Siglo XVI..., ¿o quizá el
XVII?
Los Cristos españoles,
tal vez con excepciones andaluzas, presentan una casi total desnudez.
Por ello sorprendía y
mucho que un Cristo -procedente de la ciudad italiana de Lucca y enviado a la
iglesia de Atocha en cumplimiento de una promesa-, que se exponía a la
veneración de los fieles, apareciese con túnica, estolón y unos zapatos de
plata.
Había entonces
ostentación en los pocos privilegiados y pobreza orgullosa en la mayoría, que
tenía diversas manifestaciones. Mendigos honrados o cortabolsos. Valentones
que se, alquilaban para delitos. Mozas de desgarro. Obreros de sus
habilidades. Escuderos a sueldo del amante: Muchos, de profesión pretendientes.
El protagonista: un soldado
maduro que por leguleyos y papeles interminables no lograba cobrar sus diversas
pagas atrasadas. Aburrido, con el estómago vacío; fue a rogar protección al
Santísimo Cristo de Lucca.
Un pater noster
Unas lágrimas.
-Señor, ¡cubre mi
necesidad!
La santa efigie alarga un
pie y deja en manos del militar uno de sus zapatos de plata. El soldado, ufano,
y junto a una jarra de vino de Arganda, en una taberna, lo mostraba a todos
los que allí estaban. Fue detenido por la Justic y, al preguntarle la razón de estar en su
poder la sagrada prenda, explicó la historia que nadie aceptaba, pero e
inculpado, como testigo excepcional, nombró al propio Cristo de Lucca.
¡Sorpresa grande!
Alguien pensó:
SACRILEGIO.
Otro musitó: CARADURA.
Hubo consulta con
teólogos y, después de muchas idas y venidas, se acordó hacer la extraña
diligencia ante la perspectiva de que el reo fuese condenado a la pena capital.
Acudieron a la iglesia de
Nuestra Señora de Atocha el soldado, el juez, el escribano, golillas, varios
clérigos y muchos curiosos y desocupados.
El preso lloró suplicando
angustiado.
Muchas sonrisas
desdeñosas entre los asistentes al acto.
Todas las miradas estaban
fijas en el Cristo.
-Parece que está moviendo
un pie -advirtió alguien.
En efecto.
Estaba levantando la
extremidad calzada y dejó caer su otro zapato ante el asombro de todos.
En el indulto real,
maquiavélicamente, se aconsejaba al acusado: que en lo sucesivo no admitiera regalos divinos, bajo pena de vida.
El milagro transtornó a la Villa ;
luego, el vulgo lo fue olvidando y el hecho se acogió en el refugio legendario
y poético.
Después, los frailes
colocaron ante el Cristo un copón de plata y, sobre él, el zapato que salvara
la vida de un humilde y acrecentara la fe popular.
Los avatares políticos
sufridos por la basílica que originaron actos vandálicos en distintas
ocasiones, nos impiden actualmente contemplar la venerada escultura italiana.
127. anonimo (madrid)
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