Corría el año 1813 y eran los días sagrados de la Se mana Santa. Plasencia
celebraba en su Catedral los Oficios Divinos.
Las naves del templo estaban abarrotadas de fieles.
La ciudad daba gracias a Dios, porque el calvario a
que había estado sometida por los franceses parecía concluido. Aún tenían
adornadas con flores las tumbas de sus héroes como aquellos que habían salido a
detener a las legiones de Sebastiani y Lefébre en el Tiétar, cortando para los
franceses el paso de barcas de la
Bazago na. Los campos seguían escuálidos porque sus cosechas
y ganados se sacrificaron para dar de comer a los 25 000 soldados gabachos.
Humeaban aún quemados por la ira y la venganza de los pueblos de Malpartida, El
Torno, Jerte, Vadillo, Tornavacas...
El Hospital de Santa María funcionaba otra vez, olvidándose
del furibundo asalto. El palacio episcopal había vuelto a ser estancia del
prelado, después que Lefébre se viera obligado a abandonarlo como cuartel de
Estado Mayor. Y había razones para que siguiera funcionando como Capitanía de
generales.
En aquellos momentos estaba en Plasencia el general
inglés Wellington con un ejército británico y una división portuguesa. La
ciudad le tenía abiertos sus brazos gustosa porque era una garantía más del
triunfo contra la afrancesada.
Contrastaba, sin embargo, la sencillez y devoción del
lord linglés, aunque protestante, con la altanería de que hiciera gala el
francés, presumiblemente católico.
Wellington quiso tomar parte de las celebraciones sagradas.
Manifestó al cabildo sus deseos de seguir las ceremonias del Triduo Sagrado.
El cabildo catedralicio acepta gustoso y el general
protestante ocupó la segunda silla del coro, al lado mismo del deán. Su piedad
y recogimiento fueron el mejor pago al favor recibido, pues "siguió los
oficios divinos con la mayor devoción y compostura, leyendo en una semanilla en
castellano". "Concluidos que fueron, confesó que no tenía
comparación el rito protestante al católico, que éste todo lo hacía con mayor
magnificencia e inspiraba mucha más devoción".
Pero su estancia en Plasencia se vio turbada por un
hecho que sólo varios años después pudo conocerse en su total integridad.
Una vez más, se cumplió el adagio: "A la sombra
de los gitanos, roban los aldeanos".
Sin razones suficientes para ello, a los soldados
ingleses, por el hecho de ser protestantes, se les hizo responsables de un
robo sacrílego efectuado por aquéllos en la ciudad.
"Los vecinos se fijaron en que sería su hechura,
mas no fueron, y sí dos españoles. Así lo manifestó el año 1845 fray Pedro
Pérez de Madrid por confesión hecha a él por uno de los sacrílegos robadores en
el sermón que predicó el día de la fiesta del referido año, en el cual individualizó
del modo que lo perpetuaron, y fue de la manera siguiente:
El 5 de mayo de 1813, dos hombres se quedaron ocultos
en la tribuna de esta parroquia de San Esteban, donde esperaron viniese la
noche. Llegada que fue, ya que les pareció podían bajar sin ser oídos ni
sentidos, dieron principio a andar con pasos trémulos y llegando al altar mayor,
forzaron la puerta del Sagrario, uno de ellos cogió el Santísimo Copón y
después la volvió a entornar, y con el Señor robado en sus manos inmundas,
volvieron a subir a la tribuna, donde permanecieron aterrados hasta que el
sacristán abrió la iglesia a las cuatro y media de la mañana. Procuraron ganar
la puerta que da al saliente, la que consiguieron, y sin detenerse tomaron la
dirección de la Plazuela
de la Catedral ,
en ésta ya no sabían dónde ir; el que llevaba el Sagrado Copón trató le tomase
el compañero, pero se negó. De repente, uno y otro quedaron parados sin saber
qué hacer. Tal era ya su estupor y azoramiento, que no se les prevenía dónde
marchar por creer que todos los miraban e iban a ser descubiertos. Por último
salieron de la ciudad por el postigo de Santa María, y sin perder momentos,
horrorizados a sí propios, no se les previene otra cosa que pasar al cercado
que llaman de San Marcos, distante de la ciudad cien pasos. Ya dentro y
próximo a su pared, dando frente a la parroquia de San Juan Bautista, hicieron
un hoyo y en él depositaron al Señor de todo lo criado. Él mismo no quiso
permanecer en el lugar tan inmundo, y para salir de donde dos hombres sacrílegos
le habían puesto, permitió que dos bueyes le descubriesen en la mañana, con el
fin de que fuese trasladado donde lo habían sacado.
Como consecuencia de los hechos se fundó en la parroquia
de San Esteban una hermandad que, con aprobación real, celebra todos los años
el acontecimiento milagroso".
Esta misma cofradía "colocó una cruz para
perpetua señal y cercó su alrededor, pero no está techado"... "en el
cercado que llaman de San Marcos"... "propiedad del honrado labrador
don Vicente de Sanbade".
El lugar está muy próximo a la iglesia de San Juan
Bautista.
Fue en una de las conmemoraciones anuales donde fray
Pedro hizo la revelación del hecho, cuyas palabras hemos copiado fiel-mente.
La mayoría de los presentes eran testigos personales y
confirma-ban con su presencia todos los extremos relatados. Estaba en la
memoria el recuerdo de las fiestas que celebró la ciudad para desagraviar a
Jesús Sacramentado.
El libro de donde hemos copiado fue escrito por el
mismo que asistió como monaguillo al sacerdote que recogió el Copón y las
Formas de la tierra. Aunque ya era mayor, en su prosa deja traslucir una
emoción que resulta imborrable.
Recordemos también que en el acta notarial que se levantó
para dar fe del suceso se hace especial hincapié "en que los bueyes
(cuando araban) se quedaron clavados delante del copón y no hubo fuerza humana
que los moviera, hasta que no fueron recogidas las Formas Sagradas y
trasladadas procesionalmente a la catedral, hecho que sucedió tres horas
después".
Hasta hace muy poco tiempo se conservaban la cruz y el
cercado de canterías en una de las huertas próximas a la iglesia de San Juan.
Para construir el actual barrio del mismo nombre se destruyó este recuerdo.
Una vez más, la insensibilidad y el egoísmo han prevalecido
sobre la historia y la piedad.
Pensábamos que el haber conservado este recuerdo
hubiera incluso beneficiado a las construcciones uniformes y prosaicas que
allí se han levantado.
Rendimos con estas líneas un sencillo recuerdo a este
hecho, que siempre se tuvo por milagro.
FUENTES:
-"El
Regional", Plasencia.
- Alejandro
Matías Gil, "Las siete centurias de la ciudad de Alfonso VIII”.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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anonimo plasencia-extremadura
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