Zalamea es villa importante en la provincia de Badajoz.
Aunque allí dejaron huellas de su interés los romanos
y árabes, es deudora de la fama a su mítico Alcalde Pedro Crespo.
Lope de Vega conquistó el hecho para el teatro, y
Calderón de la Barca
lo elevó a la fama inmortal de que ahora goza.
Por algo los actuales habitantes custodian celosamente
la casa de Pedro Crespo, su Alcalde perpetuo, junto a las monedas que Roma les
permitiera acuñar, la escalinata de Trajano, la ciudadela de Aisa o el
castillo musulmán.
En junio de 1580 Felipe II vino a Extremadura para
ponerse al frente de las tropas que le esperaban en la provincia de Badajoz y
entrar después en Portugal.
La empresa de unificar la Península era un sueño
acariciado desde siempre por los Reyes de España.
Los pueblos cercanos a la frontera se vieron, una vez
más, invadidos por la soldadesca. "Los villanos estaban obligados a
proporcionar alojamiento y comida a las tropas como contribución a los gastos
de la corona". Los hidalgos gozaban de exención.
Esta obligación, que diferenciaba a villanos y nobles,
dio lugar a sucesos conflictivos. Además, el aumento de las guerras agudizaba
la problemática. Al labrador, agobiado por los impuestos, no le quedaba más
honra y riqueza que el respeto a su persona.
Muchas veces no pudo, y otras no supo, guardarlos como
debiera.
Por eso, las excepciones han sido aureoladas con la
diadema del mito o la leyenda.
Una de éstas fue Pedro Crespo, el Alcalde de Zalamea.
Pedro era de esos alcaldes campesinos mitad burla,
mitad heroísmo, pero siempre padre ejemplar y honrado ciudadano.
Estaba aún reciente su nombramiento. Hasta él mismo
se resistía en creerlo:
"¡Por
Dios, que ha errado el intento!
Que Alcalde
es bien que lo sea
un hombre
de entendimiento.
Es bien que
sepa y repare
el que
hubiera de juzgar,
porque si
agravios causare,
debe en
conciencia pagar
todo lo que
mal juzgare.
¿Qué ley
justa habrá que ordene
que por mi
ignorancia pene
el pobre?
¡Gentil ganancia!
¿Qué debe
él a mi ignorancia
Para que yo
le condene?
¡Aún no me
sé averiguar
en mi casa,
y queréis vos
que rija
todo el lugar!"
Todavía estaba acreditando su fama de hombre justiciero
y gobernante cabal. Con lentitud, pero con ejemplaridad, no dudó en zanjar las
disputas y conflictos que surgían en el pueblo, por lo demás normalmente tranquilo.
Llegó, incluso, a mandar a subasta pública algunos de sus bienes personales
para pagar deudas atrasadas.
Pero la tranquilidad y el sosiego se alteraron con la
llegada de las tropas del Emperador. Los desmanes de los soldados eran
sobradamente conocidos. Las mujeres constituían uno de los puntos débiles para
hombres carcomidos en su moral por la crueldad de las guerras.
Ellas, sobre todo jóvenes, resultaban punto de coincidencia
para los peones de abajo y los capitanes de arriba.
Con frecuencia, por no decir siempre, las aberraciones
o ultrajes apenas si eran castigados por las que diríamos autoridades
militares.
Don Alvaro de Atayde, uno de esos capitanes altaneros,
poseído de sí mismo y de su rango, participaba de las inclinaciones comunes de
sus tropas, sin que su conducta se ajustara para nada a las normas de su
dignidad.
Para su hospedaje ha elegido la misma casa del Alcalde.
Se ha enterado de que Isabel, hija de Pedro Crespo, es una virginal belleza de
mujer rural, custodiada celosamente por su padre. Con un ardid engañoso la ha
descubierto escondida en los desvanes, lejos de la soldadesca.
Desde el primer momento se ha sentido cautivado por su
hermosura.
Su propósito decidido es la conquista por el medio que
sea.
Para conseguirlo removerá todo tipo de obstáculos. A
Juan, el hermano de Isabel lo va a ayudar a que relice el sueño de su vida
alistándose en el ejército. Es la manera de alejarlo. El joven es impulsivo,
también imprudente, y se ha dado cuenta de las intenciones del capitán.
Don Lope de Figueroa es el padre supremo de aquellos
tercios, y tampoco está lejos de las aficiones femeninas, aunque sabe guardar
los extremos correspondientes a su cargo.
Don Lope y Pedro Crespo han descubierto los propósitos
del capitán. Intentarán evitar el conflicto hasta el último momento.
El Alcalde se las ha arreglado para que salga de su casa
y, más tarde, del pueblo, el capitán.
Sólo así se atreve a marchar y enrolarse en las
tropas, don Juan, el hermano desconfiado.
Y, sin embargo, Isabel será la víctima inocente.
Desprecia al capitán que la corteja y desprecia a Mendo,
el fingido amante, hidalgo rico, incapaz de enfrentarse a quien se presenta
como rival. No es extraño que para ella no exista ya ni el soldado, ni el
amante, ni el rico, ni siquiera el hidalgo.
La ocasión para el asalto definitivo se presentó cuando
don Lope de Figueroa tiene que salir del pueblo, a fin de esperar en Guadalupe la llegada del Rey. Antes ha sido muy
explícito para con el capitán:
"Don Alvaro, bien entendido
vuestra prudencia; y pues hoy
aqueste lugar está
en ojeriza, yo quiero
excusar rigor más fiero;
y pues amanece ya,
orden doy, que todo el día,
para que mayor no sea
el daño, de Zalamea
saquéis vuestra compañía.
Y estas cosas acabadas
no vuelvan a ser, porque
otra vez la paz pondré,
voto a Dios, a cuchilladas".
vuestra prudencia; y pues hoy
aqueste lugar está
en ojeriza, yo quiero
excusar rigor más fiero;
y pues amanece ya,
orden doy, que todo el día,
para que mayor no sea
el daño, de Zalamea
saquéis vuestra compañía.
Y estas cosas acabadas
no vuelvan a ser, porque
otra vez la paz pondré,
voto a Dios, a cuchilladas".
Don Alvaro lo tiene todo planeado:
"Sargento, vaya marchando,
antes que decline el día
con toda la compañía
y con prevención que, cuando
se esconda en la espuma fría
del océano español
ese luciente farol,
antes que decline el día
con toda la compañía
y con prevención que, cuando
se esconda en la espuma fría
del océano español
ese luciente farol,
en ese monte le espero,
porque hallar mi vida quiero
hoy en la muerte del sol".
porque hallar mi vida quiero
hoy en la muerte del sol".
La noche aquella va a ser una noche triste para todos.
Don Lope se marcha.
Juan lo acompaña agradecido, pero no confiado.
El Alcalde descansa.
Isabel, en su intuición de mujer, desconfía.
Y don Alvaro, amparado en la oscuridad de la noche vuelve
dispuesto a todo:
"Es
una furia, un delirio de amor".
Isabel es raptada, y los gritos no sirven más que para
despertar a su padre, que sólo atina a contemplar impo
tente a su hija entre los brazos del capitán, ayudado
por
los suyos:
"Soltad
la presa, traidores,
cobardes,
que habéis cogido,
que he de
cobrarla o la vida
he de
perder...
¡Hija,
solamente puedo
seguirte
con mis suspiros!"
En efecto:
a Pedro Crespo lo atan a un árbol.
A Isabel la
viola el infame capitán.
Y Juan, que
ha vuelto, imaginándolo todo, sólo
puede
contemplar los despojos.
¡Qué noche
aquélla!
Amparada en la oscuridad, Isabel vaga desesperada,
sangrante, sin honra, gritando al cielo:
"¡Detente, oh mayor planeta,
más tiempo en la espuma fría
del mar! Deja que una vez
dilate la noche esquiva
su trémulo imperio; deja
que de tu deidad se diga,
atenta a mis ruegos, que es
más tiempo en la espuma fría
del mar! Deja que una vez
dilate la noche esquiva
su trémulo imperio; deja
que de tu deidad se diga,
atenta a mis ruegos, que es
voluntaria
y no precisa!
¿Para qué
quieres salir
a ver en la
historia mía
la más
enorme maldad,
la más
fiera tiranía,
que en
venganza de los hombres
quiere el
cielo que se escriba?
¿Qué he de hacer? ¿Dónde he de ir?
Si a mi casa determinan
Si a mi casa determinan
volver mis erradas plantas, será
dar nueva mancilla
a un anciano padre mío,
que otro bien, otra alegría
no tuvo, sino mirarse
en la clara luna limpia
no tuvo, sino mirarse
en la clara luna limpia
de mi
honor, que hoy desdichado
tan torpe mancha le eclipsa.
Si dejo, por su respeto
Si dejo, por su respeto
y mi temor,
afligida, de volver a casa, dejo
abierto el
paso a que digan
que fui
cómplice en mi infamia..."
Vaga en la oscuridad perdida, loca, defendiendo lo que
ya no tiene
Para colmo de males, en este ir y venir por monte, oye
unas voces lejanas que le suenan conocidas:
"Detente, Isabel, detente.
No prosigas; que desdichas,
Isabel, para contarlas,
no es menester referirlas..."
No prosigas; que desdichas,
Isabel, para contarlas,
no es menester referirlas..."
Y descubre a su padre atado al recio tronco de un árbol.
Lo desata y grita:
-"Tu hija hoy, sin honra
estoy.
Y tú, libre; solicita
Y tú, libre; solicita
con mi muerte tu alabanza.
Para que de ti se diga,
que, por dar vida a tu honor,
diste la muerte a tu hija".
-"Alzate, Isabel del suelo,
no, no estés más de rodillas...
Camina.
Y, ¡vive Dios!, que si la fuerza,
la fuerza de los cielos me asiste
me hará dueña de tu honor
la vara de la justicia".
Para que de ti se diga,
que, por dar vida a tu honor,
diste la muerte a tu hija".
-"Alzate, Isabel del suelo,
no, no estés más de rodillas...
Camina.
Y, ¡vive Dios!, que si la fuerza,
la fuerza de los cielos me asiste
me hará dueña de tu honor
la vara de la justicia".
Esta vez, el destino se orientaba al lado de la
honradez.
El infame violador don Alvaro ha sido herido en una reyerta
con los campesinos, que habían salido a defender el honor de sus mujeres.
Es la ocasión para que Pedro Crespo, el Alcalde, caiga
sobre él y lo aprese.
Cuando lo tiene delante, el capitán hace valer su condición
militar y su derecho a una jurisdicción especialque lo juzgue.
Todo inútil.
El Alcalde empuña la vara de la justicia.
El padre siente en sus venas los gritos de la venganza.
Quiere conjugar ambas cosas, y cuando están solos, echado
a los pies del ofensor, ruega:
"A vuestros pies os lo ruego
de rodillas y llorando
sobre estas canas que el pecho
viendo nieve y agua, piensa,
que se me están derritiendo.
de rodillas y llorando
sobre estas canas que el pecho
viendo nieve y agua, piensa,
que se me están derritiendo.
¿Qué os pido? Un honor os pido
que me quitásteis vos mesmo;
y con ser mío, parece,
según os lo estoy pidiendo
con humildad, que no es mío
Lo que os pido, sino vuestro,
que me quitásteis vos mesmo;
y con ser mío, parece,
según os lo estoy pidiendo
con humildad, que no es mío
Lo que os pido, sino vuestro,
mirad que puedo tomarlo
por mis manos, y no quiero,
sino que vos me lo déis".
sino que vos me lo déis".
-"Ya
me falta el sufrimiento
viejo
cansado y prolijo,
agradeced
que no os doy
la muerte a
mis manos hoy
por vos y
por vuestro hijo;
porque
quiero que debáis
no andar
con vos más cruel
a la beldad
de Isabel...
Llanto no
se ha de creer
de viejo,
niño y mujer".
-"Mirad que echado en el
suelo
mi honor a voces os pido.
De aquí, si no es preso o muerto,
no saldréis".
mi honor a voces os pido.
De aquí, si no es preso o muerto,
no saldréis".
-"Yo os apercibo
que soy un capitán vivo".
-"¿Soy yo acaso Alcalde
muerto?
¡Escribano!
Con respeto le llevad
a las casas, en efecto,
del Concejo, y con respeto
un par de grillos le echad
y una cadena, y tened
con respeto gran cuidado,
que no hable a ningún soldado.
¡Y aquí, para entre los dos,
si hallo harto paño, en efecto,
con muchísimo respeto,
os he de ahorcar, juro a Dios!"
¡Escribano!
Con respeto le llevad
a las casas, en efecto,
del Concejo, y con respeto
un par de grillos le echad
y una cadena, y tened
con respeto gran cuidado,
que no hable a ningún soldado.
¡Y aquí, para entre los dos,
si hallo harto paño, en efecto,
con muchísimo respeto,
os he de ahorcar, juro a Dios!"
Cuando don Lope se entera de lo sucedido va a intentar
llevarse al capitán.
-"Yo
por el preso he venido,
y a
castigar este exceso.
-Pues yo
acá le tengo preso
por lo que
ha sucedido.
-¿Vos
sabéis que a servir pasa
al Rey, y
soy su juez yo?
-¿Vos
sabéis que robó
a mi hija
de mi casa?
-¿Vos
sabéis que mi valor
dueño de
esta causa ha sido?
-¿Vos
sabéis cómo, atrevido,
robó en un
monte mi honor?
-Yo sabré
satisfacer
obligándome
a la paga.
-Jamás pedí
a nadie que haga
lo que yo
me pueda hacer.
-Yo me he
de llevar el preso;
ya estoy en
ello empeñado.
-Yo por acá
he sustanciado
el proceso.
-¿Qué es
proceso?
-Unos
pliegos de papel,
que voy
juntando, en razón
de hacer
averiguación
de la
causa.
-Iré por él
a la cárcel.
pues, ¡voto
a Dios!, que he de ver,
si me dan
el preso o no.
-Pues,
¡voto a Dios!, que antes yo
haré lo que
se ha de hacer".
El Alcalde escapa hacia la cárcel.
Don Lope, inútilmente, intenta seguirlo.
Los campesinos y el pueblo amotinado se interponen jaleando
a su Alcalde.
Los soldados, ahora, son pocos y no se atreven.
Gritos... Voces... Palos... Espadas..., en el momento en
que aparece el Rey en persona.
-"¿Qué
ha sucedido?
-Un Alcalde
ha prendido
un capitán,
y viniendo
yo por él
no le
quieren entregar.
-¿Quién es
el Alcalde?
-Yo.
-¿Y qué
disculpa me dais?
-Este
proceso, en que bien
probado el delito está,
digno de muerte por ser
una doncella robar,
forzarla en un despoblado,
forzarla en un despoblado,
y no quererse casar
con ella, habiendo su padre
rogádole con la paz.
-Este es el Alcalde, y es
-Este es el Alcalde, y es
su padre.
-No importa en tal caso
-No importa en tal caso
porque, si
un extraño
se viniera
a querellar,
¿no habría
de hacer justicia?
Sí. ¿Pues
que más se me da
hacer por
mi hija lo mismo
que hiciera
por los demás?
-Bien está
sustanciado.
pero vos no
tenéis autoridad
de ejecutar
la sentencia,
que toca a
otro tribunal
-Ya es
tarde. Si no creéis
que es
esto, señor, verdad,
volver los
ojos, y vedlo.
Aqueste es
el capitán".
El Rey no puede hacer otra cosa que mirarlo atado en
una silla y con el garrote ya dado y escuchar a Pedro Crespo:
-"Toda la justicia vuestra
es sólo un cuerpo no más;
si éste tiene muchas manos,
decid, ¿qué más se me da
matar con aquesta un hombre,
que esta otra había de matar?
Y, ¿qué importa errar lo menos
quien ha acertado lo más?"
-"Don Lope, aquesto ya es hecho,
bien dada la muerte está;
que errar lo menos importa
si acertó lo principal.
Aquí no queda soldado
alguno, y haced marchar
con brevedad; que me importa
llegar presto a Portugal.
vos, por Alcalde perpetuo
de aquesta villa os quedad".
es sólo un cuerpo no más;
si éste tiene muchas manos,
decid, ¿qué más se me da
matar con aquesta un hombre,
que esta otra había de matar?
Y, ¿qué importa errar lo menos
quien ha acertado lo más?"
-"Don Lope, aquesto ya es hecho,
bien dada la muerte está;
que errar lo menos importa
si acertó lo principal.
Aquí no queda soldado
alguno, y haced marchar
con brevedad; que me importa
llegar presto a Portugal.
vos, por Alcalde perpetuo
de aquesta villa os quedad".
FUENTES:
-Biblioteca
de Autores Españoles: "El Alcalde de Zalamea", por Calderón de la Barca.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
0.104.3
anonimo zalamea-extremadura
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