Es ella. La Jordana. Los pacenses la contemplan acurrucada
en las callejue-las que suben a la alcazaba.
Todos la conocen. Todos la recuerdan. Es la víctima
inocente de un destino incomprensible. Por los mismos lugares y a las mismas
personas, por las puertas que pudieran ser sus casonas y señoríos los que la
acompañaron en los momentos de grandeza abren sus bolsos y dejan caer una
limosna.
La mano que la recoge es aún blanca, y a poco que uno
se fije conserva la firma de su aristocracia. Suele estar encorvada, quizá
para disimular su vergüenza y, aún así, entre los andrajos de su vestimenta,
deja asomar la esbeltez que nunca pierde el cuerpo criado a la sombra de la
pulcritud y del cuidado refinado. Aún parece que despide el perfume de antiguos
ungüentos orientales, como si recordara su descanso entre encajes y cachemires.
iQué veleidosa es la suerte de la fortuna!
¡Qué amarga la soledad heredada de la desgracia!
¡Pobre jordana!
Algunos piensan que es ciega, porque nadie ha vuelto a
contemplar los ojos brillantes de otro tiempo, cuando despedían aristocrática
grandeza. Pero no. No es por eso. Es que le sobran sufrimientos. Tiene sobre el
alma un mundo personal interior tan denso, tan complejo, que ni ella misma
alcanza a comprender. En su recuerdo sólo asoman cadáveres y rostros
misteriosos.
I
Cuando el Rey de Portugal atravesaba las calles de
Badajoz aureolado de señorial comitiva, entre los caballeros que lo
acompañaban destacaba la figura apuesta, rica y arrogante de Joan Franco. Su
mirada de gentil caballero ha encontrado entre la apiñada multitud a una dama
atrayente, también señorial y muy hermosa. Las dos miradas han chocado de
frente y nadie los ha descubierto si exceptuamos al pajecillo de la dama, un
angelical adolescente que custodia siempre a su virginal señora. La ama tanto
porque los une una corriente de amistad más que profunda. Ella es huérfana muy
singular y él un niño inocente recogido no se sabe dónde.
Cuando los dos vuelven sus pasos y cruzan el largo
puente del Guadiana encuentran un grupo de curiosos. Entre ellos destaca un
hombre de edad madura, de tez oscura, ojos negros, mirada fría, gruesos labios,
larga barba prolongada hacia abajo, que al resbalar sobre el pecho deja al descubierto
las primeras canas. Todos dicen que es judío, pero nadie lo asegura. Su
presencia en la ciudad está rodeada de misterio.
¿Qué busca allí?
¿Quién es?
Nadie lo sabe.
Al pasar Jordana delante del desconocido clava en ella
sus ojos calculadores y la dulce e inocente mujer siente su cuerpo penetrado de
una mirada siniestra y escalofriante.
Todo ha quedado en miradas.
Pero hay algo que Jordana presiente y no olvidará
jamás.
II
Al día siguiente de la llegada a Badajoz del Rey portugués,
Joan Franco, el caballero preferido del monarca haciendo honor al voto de su
apellido, "A más de honor, franco amor", envía una misiva aJordana
porque quiere verla en palacio. Ella, cortés y aristócrata, vestida de sedas,
y adornada de joyas deslumbrantes, va a ser recibida por el primer caballero
lusitano.
El ambiente no puede ser más refinado. La favorecida
doncella cruza entre galanes y damas. Las calles y las estancias están llenas
de rendidos admiradores y ojos envidiosos...
Juan Franco le espera anhelante y sus ademanes demuestran
el fuego que se ha encendido tan deprisa en su corazón.
La visita ha sido secreta, pero respetuosa. Rápida, pero
significativa. Jornada abandona muy pronto el lugar. Joan Franco no puede
disimular el fracaso de sus intenciones. Pero un caballero no se rinde y jura
que aquella doncella tiene que ser suya.
Piensa tal vez que la ciudad extremeña es "la
dulce, veleidosa y melancólica Lisboa". Piensa que el primero entre los
cortesanos de su Rey no puede ser desdeñado en sus pretensiones.
III
Algunos días después.
La ciudad está consternada.
Badajoz ha cambiado de signo.
No se habla de otra cosa: el joven privado que acompañara
al Rey de Portugal ha aparecido muerto.
Se habla de que ha sido un lance amoroso.
Tiene el cuerpo atravesado por una cuchillada que le
parte el corazón.
Lo encontraron junto a los árboles que vigilan los torreones
de la alcazaba.
Nadie sabe quién es el matador.
Pero todas las lenguas apuntan en la misma dirección.
Gonzalo Bejarano, el otro caballero español, enamorado de Jordana, lo ha
vencido en un lance amoroso, y la disputa por la bella dama, es la única causa.
Jordana ha ido a rendir tributo al hombre que tan intensamente
la había admirado. Cubierta de negro y el velo sobre la cara, apenas nadie ha
sabido descubrirla.
Pero otra vez al cruzar la calle donde está su
palacio, se ha vuelto a encontrar con el hombre misterioso que clavó en ella
sus ojos el día que cruzó el puente del Guadiana. Y otra vez sin cruzar una
palabra la mirada limpia de la doncella inocente se ha visto humillada por el
mirar avieso del hombre misterioso.
IV
Más tarde. Cuando parecía que se estaban olvidando los
ecos de la primera muerte, todo Badajoz llena el templo catedralicio. Las
exequias han sido majestuosas, propias de su rango de aristócrata y, sobre
todo, desagravio a una muerte inesperada, cruel, incompren-sible.
¡Gonzalo Bejarano, la flor de los caballeros pacenses
ha muerto!
¡Y su muerte es desconocida!
Ni espadas. Ni desafíos. Ni luchas.
Simplemente se ha encontrado su cadáver flotando en
las aguas mansas y no profundas del río, justo en el lugar donde se despide de
España para entrar en Portugal.
Cuando terminaron los oficios, en el silencio del templo
una mujer suspira, llora, levantando los ojos al cielo pide explicaciones,
porque no comprende los hechos.
En la calle la gente, con más crueldad aún, dirige sus
críticas hacia la que sin quererlo, convierten en víctima inocente. Los
portugueses y, sobre todo, Lopes de Mendoza, podrían descifrar el misterio de
esta sangre. Y aunque a ella sola, al corazón de Jordana, se asoma un
personaje. El hombre de mirada oscura, de risa cruel, el del día del Guadiana,
debe estar en la entraña de todo.
Pero, ¡cómo probarlo!...
V
Meses más tarde, cuando nadie lo espera, un día gélido
del frío invierno, como la nube que se pierde en el horizonte, Jordana abandona
la ciudad. Sola, con los ojos deshechos por las lágrimas, se vuelve para despedirse
de lo suyo. La ropa es un sayo pordiosero. Su mano se avergüenza, tiembla,
porque de ahora en adelante pedirá limosna a los mismos que ella dio. Parte del
terruño que hollan sus plantas, tierras de encinares, fastuosas heredades y
mansiones solariegas, la conocen como dueña...
Nadie lo cree. La ciudad tranquila vibra nuevamente
por la noticia.
El personaje de la barba negra, de mirada siniestra,
de semblante oriental, está realizando en subastas la cuantiosa fortuna que
perteneció a la huérfana enamorada. La misma que él persiguió con su mirada
desde el funesto día del puente del Guadiana.
¿Qué cataclismo ha llevado a un desenlace tan funesto?
¿Qué buscaban las miradas del personaje misterioso?
¿Era él quien estaba enamorado de la bellajordana? ¿Es el culpable de tantos
crímenes?
Ya no importa.
A muchos beneficia la suerte, y todos cuantos pueden,
satisfacen su egoísmo.
¡Oh, crueldad, cuando invade el corazón de los hombres
avaros!
VI
Luz de un nuevo día. Primavera. Al ocaso la tarde va
muriendo.
"En el jardín de la mansión señorial que
perteneció a Jordana, adquirido por los Lopes de Mendoza, suenan dulces acentos
musicales. Los pasos tardos y desiguales de la mendiga turban el sosiego de la
calle. Se ha detenido al escuchar la armonía delicada y, después, después...,
la claridad de una luna nueva llena todo de paz y de pureza.
Allí, entre las azucenas y las rosas de la nueva estación,
Jordana se endereza. Tiene en la mano una azucena blanca que ya está abierta.
La oprime contra su pecho y, mirándola, mirándola..., se dobla su cuerpo hasta
quedar tendido en las flores que antaño ella podía haber plantado.
A la mañana siguiente, cuando Lopes de Mendoza quiere
despertar a la desgraciada mendiga ya no hace falta.
Está muerta.
Y la voz de bronce de los campanarios, dicen, llorando
otra vez, su alegre cantar mañanero. Ahora Badajoz no se estremece.
¿Para qué?
La muerta es sólo una mendiga.
¡Signo cruel del cambio de fortuna!
FUENTES:
-Vicente
Mena, "Leyendas Extremeñas".
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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