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miércoles, 6 de noviembre de 2013

La semana santa de wellington en plasencia

Corría el año 1813 y eran los días sagrados de la Se­mana Santa. Plasencia celebraba en su Catedral los Ofi­cios Divinos.
Las naves del templo estaban abarrotadas de fieles.
La ciudad daba gracias a Dios, porque el calvario a que había estado sometida por los franceses parecía concluido. Aún tenían adornadas con flores las tumbas de sus héroes como aquellos que habían salido a detener a las legiones de Sebastiani y Lefébre en el Tiétar, cor­tando para los franceses el paso de barcas de la Bazago­na. Los campos seguían escuálidos porque sus cosechas y ganados se sacrificaron para dar de comer a los 25 000 soldados gabachos. Humeaban aún quemados por la ira y la venganza de los pueblos de Malpartida, El Torno, Jerte, Vadillo, Tornavacas...
El Hospital de Santa María funcionaba otra vez, olvi­dándose del furibundo asalto. El palacio episcopal ha­bía vuelto a ser estancia del prelado, después que Lefé­bre se viera obligado a abandonarlo como cuartel de Es­tado Mayor. Y había razones para que siguiera funcio­nando como Capitanía de generales.
En aquellos momentos estaba en Plasencia el general inglés Wellington con un ejército británico y una divi­sión portuguesa. La ciudad le tenía abiertos sus brazos gustosa porque era una garantía más del triunfo contra la afrancesada.
Contrastaba, sin embargo, la sencillez y devoción del lord linglés, aunque protestante, con la altanería de que hiciera gala el francés, presumiblemente católico.
Wellington quiso tomar parte de las celebraciones sa­gradas. Manifestó al cabildo sus deseos de seguir las ce­remonias del Triduo Sagrado.
El cabildo catedralicio acepta gustoso y el general protestante ocupó la segunda silla del coro, al lado mis­mo del deán. Su piedad y recogimiento fueron el mejor pago al favor recibido, pues "siguió los oficios divinos con la mayor devoción y compostura, leyendo en una semanilla en castellano". "Concluidos que fueron, con­fesó que no tenía comparación el rito protestante al cató­lico, que éste todo lo hacía con mayor magnificencia e inspiraba mucha más devoción".
Pero su estancia en Plasencia se vio turbada por un hecho que sólo varios años después pudo conocerse en su total integridad.
Una vez más, se cumplió el adagio: "A la sombra de los gitanos, roban los aldeanos".
Sin razones suficientes para ello, a los soldados ingle­ses, por el hecho de ser protestantes, se les hizo respon­sables de un robo sacrílego efectuado por aquéllos en la ciudad.
"Los vecinos se fijaron en que sería su hechura, mas no fueron, y sí dos españoles. Así lo manifestó el año 1845 fray Pedro Pérez de Madrid por confesión hecha a él por uno de los sacrílegos robadores en el sermón que predicó el día de la fiesta del referido año, en el cual in­dividualizó del modo que lo perpetuaron, y fue de la ma­nera siguiente:
El 5 de mayo de 1813, dos hombres se quedaron ocul­tos en la tribuna de esta parroquia de San Esteban, don­de esperaron viniese la noche. Llegada que fue, ya que les pareció podían bajar sin ser oídos ni sentidos, dieron principio a andar con pasos trémulos y llegando al altar mayor, forzaron la puerta del Sagrario, uno de ellos co­gió el Santísimo Copón y después la volvió a entornar, y con el Señor robado en sus manos inmundas, volvieron a subir a la tribuna, donde permanecieron aterrados hasta que el sacristán abrió la iglesia a las cuatro y media de la mañana. Procuraron ganar la puerta que da al sa­liente, la que consiguieron, y sin detenerse tomaron la dirección de la Plazuela de la Catedral, en ésta ya no sa­bían dónde ir; el que llevaba el Sagrado Copón trató le tomase el compañero, pero se negó. De repente, uno y otro quedaron parados sin saber qué hacer. Tal era ya su estupor y azoramiento, que no se les prevenía dónde marchar por creer que todos los miraban e iban a ser descubiertos. Por último salieron de la ciudad por el postigo de Santa María, y sin perder momentos, horrori­zados a sí propios, no se les previene otra cosa que pasar al cercado que llaman de San Marcos, distante de la ciu­dad cien pasos. Ya dentro y próximo a su pared, dando frente a la parroquia de San Juan Bautista, hicieron un hoyo y en él depositaron al Señor de todo lo criado. Él mismo no quiso permanecer en el lugar tan inmundo, y para salir de donde dos hombres sacrílegos le habían puesto, permitió que dos bueyes le descubriesen en la mañana, con el fin de que fuese trasladado donde lo ha­bían sacado.
Como consecuencia de los hechos se fundó en la pa­rroquia de San Esteban una hermandad que, con apro­bación real, celebra todos los años el acontecimiento milagroso".
Esta misma cofradía "colocó una cruz para perpetua señal y cercó su alrededor, pero no está techado"... "en el cercado que llaman de San Marcos"... "propiedad del honrado labrador don Vicente de Sanbade".
El lugar está muy próximo a la iglesia de San Juan Bautista.
Fue en una de las conmemoraciones anuales donde fray Pedro hizo la revelación del hecho, cuyas palabras hemos copiado fiel-mente.
La mayoría de los presentes eran testigos personales y confirma-ban con su presencia todos los extremos relata­dos. Estaba en la memoria el recuerdo de las fiestas que celebró la ciudad para desagraviar a Jesús Sacramen­tado.
El libro de donde hemos copiado fue escrito por el mismo que asistió como monaguillo al sacerdote que re­cogió el Copón y las Formas de la tierra. Aunque ya era mayor, en su prosa deja traslucir una emoción que resul­ta imborrable.
Recordemos también que en el acta notarial que se le­vantó para dar fe del suceso se hace especial hincapié "en que los bueyes (cuando araban) se quedaron clava­dos delante del copón y no hubo fuerza humana que los moviera, hasta que no fueron recogidas las Formas Sa­gradas y trasladadas procesionalmente a la catedral, he­cho que sucedió tres horas después".
Hasta hace muy poco tiempo se conservaban la cruz y el cercado de canterías en una de las huertas próximas a la iglesia de San Juan. Para construir el actual barrio del mismo nombre se destruyó este recuerdo.
Una vez más, la insensibilidad y el egoísmo han pre­valecido sobre la historia y la piedad.
Pensábamos que el haber conservado este recuerdo hubiera incluso beneficiado a las construcciones unifor­mes y prosaicas que allí se han levantado.
Rendimos con estas líneas un sencillo recuerdo a este hecho, que siempre se tuvo por milagro.

FUENTES:
-"El Regional", Plasencia.
- Alejandro Matías Gil, "Las siete centurias de la ciudad de Alfon­so VIII”.

Fuente: Jose Sendin Blazquez

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