón. Los
demás piratas, en cuanto vieron aquello, se arrodillaron para pedirle perdón y
rogar que los tomaran por esclavos.
La aparición de su enamorada sana y salva,
acompañada de su fiel eunuco Alí, le hizo olvidar sus ansias de venganza que,
una vez muerto el pirata mayor, ya no tenían fundamento. Así que dio orden de
orientar la nave hacia la playa para retornar a palacio.
Y en el mismo lugar donde había estado el
palacio, aquel palacio maravilloso, la seguridad de un castillo dominó desde
entonces todo el valle. Y fue a este valle al que la gente llamaba «Vall d'en
Mussa», «Valldemussa», lo que ha acabado conociéndose como «Vallde-mossa». Y se
dice que aquel castillo de oro se convirtió en la actual Cartoixa.
092. anonimo (balear)
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