En los siglos XII y XIII, Cáceres era una gran
fortaleza mora.
La ciudad que fundara el cónsul romano Lucio Cornelio
Balbo veintiocho años antes de Cristo, con el nombre de Norba Cesarina, volvía
a recobrar el esplendor que con Roma la venía a situar entre las cinco colonias
más importantes de Lusitania.
Tuvo siempre categoría de reducto inexpugnable por su
emplazamiento sobre las rutas del Tajo y del Guadiana.
Después del eclipse de los bárbaros, los árabes la habían
hecho su plaza fuerte, llamándola, precisamente por eso, Cazires.
Desde aquí, los agarenos realizaban todo tipo de
"razzias", conscientes de la impunidad que les proporcionaban las
murallas de tapial y el siempre inexpugnable "alkazar", donde vivía
su señor y jefe.
Muchos fueron los intentos de reconquista. Pero todos
venían resultando inútiles hasta el reinado de Alfonso IX, en 1229. Aún para
este monarca la empresa se convertía casi en imposible. Ya habían fracasado sus
primeros asaltos.
Posiblemente hubiera sucedido lo mismo en los demás,
a no mediar la suerte o, mejor, la ayuda, de una dama cuyo nombre no hemos
podido averiguar. Para todos era, sencillamente, la Princesa.
En aquellos momentos los cristianos habían triunfado
ya en las Navas de Tolosa.
Los árabes estaban fragmentados en pequeños reinos,
general-mente hostiles entre sí, atentos más a la propia supervivencia que a
proyectar una empresa común frente a leoneses y castellanos, que estaban unidos.
Gobernaba la inexpugnable villa un Kaid, moro soberbio
y arrogante, que apoyaba su poderío en las singulares defensas que le
rodeaban.
La ciudad o villa, como se la quiera llamar, estaba
formada por diversos alcázares y mansiones de caudillos o caciques agarenos.
Se comunicaban entre sí por galerías subterráneas. Varias de ellas tenían
salidas ocultas fuera de las murallas. A la sombra de las higueras y nogales,
disimuladas entre zarzas y tamujales, apenas podían ser descubiertas.
Entre ellos había, quizá hay, una famosa galería llamada
"Mansa Alborada" o, como la llama el vulgo, "Mansaborá".
"Avanza tortuosa, soterrada, obstruida, y va a dar, después de describir
un ángulo recto, a la ronda de las huertas".
Hoy se han perdido sus huellas por arte de encantamiento.
Por eso nadie la conoce. Pero allí está. Da acceso a una mansión encantada,
donde habita el espíritu de una princesa mahometana. Todos los años, en la
noche de Sanjuan, sale a dar una vuelta por aquellas cercanías.
Es curioso que en esa parte, ni ahora ni antes, se
haya podido levantar ningún edificio, ninguna casa señorial.
No son pocos los que han sentido "el espíritu de
la mora por encima de las murallas, convertida en gallina con polluelos de
oro" (Conde de Canilleros).
¿Qué había hecho esa mujer para ser castigada de
aquella manera?
Nada.
Simplemente ser bella, ser mujer, y ser enamorada.
Cuando en aquellos años se hacían las guerras, aun
siendo guerras de razas y religiones, no eran como las nuestras. Largos
asedios, osadías personales, singulares desafíos eran episodios sobresalientes
de las empresas de la
Reconquista.
Alfonso IX de León se había empeñado en extender la Reconquista a las
tierras que se decían de nadie. Cáceres, una acción tentadora.
Había que borrar el recuerdo del primer fracaso. Para
conseguirlo llamó a sus mejores capitanes. Quería convencer al Kaid de los
Alcázares de que el empeño era definitivo.
Por eso destacó una embajada que pidió ser recibida
por el señor Alkaide de la fortaleza. La presidía un notable, aguerrido y
apuesto capitán.
Cuando llegó al palacio pudo contemplar a la bella
agarena, la hija única, y por eso más querida del Kaid. Fue bastante un
encuentro, sin mediar palabras, para que el capitán, ante el fracaso de la
rendición del padre, se compensara con el enamoramiento de la hija.
Cuando cruzaba la sala y se despedía, una dama obsequió
al capitán leonés con un pañuelo, recuerdo de su visita. En aquellos siglos
era una contraseña bastante socorrida.
Cuál no sería su sorpresa, cuando al llegar a su
tienda encontró dentro del pañuelo una misiva. Decía:
"Acude todas las noches a la calleja de Mansa
Alborada, y una dama te acompañará hasta mi presencia".
El capitán pensó siempre en una trampa, pero el corazón
le hablaba de un amor que podía ser el comienzo de un sueño de ventura.
Y fue.
Cuando menos lo esperaba, entre la maleza, una gentil
aya moruna le invitó al aposento de su señora.
¡Qué sorpresa! Después de recorrer la galería pudo
contemplar, de repente, la belleza singular de la mujer que desde la primera
visita le había cautivado.
Los encuentros se repitieron, y el mancebo cristiano subía
todas las noches a "satisfacer la sed de amor de la agarena".
Pasaban días, y el cerco seguía en el mismo estado.
"El Kaid, a las intimidaciones de rendición de
los leoneses, contes-taba con mofas y sarcasmos".
El enamorado doncel, valiéndose del ascendiente que
había logrado sobre el corazón de su enamorada princesa, obtuvo las llaves de
la entrada a la galería.
Había jurado insistentemente que sólo las utilizaría
para sus visitas de fiel amante. Y así fue en sus propósitos iniciales. Pero
en aquellos momentos de asedio inútil pesaban demasiado sus responsabilidades
de capitán y caballero.
Pensó incluso que si lograban tomar la ciudad y él se
significaba por su especial aportación le sería más fácil atraerse la
recompensa de su Rey, y con ella sacralizar los amores, que por ocultos, tanto
le venían agobiando.
El animoso capitán logró se aprobara su plan: las mesnadas
alfonsinas simularían un ataque a las murallas por los lados opuestos de la
población.
Él, seguido de un grupo de peones escogidos, se presentaría
en los salones del alcázar, sembrando el terror y el desconcierto en la
morisma.
Las cosas resultaron demasiado fáciles.
El Kaid descubrió la causa de su derrota. Indignado
por la responsabilidad de su hija fulminó
contra ella y sus valedores un anatema más tremendo
que la muerte misma:
La lanzó con su aya y con sus damas al subterráneo que
iba a dar a la calleja de la
Mansa Alborada , donde en castigo de su traición permanecerían
hasta que los hijos del Profeta volviesen a reconquistar la plaza perdida por
su culpa.
Para que nadie pueda rescatarlos, la entrada y salida
de la galería desaparecieron a la vista de los simples mortales.
Como los muslines no han vuelto a reconquistar Cáceres,
allí permanece la encantada y a la vez maldita princesa enamorada, acompañada
de su aya fiel y sus doncellas jóvenes.
Por el conjuro poderoso del Kaid convertidas sus quejas
en piar de gallinas y polluelas, no tienen otro rato de expansión que el que a
casi todos los seres encantados depara la noche de San Juan:
Salen entonces a dar una vuelta por los contornos y
lanzan hondos suspiros, plañideros píos, esperando el día de su desencanto.
Desde el altozano frontero al antiguo alcázar, hoy Casa
de las Veletas, tenues, muy tenues, las personas de exquisita sensibilidad aún
ahora los pueden escuchar.
FUENTES:
-Miguel Muñoz de San Pedro, Conde
de Canilleros, "Extremadura" (La tierra donde nacían los dioses).
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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anonimo caceres-extremadura
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