La planicie castellana, en dirección a Extremadura,
remata en la serie montañosa del Sistema Central. Allí se alzan como centinelas
de granito los Picos de Gredos y el Calvitero. Es una cadena con vocación de unidad,
que deja un angosto paso que llaman Puerto de Castilla o de Tornavacas. Son los
dos pueblos, últimos o primeros, de sus respectivas regiones.
Los separa una cortada barrera infranqueable, nada
fácil de superar. La carretera actual ha tenido que montarse sobre la calzada
romana, porque no existen posibilidades para mucho más.
Esta circunstancia estratégica ha sido suficiente
razón para que allí se desarrollaran acontecimientos bélicos de excepción con
los romanos, los árabes, los franceses o las Guerras de Sucesión.
Quizá la toponimia de la región es la que mejor recuerda
algunos de estos hechos, como agradecido desagravio a lo que muchos han
olvidado.
La historia y la leyenda van tan abrazadas que resulta
imposible separar el coto particular de cada una. Hasta es posible que se hagan
mutuo daño.
El hecho que recordamos se remonta a los tiempos de
Ramiro II.
La morisma se hace fuerte en el llano que hoy llaman
de la Vega del
Escobar. Conocían que unos pasos más bastaban para rodar por las escabrosas
defensas naturales hacia otras cuencas y regiones.
La batalla, por eso, se presenta como definitiva. Las
fuerzas cristianas están agrupadas, pero no mezcladas.
Son muchas.
Tienen sus campamentos muy cercanos: el Rey se sitúa
en un lugar central. Los señores feudales, capitaneados por don Gil García, a
uno de los lados. Los Obispos, Abades y religiosos, a otro.
Se lucha por la tierra y por el cielo.
Los muertos van al seno de Dios o al paraíso de Mahoma.
Las horas de aquél día interminable no son capaces de
señalar un claro vencedor. Si acaso, serían los musulmanes.
Antes de llegar la noche, los cristianos, cuando pensaban
en la retirada, observan en el cielo un aguerrido caballero que preside un
ejército medio invisible, medio real.
En las lomas y en los valles altos aparecen unas luminarias,
teas encendidas, que parecen significar la presencia de tropas de refresco. Se
las ve bajar desde la altura. Avanzan como animales salvajes. Es de noche. Los
moros se sienten desconcertados.
¿Quiénes son? ¿Qué tipo de lucha es ésa? ¿Cómo estaban
en lo alto? ¿Por qué avanzan con tanto brío? ¿Y ese caballero, ese jinete,
volando sobre el cielo con la espada desenvainada?...
Los pastores y ganaderos habían preparado durante la
tarde sus vacadas. A los cuernos de los animales ataron teas que ellos mismos
tenían fabricadas con estopas, sebos, resinas y aceites.
Cuando llegó la noche las encendieron y arreando los animales
enloquecidos hacia las huestes mahometanas, consiguieron que despavoridas se
auto-destruyeran huyendo en todas direcciones.
Desde arriba, los cristianos contemplaban atónitos el
espectáculo dantesco:
Luces veloces desparramadas en todas direcciones.
Carreras y zig-zag de hombres y de bestias. Gritos y bramidos. Estrellas y
sombras. Cornadas, atropellos, sangre y muerte. Reyes, Abades, Señores y
soldados asomados al balcón de Castilla.
Y Ramiro II, que también está en aquel mirador,
agradeció a los heroicos animales cuando vuelven a sus lugares y dueños, grita
emocionado:
-"¡Tornan las vacas! ¡Tornan vacas! ¡Tornavacas!"
En lo alto de la hoy tierra castellana nacieron una serie
de pueblos, cuyos nombres recuerdan a los partícipes en la batalla:
"Casas del Rey", donde se asentaron las tropas de Ramiro II
"Casas del Abad", donde estuvieron los jerarcas religiosos.
"Casas de Gil García", por uno de los señores feudales.
Y, presidiéndolos a todos, un pueblo nuevo, una peña y
una imagen: el pueblo nuevo fue, y es, Santiago de Aravalle.
La peña, que se llama aún "Pie de Santiago",
está en las estribaciones del Calvitero y muestra orgullosa una de las pisadas
del caballo de Santiago, el jinete de la batalla.
La imagen es la consecuencia: a partir de esta fecha
se comienza a representar a Santiago, el peregrino caminante, en forma de
guerrero sobre un caballo blanco. Así lo vieron en aquella tarde inolvidable.
Además, para conmemorar tantos hechos, se celebraron
"justas" o "torneos" que rememoraban el lugar donde
acaecieron los hechos victoriosos. Más tarde, cuando se olvidó tanta grandeza,
quedó aún lleno de orgullo, un villorrio que aún se llama "Justias" o
"Hustias".
Y es curioso, todos estos pueblos ocupan un espacio no
mayor que el que podía ocupar un ejército en los tiempos medievales.
Pero abajo, muy abajo, creció el que durante muchos
años fue el más importante de los pueblos del valle: TORNAVACAS.
FUENTES:
-F. Flores
del Manzano, "El valle del Jerte". Hacia una historia de la Alta Extremadura.
-Testimonios
directos recogidos en los pueblos de Tornavacas, Santiago de Aravalle, Las
Umbrías, etc.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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anonimo tornavacas-extremadura
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