LOS HURDANOS SON DESCENDIENTES DE
REYES
"Adiós
Duque y adios Alba;
que voy
como Clicie nueva
adonde mi
sol me lleva,
pues por
amor me salva;
adiós,
Tormes, que en presencia
de mi amor
supiste tanto;
pues
creciste con mi llanto,
mengua
ahora en mi ausencia".
Con estas palabras, Brianda se despide de su hasta entonces
morada. Ha bajado descolgada por un cordel, para caer en brazos de su amante y
oculto esposo, don Juan.
A pesar de ir vestida de hombre no puede ocultar su
singular belleza.
Ella es una de las damas selectas que sirven a la Du quesa de Alba. Don Fernando
de Toledo, el primer Duque, la va a entregar muy pronto como esposa a don Ramiro
Lara, uno de sus más apreciados caballeros, criado desde pequeño con singular
cariño, en la propia Casa Ducal.
Pero don Juan, también de los criados de la egregia
Casa, ha descubierto antes, las excelencias de esta singular mujer. Sin
permiso de su Señor, para que nadie se le oponga, se ha casado en secreto con
ella.
Una sola persona conoce los hechos, Mendo de Almendárez,
sirviente como él, pero íntimo en la amistad que los une.
Un casamiento en aquellas condiciones significaba la
caída en desgracia, y no existía otra solución que escapar del castigo.
A finales del siglo XV. Los Reyes Católicos están preparando
el asalto a los últimos baluartes moros en tierras españolas.
Ya han rogado a los Duques de Alba, como señores de la
villa, el cambio de nombre de la
Granada extremeña por el de Granadilla.
El empeño está decidido, y los propios Reyes dirigirán
la campaña en tierras de Andalucía.
El gobierno de Castilla queda en manos de la casa:
"Duque de Alba, mi primo, yo me parto a Granada:
en tanto que os ordeno otra cosa, es mi voluntad que quedéis en el gobierno de
Castilla con el título de Virrey; que los caballeros como vos, tanto pelean
gobernando los vasallos como venciendo los enemigos.
Partid luego a la corte, que tengo que hablaros en mi
partida, y encomendadme a la
Duquesa.
Dios os guarde. EL REY".
Parece, pues, una locura imaginar que dos jóvenes
enamorados pretendan escapar de la venganza de un tan notable señor.
Pero el amor no conoce fronteras. No se detiene ante
peligros. -
Brianda y Juan huyen, huyen sin descanso. Han cruzado
Salva-tierra, Béjar, Jarandilla... Intentan trepar por las empinadas cumbres de
la Peña de
Francia. Quieren llegar a tierras de Portugal o, en todo caso, a los secretos
de una salvaje rinconera escondida en los extremos del ducado, donde reina, a
la vez, el misterio, la belleza y la brujería:
"Alza
los ojos, verás, Brianda,
peñas que
tocan al cielo
y bájalos
luego al suelo
y apenas
suelo verás.
Que un
castaño en aquel valle
paréceme
pequeña flor...
Asperísimas
peñas, donde apenas
ha llegado
jamás estampa humana,
en cuyas
frentes vierte la mañana
escarcha,
en vez de flores y azucenas.
Montañas de
sombríos y hayas llenas,
último fin
de mi esperanza vana,
antigua
sierra de tu nieve cana,
castillo
que de hielo forma almenas.
Profundos
valles de oscuro invierno,
lóbrega
habitación, piedras que trae
de su
furiosa lluvia el curso eterno.
Que bien
puedo decir que amor me trae
a morir
entre el cielo y el infierno,
si de
vosotros mi esperanza cae".
No pensaron jamás los sencillos amantes en el protagonismo
que daban comienzo.
Se hallaron inesperadamente rodeados de hombres que
parecían bárbaros. Visten pieles mal trabajadas y peor curtidas. Hablan la
lengua castellana, pero con unos giros y palabras propias de siglos muy
olvidados. Parecen ajenos a la belleza de la tierra que les rodea. Y, para
colmo, son ellos los que están más sorprendidos hasta tomar a los visitantes
por seres de otro mundo:
"Alégrate,
rapaz
Dinos la tu
tierra y nome;
que
nosotros non sabemos
que haya
más mundo que el valle
que entre aquestos
montes vemos".
Juan y Brianda no alcanzan a explicarse el por qué de
este recibimiento. ¿De veras esas gentes rudas pueden pensar que no existan más
hombres que ellos?
Juan, más temeroso, está convencido de que los bárbaros
se sienten atraídos por la belleza de Brianda. A ella dirigen, principal-mente,
sus miradas. ¿Habrán descubierto bajo la apariencia de hombre su contextura de
mujer?
Pero
-"Serranos,
que ¿no sabéis
cuya es la
tierra en que estáis,
ni el gran
señor que tenéis?
-Nosotros
no conocemos
otro Dios
ni Rey que el Sol c
ada encima
le vemos.
-¿Ni que es
Fernando, español,
vuestro
Rey?
-Nada
sabemos.
-¿Qué
español?
-El Rey de
España.
-¿Qué es
España?
-Aquesta
tierra
que el mar
por mil partes baña.
-¿Qué es
mar?
-El agua
que encierra
el mundo en
sí.
¡Cosa
extraña!
¿España se
llama el mundo?
-No, sino
una parte dél.
-¿Parte
dél? ¡Caso profundo!
Luego, ¿hay
más España en él?
-Y aún otro
mundo segundo,
que va a
descubrir Colón.
-¿Quién es
Colón?
-Un varón
que otro
mundo piensa hallar.
-¿Por dónde
va?
-Por la
mar,
que todas
las aguas son.
-¿Será
España del tamaño
de este
valle?
¡Caso
extraño!
Más que
cien mil valles es.
-¡Santo
Sol!
-Santo Sol,
pues.
-No
mientas.
-A nadie
engaño.
-Mira que
somos aquí
doscientos
homes y más. ¿Hay más en España?
Di.
-¿En tanta
ignorancia estás?
-Solos
estos homes vi".
Los campesinos, serranos o bárbaros, lo que sean, están
sorpren-didos por las noticias que les han revelado sus visitantes. Pero,
¿quiénes son esos hombres?
¿Qué tierra están pisando? ¿Qué vida hacen sus
habitantes?
Ante su mirada perpleja se abren tantos interrogantes que
les parecen más que enigmáticos, imposibles.
No sabe si están seguros o atrapados en un engaño mortal.
No tienen otra opción que dejarse llevar.
Se les ha ofrecido una de tantas cuevas o chozas de pizarras
para vivir como ellos.
Les ruegan permanecer en aquel paraíso:
"¡Ay,
por el Sol, non te alueñes,
nin la tu
merced se esquive!
Que aquí
tendrás el cabrito
y la
manchada ternera;
aquí el corderillo escrito;
aquí la
miel en la cera
y la trucha
en el garlito;
aquí la
castaña tiesa, a
quien el erizo guarda;
la nuez, en
su cárcel presa,
y aquí, con
la pera parda,
tendrás la
rubia camuesa".
Desde otra perspectiva para aquellos lugareños la llegada
de Brianda y Juan ha sido providencial. Se hallaban con frecuencia enzarzados
en disputas amorosas, en elecciones de jefes, en desafíos de hombría.
Giroto era uno de los destacados mozos que reclamaba
o mejor quería imponer su ley. Un día lo oyeron cuando increpaba a uno de sus
rivales:
"¿Sabes
tú, endebre garzón,
que contra
el mismo Sol pecas,
que soy en
esta ocasión
del valle
de las Batuecas
el más
soberbio varón?
¿Sabes que
el más fuerte enebro
deshago,
desgancho y quiebro?
¿Que
arranco un fresno de cuajo,
y que un
castaño desgajo,
si con él
mis fuerzas puebro?
¿Sabes que
descuerno un toro,
que un
jabalí desquijaro,
que por la
prenda que adoro,
ciervos,
que en el curso paro,
traigo a la
choza en que moro?
¿Sabes que
porque reservo
la fuerza, fugí
veinte años
de mojer,
que es mal protervo,
más que
enebros ni castaños,
jabalí,
toro ni ciervo?"
Lentamente Brianda y Juan van remansando sus vidas.
Son como los reyes del valle. Los respetan, los admiran
y lentamente un hilo de afecto amoroso empieza también a brotar dentro de
algunos salvajes.
Taurina es una de las aguerridas mujeres que se disputaban
Triso, Marfino, Giroto, Mileno... Ella los ha despreciado a todos.
¡Está enamorada de Brianda, el visitante!
Un día le declara su amor, en la forma que ellos creen
más esperanzada:
"Yo te
daré todo un prado
de feno en
hasta la cinta,
que la
primavera pinta
de flor el
abril rosado.
Daréte un
arroyo fresco
que crucia
de un monte a otro,
donde con
caña y quillortro
truchas
salmonadas pesco.
Daréte cien
avellanos.
treinta
castaños y más,
que desde
aquí los verás
en que
aquellos verdes llanos.
Daréte cien
reses grandes
y
cuatrocientas pequeñas,
tan mansas,
que con tus señas
el ir y
venir las mandes.
Daréte dos
chozas buenas,
no pajizas
ni ahumadas,
y en
carrascas acopadas
veinte
corchos de colmenas.
Lino y
cáñamo sé hilar,
de que son
los camisones
que a las
vegadas te pones;
y también
te quiero dar
para que
veas si es justo
quererme
más tiernamente
un alma que
eternamente
viva en la
ley de tu gusto".
Con todo, a los huéspedes la situación no les resulta
ya tan de su agrado. Además de los amores solicitados a Brianda, Juan también
es solicitado por otras mujeres. No comprenden cómo dos hombres pueden vivir
juntos.
Conocen revelaciones extrañas de brujos, demonios y
adivinos. En una de las cuevas, celosamente guardada, han visto calaveras,
restos humanos envueltos con armas, lanzas y escudos, sobre todo uno, con
grandes letras iniciales que les hace sospechar: TSDR.
Les parece que están viendo los despojos del mismo don
Rodrigo o de algún magnate de su corte.
Pero no es posible, porque de eso ¡hace ya siete
siglos! Han educado a aquellos bárbaros y les han recordado la religión de los
cristianos. Ellos lo han aprendido tan al pie de la letra que han llenado de
cruces de palo todos los altozanos de su valle.
No les extrañó que un día sorprendieran a uno de los
brujos que aparentaba escuchar palabras dentro de una visión:
"No me
voy de este rincón
cuyas
campañas profundas
cerró la
naturaleza
de estas
nevadas columnas
porque aquí
vive Brianda...
Esta fiera
que ha venido
ha dado en
esta locura:
¡Dos mil
señales he puesto!
Dame
licencia que huya;
que tienen
tanto poder
desde
aquella sangre pura...
Nuestra
amistad se acabó:
así los
tiempos se mudan.
De una Alba
seréis vasallos,
que el Sol
de Cristo os anuncia.
Ya no nos
veremos más:
una mujer
fue la culpa.
¡Seis
siglos os engañé!
¡Cristo
vive su cruz triunfa!
Pero lo peor de todo, lo más difícil, es que Brianda
está a punto de ser madre.
¿Cómo se podrá convencer a aquellos hombres de que
Brianda es mujer? ¿Cómo van a reaccionar aquellos bárbaros?
¿Se les podrá decir que los hombres en otros mundos
también paren?
En este laberinto de dudas, por si fueran pocas, aparece
la última complicación: Mendo de Almendárez, el amigo íntimo que lo ayudó a
escapar, aparece delante de ellos, apresado por un amante ultrajado: el forzudo
Giroto.
Se resiste a perder a Geralda, a su Geralda, conquistada
en no sabe qué tiempo por otro extraño.
¡Todo parece imposible!
Mendo anuncia a todos que el Duque de Alba se acerca
a aquellos lugares rodeado de sus caballeros. Han venido a cazar, pero le han
dicho algunos aldeanos de La
Alberca y El Castañar que tienen noticias ciertas de que al
otro lado de los montes, en los territorios en litigio, pueden estar los
criados que en vano se han buscado por todos los dominios.
El Duque descansa en su albergue de la Sierra de Francia.
Una mañana radiante de agosto el Gran Duque de Alba
quiere descorrer el misterio que encierran aquellos difíciles valles. Los
serranos, que conocen los caminos, lo llevarán hasta allí. Es algo necesario.
No viven seguros y reclaman al Duque:
"Si a
todos no los matáis
y permitís
que ausente
tan fiera y
bárbara gente,
no hayáis
miedo que tengáis
hijos ni
haciendas seguros".
El Duque se dirige a aquellos extremos de sus tierras.
Es un camino lento, intrincado.
A medida que avanzan crecen las dificultades, pero también
la belleza. Por algo esas tierras se llaman LAS BATUECAS.
En aquellos momentos España, con Colón, va a romper
el misterio que se guarda tras las Columnas de Hércules.
También aquí el Duque va a romper el misterio que se
esconde en aquella parte final de su territorio.
"¡Hombres
de casi setecientos años
de habitación
en un profundo valle,
sin conocer
que hay Dios, ni reyes, ni leyes!
¿En qué
libro se escribe mayor fábula?
Ahora bien,
esto es cosa que me toca,
como señor
de aqueste monte y valle,
y más como
a cristiano caballero.
Yo pensaba
cazando entretenerme
por esas
sierras jabalíes y osos:
la caza de
estos hombres bárbaros.
Júntense
los villanos de estos valles,
y con
diversas armas y azadones
abran
camino a los caballos míos;
que he de
bajar yo mismo a ver el valle,
y reducir a
esta perdida gente
a Dios, a
Rey y a la ley y a orden política".
El Duque no acierta a comprender lo que tiene delante
de sus ojos. Unos hombres con aspecto bárbaro, vestidos con pieles, se
presentan delante de él a la entrada misma del valle.
Entre ellos, desconocido, Juan el huésped, que les ha
convencido de lo inútil que sería oponerse por la fuerza a tan poderoso señor.
Es mejor someterse generosos a su servicio para seguir viviendo tranquilos en
su valle.
Él es embajador emocionado que va a pedirlo.
Al encontrarse con el Duque oye unas palabras que le
alientan:
"Hombre, cualquiera que seas, si me entregas esta
gente, que aquí vive encerrada haré cuanto me pidas"...
Juan, con un grito salvaje, casi de fiera, consigue
que aparezcan los bárbaros escondidos entre la maleza:
Brianda lleva un hijo en los brazos. Todos se han
puesto de rodillas. Juan es el que habla:
"Si mi
palabra he cumplido,
cumple,
señor, tu palabra;
ves aquí
estas reliquias,
ya de los
godos de España.
Estos son
los descendientes
de aquellos
que la habitaban
cuando la
perdió Rodrigo
por amores
de la Cava ".
"Grandes
servicios me has hecho.
No hayáis
temor, gente hidalga;
llegad,
¡abrazadme todos!"
Desde aquél día Las Batuecas, aquella parte de Las
Batuecas, eran más de la Casa
de Alba.
Quiso la suerte que más adelante, otro de los Señores
Duques hicieran depender la parte alta, la más hermosa del valle, directa-mente
de los pueblos vecinos que exageraron mucho más su señorío.
Luego la división provincial consumó la injusticia que
no merecie-ron ni la belleza del lugar ni la ascendencia real de sus hombres.
Las famosas letras TSDR del escudo guardado celosamente
en la cueva han revelado su misterio, y significan:
TEÓFILO SOBRINO DE RODRIGO
No era, pues, extraño que se guardaran con tanto misterio.
Aquellos hombres bárbaros, era y aún son, descendientes
del godo Teófilo, sobrino de don Rodrigo.
Y LAS HURDES y LAS BATUECAS son dos caras de lamisma m
oneda:
LAS BATUECAS son las BATUECAS de SALAMANCA. LAS HURDES
son las BATUECAS de CACERES.
Menos mal que al fin hoy las cosas se van normalizando.
Se está cumpliendo la profecía que hiciera en su obra
"Las Batuecas del Duque de Alba", el Gran Lope de Vega:
"¡Válgame
Dios, que es mirar
al cielo
desde este suelo
Las peñas
tienen el cielo,
y el cielo
parece un mar.
Entre las
nubes se embebe
su extremo,
y acá están ellas
cargándose
las estrellas
sobre sus
hombros de nieve.
¡Si de
aquel gigante el celo
fuera de
verdad! Estos son
los montes
con que Tifón
quiso
conquistar el cielo.
Por peñascos
tan cerrados,
que
volverlos a subir
no espero,
sino morir
en la arena
de estos prados".
FUENTES:
-Biblioteca
de Autores Españoles. Tomo XXIV: "Crónicas y Leyendas Dramáticas de
España", por Lope de Vega.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
0.104.3
anonimo las urdes-extremadura
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