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miércoles, 6 de noviembre de 2013

El bobo de coria

Cuando el Duque de Alba descubrió Las Hurdes o Batuecas Extremeñas, de las que él mismo era Señor, co­menzó a preocuparse por aquellos hombres que su dra­maturgo Lope de Vega había descubierto como raza de reyes.
Arriba, en la parte alta, en las casi inaccesibles monta­ñas, encontró en unos poblados algunos desgraciados, cuyos cuerpos presentaban contexturas verdaderamen­te deformes.
Llevado de su integridad de Señor, le preocupaban estas criaturas.
Pudo descubrir que por culpa de sus deformidades, eran hombres de escaso talento, pero con una simpatía y gracia por encima de lo que parecía normal.
Uno de estos seres vivía en Calabazas, alquería perte­neciente a Camino morisco. Presumía, ¡pobrecito!, de ser el gracioso de la comarca.
El Duque de Alba se interesó por él, hasta el punto de llevárselo a Coria, para alegrar el palacio que sus ante­pasados habían levantado en el siglo XV. Era ésta una costumbre muy extendida, que algunos remontan a los períodos de esplendor en Persia. Casi todos los grandes Señores tenían en sus mansiones, al igual que el Rey en su Corte, bufones que la mayoría de las veces eran ver­daderos cretinos.
El recién llegado, pronto se hizo famoso en la man­sión ducal, y hasta en toda la ciudad. Entre la nobleza ponía el contrapunto de la risa y de la chirigota frente a la rigidez y severidad de los actos oficiales.
Era el relajamiento psicológico de los poderosos que descargaban cruelmente en ellos los impulsos reprimi­dos de la burla y del sarcasmo.
Más que personas eran animales, a quienes pagaban su trabajo con la comida y el vestido, no pocas veces el desecho de sus amos.
En Coria también se hizo famoso, hasta el punto de que lo bautizaron de nuevo con el nombre de su pueblo natal: "Calabacillas". Más tarde, cuando se olvidó el mote cauriense se le seguía recordando. En la Catedral, sobre la puerta del Poniente, edificada en los siglos XV y XVI, muestra bellísima del plateresco español, la estatua decorativa en granito que está colocada sobre una pilas­tra de la balaustrada, y que el mismo pueblo de Coria la siguió, y la sigue llamando, "El Bobo".
La fama de Calabacillas llegó hasta la misma Corte.
Fue quizá en una de las muchas conversaciones que los Duques de Alba mantenían con Felipe IV.
Este Rey literato, que dejó en manos del Conde-Du­que de Olivares su gobierno, tenía tiempo para intere­sarse por caprichos tan sencillos y tan inútiles como un bufón.
Felipe IV se "enamoró" en tal grado del bufón de su amigo, que el Duque no tuvo más remedio que regalár­selo al Monarca.
Este capricho real obligó al cretino Calabacillas a vi­vir en la misma Corte.
Cualquiera pensaría que éste era el culmen de una ca­rrera de gloria política. Pero los sentimientos humanita­rios, que viven en el fondo de cualquiera, nos obligan a pensar más en actitudes de rechazo.
Con todo, Calabacillas, allá por los años 1632 estaba al servicio del Rey. Tenía sueldo y una mula o acémila para las jornadas. Todavía no había recibido el último nombre de: "Bobo de Coria".
Coincidió entonces en la Corte con Velázquez, Lope de Vega, Quevedo, Góngora y otros mil personajes fa­mosos. ¡Arbitrariedades de la Historia!
Aquella Corte, mezcla de grandeza y de miseria, don­de ya se adivinaba nuestra decadencia imperial, quedó reflejada en la hábil verdad de los lienzos de Velázquez.
El retrato de Calabacillas pertenece a la tercera época del pintor.
Es un retrato de las etapas cuajadas de su autor.
El dibujo es grueso. El color notablemente simplifica­do con tonos sepias, rojos, verdes, pero siempre oscuros. El rostro y las manos llenos de vida y de lástima, tradu­cen la miseria de esta pobre criatura.
Al contemplarlo, aunque él parezca hacerlo, nadie ríe.
Son lágrimas muy sinceras las que arranca, porque a través de este cuadro la humanidad sigue recordando la crueldad que la vida deparó a estos pobres meneste­rosos.
La posteridad todavía ha sido más cruel.
Le borró su nombre. A partir de 1974 lo humilló aún más y le dio el nombre que aún hoy conserva: "BOBO DE CORIA".

FUENTES:
-"Motivos Extremeños", de Tomás Martín Gil.
-"El Regional". Semanario de Plasencia. Primera época.

Fuente: Jose Sendin Blazquez

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