Monfragüe fue una de las varias fortalezas que en Extremadura
defendían contra las irrupciones de los cristianos el paso difícil del río
Tajo, frontera obligada durante mucho tiempo entre moros y cristianos.
Estaba al cuidado del castillo un noble Kaid, entre
cuyos descendientes se transmitía la especie de que su raza "había de
fenecer y ser maldita en una hembra".
Como él no tenía más que una hija, en la fiesta de las
fadas, celebrada el octavo día de su natalicio, invocó a Alah para ponerle
nombre. Y le pareció oír la voz de un djinn que le decía al oído "que la
sustrajera a las influencias de la cruz".
El cuidadoso padre andaba siempre preocupado, vigilante,
para alejar de su hija, a la que llamó Noeima, el signo redentor del
cristianismo. Vigilaba cuanto la rodeaba y se acercaba a su adorada hija, que
llegó a ser un portento de belleza.
Esto le acarreó no pocos cuidados, porque la chica salió
todo lo bulliciosa, versátil y coqueta que se puede imaginar. Pero a pesar de
su ligereza, jamás su corazón se había interesado seriamente por un hombre.
Para ella, las citas de amor eran fuegos fatuos, notas
sonoras que llevaba el viento, nubes de rosa que apenas matizaban el plácido
cielo de su vida juvenil. Se deshacían siempre en rocío perfumado y
refrigerante.
Con motivo de unas fiestas en Trujillo (Torgiéla), el
Kaid y Noeima acudieron a esta ciudad. La fortuna quiso que la bella joven
fuera elegida reina de la hermosura.
En los torneos tomaron parte los principales caballeros
de la comarca.
Descollaron por su destreza y gallardía los Alcaides
de Albalat y Zuferola, un Nahib de Muntajesh (Montánchez) y dos Jeques de
Talvira (Talavera). Quedaron todos cautivados por la hermosura y la gracia de la Reina del torneo, de cuyas
manos ansiaban todos recibir el premio destinado al vencedor.
Esta suerte parecía ser para el Alcaide de Albalat,
cuando a última hora pidió y obtuvo plaza un caballero jinete, que se ocultaba
de pies a cabeza bajo una luciente armadura. Llevaba calada la visera y no
lucía ni divisa, ni mote, ni distintivo alguno.
Con los cinco triunfadores luchó y triunfó de todos.
El concurso lo aclamó vencedor con delirante vocerío.
Y subiendo a las gradas del estrado en que se hallaba la sin par Noeima, se
hincó de rodillas ante ella. La gentil dama se quitó uno de los hilos de
perlas que adornaban su preciosa garganta y lo colocó trémula y confusa al
cuello y sobre la armadura del postrado paladín.
Antes de retirarse y como era de rigor, el caballero
tomó con su siniestra mano la blanquísima y cuidada de la doncella. Hizo con
la derecha una cruz sobre la de la mora e imprimió en ella un beso respetuoso.
Aquella ceremonia sacó de sus casillas al vigilante
padre, que le pareció descubrir mayor alcance en tal demostración. Ante el
asombro de todos gritó desesperado:
-"¡Prended a ese malvado!"
Pero nadie le obedeció. Lo exigían las leyes del honor
y la hospitalidad.
Desde aquel día todas las alegrías que la presencia de
la joven había inspirado, se trocaron en tristezas y desventuras.
Enfermedades, muertes, reveses guerreros... todo cayó como una plaga infernal
sobre el castillo y sus moradores. Pero el padre atormentado llegó a imaginar
que la culpa era toda de su hija.
Noeima para remediar en lo posible los males que sin
querer causaba exigía de sus amantes, como condición ineludible para obtener su
mano, que hiciesen una razzia en tierra de cristianos, y trajesen como trofeo
doce cabezas de ellos para desagraviar a Alah ofendido por la conducta atrevida
del caballero, que había marcado su mano con la señal de la cruz.
Pero no hubo un solo caudillo de los que marcharon a
guerrear en tierra de cristianos que regresase con el trofeo exigido. Todos
morían en el empeño.
Estas incursiones despertaron las hostilidades. Las
tropas cristianas enemigas entraron y recorrieron las comarcas que baña el
Tajo. Lo llevaron todo a sangre y fuego hasta llegar al castillo de Monfragüe.
Era lo que la dama buscaba acariciando la idea de poder
encontrarse con el caballero que había besado su mano en Trujillo.
Pero su padre y Alcaide de la fortaleza se había
vuelto loco de tanto pensar en su desgracia. Trocando en odio su antiguo
cariño, maldijo una y cien veces a su hija. Y luego la condenó a vivir aislada
e intangible en aquella fortaleza hasta el final de los siglos, como expiación
de sus aficiones pecaminosas.
Desde entonces, en las noches de invierno, vestida de
tisúes y coronada por una estrella negra, que fulgura lo suficiente para
alumbrar sus callados pasos, sale Noeima de su ruinoso albergue. Se sienta en
el Cancho de la Mora
y desatando el venero de sus lágrimas llora y llora su malhadada suerte. Son
terosos de perlas que se convierten en riachuelos que precipitadamente caen en
lo profundo del río.
Las gentes viejas del país afirman que cada vez se van
retrasando sus salidas y sus llantos.
No hay que extrañarlo.
Han pasado setecientos años desde el primer hecho.
Pero allí está todavía desafiando al tiempo el "Cancho de la Mora ". No son pocos los
que aún hoy juran haber oído el llanto de la mora encantada en las misteriosas
noches de invierno.
Otros han gozado de mayores privilegios: han podido
contemplar, como se contemplan estas cosas, la silueta, aún hermosa, atractiva
y virginal de Noeima que se sienta algunas noches sobre su propio cancho: EL
CANCHO DE LA MORA.
FUENTES:
-Periódico
"El Cronista", fundado el 5 de enero de 1916 por la ilustre familia
Sánchez Rodrigo.
-Tradiciones
recogidas por los alumnos del Colegio Nacional de Torrejón el Rubio.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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anonimo monfragüe-extremadura
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