Aunque no debiera haber
modas tratándose del Santo Sacrificio de la Misa , y por más que, en los tiempos augustos de la fe católica, se dieran casos de
incongruencia litúrgica, respecto al culto, es lo cierto qué la Misa de hora en la Iglesia de Jesús, puesta
de moda por las histrionistas más bellas y más requeridas de aquellos barrios,
próximos al Mentidero de Comediantes,
dio sobrado qué pensar y no poco qué decir, a teólogos y devotos, porque
verdaderamente, una misa de hota, concertada de antemano entre varias personas
de ambos sexos, viene a ser como cita que se da para verse y hablarse dentro y
fuera de la Iglesia ;
es, hasta cierto punto, un Mentidero a lo
divino, que patrocina la liviandad;,y si las que andan en el fregado, son
cómicas bonitas, solicitadas y requebradas, por los petimetres albillos, por
los curtidos moscateles y por los viejos rufos, entonces la cosa toma
proporciones sinodales alarmantes y hay que luchar bravamente, para sacar a
salvo, nada menos que el dogma.
Los bonetes de la
retórica silogística, saltan solos de los pupitres al iniciarse el litigio; los
chambergos, echados con gracia sobre la oreja izquierda; se ponen en guardia
provocativa, como si dijeran a la gente de la Iglesia : «¿Bien, y qué?» Y
las Magdalenas, o las devotas Mamás, arrodilladas en el santo y sucio suelo,
rezan, mientras dura el vendaval, una parte de rosario con la vista en el
altar, o atrevidamente clavada en el ideal de carne y hueso de sus meditaciones
matutinas y de sus desvelos nocturnos.
Fue mucho el ruido que
armó la misa de hora de la Igle sia
de Jesús puesta de moda por las Comediantas llamadas Marías -que no fueron
pocas, de las calles de Cervantes, Francos y Cantarranas. Por ejemplo, por
Mari-Flores, María Calderón, madre de don Juan de Austria y Abadesa de un
convento, como la señorita de la
Valliére , lucero de
la corte y amiga de Luis XIV, María Lavenad, el prodigio de la escena española,
muerta a los veinticuatro años, María de Córdo-ba, la famosa Amarilis, celebrada con encomio por Lope
de Vega Carpio, María de Heredia, una realísima moza, según la crónica, María,
de Navas, actriz Protea, según Pellicer, porque servía para todo, María de los
Reyes, María Riquelme, otro prodigio de talento y hermosura, y las tres
Marías, representadas por tres doncellas honestas que cantaron las primeras
Xacaras en los corrales en cuanto se alzó la prohibición de que las mujeres
representaran comedias.
Fue medida meticulosa y
tiránica, esa de impedir a las mujeres que salieran a escena con papeles de su
sexo. Faltó con ellas el entremés y
el baile, que eran el gran atractivo
de las comedias y el público aflojó y acabó por desertar del teatro. Entonces
los Contadores del Hospital general de la Pasión , de Mujeres, de Niños expósitos y de los
Desamparados, pusieron el grito en el cielo y memoriales en manos del rey don
Felipe III, en los cuales se hizo constar: primero, que la renta de las
comedias no valía nada, por falta de
concurrentes a ella; segundo, que esta falta provenía de no haber baile de mujeres, ni castañetas en
los espectáculos, y tercero, que antes, ellas solas animaban, a los hombres, y
que esta disminución de rentas era tanto más sensible «cuanto que aquel año
valían muy caras las cosas, pues el pan se había subido de tres cuartos y medio
a seis, el carnero de cinco y medio a siete y medio, la vaca de cuatro cuartos
a cinco, los garbanzos de 28 reales la hanega a 70, las lentejas de 10 reales
la hanega a 40, el aceite de 16 reales la arroba a 22, y así todos los demás
artículos».
Un pueblo semejante no es
feliz, está dominado por el hambre, ya que la baratura en los mantenimientos es
señal de miseria, puesto que todos los demás artículos de consumo corren
parejos. No puede haber servicios públicos por falta de dinero, no puede haber
repre-sentación internacional, ni ejército activo, ni armada de guerra: lo que
hay, lo que ocurre con estas baraturas imposibles, es lo que sucedió
precisamente en el reinado de Felipe III por los años en que se puso de moda la Misa de hora en Jesús, y fue
que se pidió limosna públicamente, yendo de casa en casa, para mantener la mesa
de S. M. y de su familia.
Hemos incurrido en una
digresión, que el lector benevolente nos perdonará, si tiene en cuenta la correlación
íntima de los hechos históricos que surgen de archivos y bibliotecas en cuanto
se intenta hablar de alguno de ellos.
Quedamos en que la Misa de hora de la Iglesia de Jesús, puesta
de moda por las Comediántas, dio ocasión de varias consultas de los Teólogos y
Consejeros: que se discutió el pro y el contra y se arguyó con verdadero
frenesí: se consultó también a fray Félix Lope de Vega y Carpio y a don Pedro
Calderón de la Barca
y al ingeniosísimo mercenario fray Gabriel Téllez, Tirso de Molina, autor de
regocijadas comedias.. Los teólogos dieron una de cal y, otra de arena al
asunto; los presbíteros y autores de comedias, alegría de la Corte , Lope y Calderón, que
fueron seglares antes que clérigos, no tuvieron nada que contradecir siempre
que la Misa se
oyera con devoción, pues por lo demás, donde va la soga va el caldero, y el
hombre propone y la mujer dispone, y por ellas, algunas veces nos solemos
perder, pero casi siempre nos salvamos.
El fraile de la Merced fue el más franco y
categórico:
-El paraíso es de todos
-anunció. El hombre y la mujer son, por la Iglesia , dos en uno. No se les. puede rechazar
cuando vayan juntos, porque sería lo mismo que dividir en dos mitades un
cuerpo. Ellas han puesto de moda la
Misa de hora en Jesús porque tienen quien las siga al cielo,
porque ellas van siempre delante y los hombres detrás. Dejadlos, pues, que se
amen y se casen; la religión gana en ello y vosotros también.
Y no hubo más que decir.
Venció la opinión
ilustrada de aquellos barrios simpáticos, y el humilde cura de la Iglesia de Jesús, tuvo la
satisfacción de pavonearse diciendo todos los domingos la Misa de hora a las mujeres
más hermosas de su tiempo: a las celebridades del arte dramático más encomiadas,
a los, escritores refulgentes, gloria de la patria española, a los autores
predilectos de los corrales de Madrid y del reino, a la crema de la elegancia superpiche, como luego dirían los
parisienses al hablar de los mancebos elegantes, a los ancianos nobilísimos,
con hábito y, venera de las órdenes, y alguna vez, bastantes veces, a damas de
toldo y copete, con manto de gloria, que iban a Misa para observar, sin ser
vistas, la clase de devoción divina y humana que reinaba en el templo dé moda.
Sólo una vez hubo
cintarazos de verdad al salir de Misa. Un hombre joven cayó muerto de una
estocada. El grupo de las doce Marías se
asustó y chilló grandemente. Un alcalde de ronda intervino en el lance y los
concurrentes se fueron tranquilos a casa.
Ocho días después la
campana de Jesús tocó a Misa de once, como de ordinario, y los espectadores
habituales concurrieron y se santiguaron con agua bendita como si nada hubiese
sucedido allí.
A nadie se le ocurrió
tampoco mirar la tierra ensangrentada por uno de los suyos. Sin duda que
aquellas, almas benditas conocían por intuición, antes de escribirlos el poeta,
aquellos versos:
Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?
127. anonimo (madrid)
No hay comentarios:
Publicar un comentario