I
Badajoz arde en fiestas.
Sus calles y plazas rebosan de gentes bullangueras.
Los hidalgos y los pecheros, en este día, alternan y ríen juntos, alrededor de
las hogueras encendidas en las plazas importantes.
Hacía mucho tiempo que el gozo pacífico de Sanjuan no
se celebraba de aquella manera. El Rey Sancho el Bravo ha conseguido pacificar
la levantisca nobleza. Dos rivales poderosos se venían disputando la hegemonía
caciquil de la ciudad: los "Portugaleses", estirpe lusitana, y los
"Bejaranos", que representan la alcurnia extremeña.
Aquella calma tranquila de la noche, en el recién estrenado
verano, se rompía alternativamente dependiendo de las corridas con que el
toro, suelto por las calles, acorralaba las turbas enloquecidas por el peligro
del feroz animal. A la larga soga, que cuelga de la testuz del toro, se
"ensartan chulos, pillos, borrachos y granujas". Mientras, el bravo
ejemplar, representante de la dehesa cercana, "corre, atropella, embiste,
retrocede, retemblando la tierra a sus pezuñas".
Cuando la masa popular, ebria y cansada, adormece,
vomita o descansa en cualquier lugar, comienza la hora de la aristocracia. Es
el momento en que las damas gallardas y los atrevidos galanes conquistan las
calles con sus ricos vestidos y plumas pintadas. Empieza, entonces, la función
a ser más noble, animada por bandurrias, vihuelas, menestriles y candelas.
El punto de cita es la Plaza de la Catedral , donde la
hoguera señorial vuelve a ser atizada para iluminar el cortejo de los
nobiliarios. Son ellos los que se aprovechan mejor, y en las últimas horas de
la noche, cuando las joyas de sus gargantas compiten en fulgor con las estrellas.
Son los momentos solemnes que esperan muchas damas
para descargar su obsesiva prepotencia, rebosantes de admiración o de envidia.
"Mas
entre todas ellas descollando,
como
erguido ciprés entre las murtas,
como
azucena en medio de las flores,
como entre
las estrellas la alma luna,
y la
atención universal llamando,
y calle abriendo
respetuosa turba,
doña Leonor
de Bejarano llega,
preconizada
sol de Extremadura.
Son sus
ojos luceros rutilantes,
que a los
del cielo con su lumbre ofuscan,
ébano son
las trenzas y los rizos,
que por su
cuello de marfil ondulan,
soberana su
altiva gentileza,
y su rostro
el compendio en que se juntan
gracia,
beldad, modestia, altanería,
alto
talento y discreción profunda".
Cuando hizo su aparición en la escena tendió con inquietud
su mirada, como si adivinara alguna conspiración siniestra al ocupar el trono
que por principal tenía reservado.
Los Portugaleses, enemigos tradicionales de su familia,
hoy se muestran más corteses, y en sus labios la lisonja quiere convertirse en
galantería. Pero las excesivas muestras de aduladores, al verse tan lejana de
las demás doncellas, la hacen sospechar alguna oculta maniobra.
II
En un rincón de la plaza, detrás de los pilares que
cortan los resplandores de la hoguera, forman siniestro grupo tres hombres
bañados por la sombra y embozados hasta las orejas en sus largas capas de paño
negro. Las intenciones de sus miradas no se pueden adivinar fácilmente, porque
los birretes de sus cabezas cubren lo que resta de sus rostros, que se antojan
matones. Cuando los ojos de alguno de ellos calcula cuanto pasa en la plaza,
dejan escapar dos relámpagos atroces.
Sólo doña Leonor los penetra más allá, y presiente en
su interior una tormenta que algo tiene que ver con su persona.
El grosero bullicio, después de una escala ascendente,
se convierte en atronadora alegría:
"Ninguna
dama desdeña,
por
encumbrada y altiva,
tomar ya
parte en la danza,
mostrando
su gallardía, c
on los
nobles caballeros
que
obsequiosos las convidan,
para que
luzcan su garbo
y ostenten
sus galas ricas.
Y a
respetuosa distancia,
si aún quedan,
pobres familias
cariñosas
las aplauden,
envidiosas
las admiran.
Doña Leonor
solamente
aún no ha
dejado su silla,
y algo
tiene su semblante
que
inquietud interna indica
por más que
afable en sus labios
brille
apacible sonrisa,
que a los
saludos y obsequios
corresponde
agradecida"...
Cuando ya la fiesta llegaba a su término, el padre y
los hermanos piden a doña Leonor que salga a animar el fin de la alegre danza.
Se lo ruega también un caballero del que todos dicen y aprueban como obsequioso
amante. En ese preciso momento cuando, entre aterrada y perpleja, la primera
dama de los Bejaranos intenta la gentil correspondencia, a espaldas de ella
misma, se levanta un griterío atronador e inesperado. Los tres siniestros
encapuchados comienzan una fingida reyerta, perfectamente ensayada, y que
siembra en todos el desorden, la sorpresa y el miedo. Gritos, carreras,
estoques, blasfemias..., sin que nadie sepa dónde está el riesgo.
Se cierran los balcones. Las damas escapan. Doña
Leonor se desmaya en brazos del caballero. Los tres encapuchados, ahora
perfectamente coordina-dos, se dirigen hacia ella. Atraviesan de una estocada
el pecho amoroso que la sostenía. Y, antes de llegar al suelo, dos de los
conjurados recogen a la desmayada y huyen sin dar tiempo a que reaccionen los
amigos y familiares:
"¡Traición!
¡Traición y venganza!,
gritan
furiosos aquéllos.
¡Muerte!
¡Sangre y exterminio!,
con altivas
voces éstos...
Del gran
Rey don Sancho `el Bravo'
rotos
quedan los conciertos,
y de la
civil discordia
reanimados
los incendios".
No había duda. Badajoz estaba otra vez convertida en
campo de batalla entre los eternos rivales:
"Los Bejaranos, por la traidora saña
sorprendidos"...
"Los Portugaleses, defendiendo la presa que les
dio su alevosía"...
III
Al día siguiente:
"¡Infeliz
Badajoz!... ¡Oh, sol, detente!
Niega hoy
tu luz al turbio Guadiana,
y en nubes
de oro y grana
quédate
reclinado en el Oriente.
No vengan a
alumbrar tus resplandores,
de sangre y
muerte y exterminio llenas,
sus
márgenes amenas:
cubra noche
eternal tantos horrores.
Mira
arroyos de sangre en Guadiana
perderse
enrojeciendo sus cristales.
Mira las
infernales
furias
triunfando de la raza humana...
No es entre
hombres la lucha, es entre fieras
o más bien
entre monstruos del infierno.
¿Y nadie,
¡Oh, Dios eterno!,
teme el
rayo, terror de las esferas?
¿Nadie
recuerda, ¡Oh, ceguedad impía!,
el santo
aniversario en que rendido
un pueblo
agradecido
debe ante
ti postrarse en este día?..."
Efectivamente, aquel día se celebra el aniversario en
que Badajoz tiene el compromiso de recordar a cuantos hicieron posible la que
podía ser grandeza cristiana de aquellos momentos:
Se conmemora la victoria de Alfonso VII y la humillación
del poder sarraceno, conquistando la ciudad.
Él fue quien purificó la mezquita con el voto solemne
de recordar a los cristianos que, con su sangre, hicieron posible el hecho.
Doscientos años llevaban celebrándose, sin que los
pacenses dejaran nunca de cumplirlo.
Parecía que aquél era el año para cambiar el juramento
y traicionar la ofrenda.
Uno sólo, obediente a aquel mandato, quiere cumplir el
compro-miso: es el "santo sacerdote que aquel día celebra los oficios en la Catedral ".
En la soledad del templo, con las puertas cerradas, celebrante
y sacristán quieren exonerar la responsabilidad de todo un pueblo.
La misa comienza con fervor devoto.
El celebrante se vuelve para decir: "El Señor
esté con vosotros".
El saludo se pierde en la penumbra solitaria del templo
vacío. Pero en la fe de aquel sacerdote existe una fuerza sobrenatural para
disculpar a los vivos que faltan a aquel concurso.
Cuando el sacerdote se volvió otra vez para saludar al
silencio:
"quedó
cual mármol, de concurso inmenso
el templo
viendo henchido.
¡Mas qué
concurso! ¡Oh, Dios! ¡Concurso helado
que ni
alienta, ni muévese, ni brillo
muestra en
los ojos!... Turba de esqueletos
vivientes
de otro siglo...
Abiertas de
la iglesia en suelo y muros
estaban de
sepulcros y lucillos
las losas,
el silencio era espantoso
y el
ambiente más frío.
Sí. Los
conquistadores denonados,
que a
Badajoz ganaron para Cristo,
salieron
con los suyos de las tumbas
a adorar a
Dios vivo;
y a
celebrar el santo aniversario,
asistiendo
del culto a los oficios,
ya que sus
descendientes infernales
los tienen
en olvido"...
"Tiembla
el joven sirviente. El sacerdote
aterrado
prosigue el sacrificio.
Consagra,
alza, consume, vuelve luego
y halla el
concurso mismo.
`Marchad;
la misa concluyó', pronuncia,
y al punto
desaparece aquel gentío.
Tórnase en
nada, y ciérranse las losas
de tumbas y
lucillos.
No tenían
que esperar los bienhadados
la
bendición humana; ya benditos
estaban del
Señor. Fuera del templo
prosigue el
exterminio.
No pudo más
el santo sacerdote,
una misión
terrible había cumplido.
Fue a
recoger de su fervor el premio
y muerto a
tierra vino".
FUENTES:
-"El
aniversario de don Ángel Saavedra", Duque de Rivas. Biblioteca de Autores
Españoles.
-Esta
leyenda está inspirada en la obra del mismo título del Duque de Rivas.
Dedicada a su hijo Enrique, lleva fecha: Madrid, mayo 1854.
-Los textos
poéticos son del propio Duque de Rivas.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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