Translate

miércoles, 6 de noviembre de 2013

El crimen de don benito

I

"Aquella noche, ¿era o no era oscura?"...
"A usted, ¿lo vieron y no lo vieron,"...
"¡Vio y no lo vieron!"
"¡Sólo un testigo! ¡Uno solo!"

El juez especial don Buenaventura no salía de su per­plejidad.
El mozo Tomás Alonso se presentaba como único tes­tigo, que iba a descubrir a los autores del que en toda Es­paña era ya famoso crimen de Don Benito.
Cuando se daba todo por perdido era demasiado transformar los inocentes en culpables, y los culpables en inocentes.
La declaración no podía ser más sencilla:
«Yo estuve esperando en la taberna `El Lagarto' a Fernando Cienfuegos, un amigo de Miajadas.
"Teníamos la idea de ir a casa de La Cuca, a pasar un ratillo con las chicas. Fernando no apareció. Y yo espe­rándole me bebí un par de vasos y me quedé dormido en un rincón.
"Desperté sobre la una de la madrugada. Como ya era muy tarde, decidí volverme a casa.
"Cuando pasaba por la Calle de Valdivia vi al sereno y a otros dos hombres que venían en dirección contra­ria. Caminaron hasta la Calle del Padre Cortés. El sere­no se adelantó un poco y comenzó a aporrear la puerta de una casa.
"Al verme, se detuvo en sus llamadas.
"Yo creí que era una casa nueva de mujeres y me es­condí para entrar después.
"Oculto debajo de un carro lo escuché todo.
"El sereno llamó otra vez, muy fuerte.
"Entonces, una mujer se asoma a la reja y dice:
-`Ya te he dicho que mi puerta no se abre, y no abro.'
El sereno le replica:
-'Abra usted, doña Catalina. Soy el sereno, y lo que necesito es urgente. Necesito el maletín de don Carlos, el médico'.
'La mujer abrió la puerta. Entregó al sereno un bulto. Cuando iba a cerrar, vuelve a decir el sereno:
-'Señora Catalina, ¿me puede dar un vaso de agua?'
"Al poco tiempo, mientras la señora debió ir a buscar el vaso de agua, el sereno levantó el farol y salieron los otros dos hombres. Llegaron corriendo y se metieron en la casa.
El sereno siguió la ronda, y yo me volví para casa».
-"Y usted -pregunta el juez, ¿a qué distancia estaba del lugar de los hechos?"
-"A unos treinta o cuarenta pasos".
-"¿Y podría reconocer a los tres hombres?"
-"Sí señor, porque la luna lo iluminaba todo".

II

Las víctimas eran dos.
Los sospechosos, hasta el momento, cinco:
Carlos García de Paredes; su criado Rando; el médi­co, don Carlos Suárez; Saturio Guzmán, el pretendiente de Inés María, y el sereno Cidoncha.
Carlos García de Paredes es el típico cacique, señorito y solterón.
A pesar de lo que dice el romance, no es un criminal, ni un seductor, ni un enamorado. Sencillamente, es el hombre de buena condición, bajo de sentimientos que, amparado en su posición, ultraja por la fuerza o por el dinero, a cuantas mujeres le venga en gana. Su afición a las mujeres y al vino las comparte por igual. Lo mismo recorría los prostíbulos que las ventas fáciles de mucha­chas superficiales.
No estaba acostumbrado a desplantes como el de Inés:

"En el pueblo, Don Benito,
No puede haber mozas guapas
porque don Carlos Paredes
la que no goza la mata...
La bofetá que me has dado
me la tienes que pagar;
sea de noche, sea de día,
yo te tengo que matar".

Inés era una muchacha pobre, pero honesta.
Cuando perdió a su padre, la madre, doña Catalina, se convierte en guardiana de su hija. Inculca en ella los heorismos de la honestidad hasta crear esa religiosa ilu­sión del martirio y de la virginidad.
El patrimonio de la honradez, en Extremadura, es tanto mayor cuanto son más pequeños los haberes de la economía.
Aquella pareja envidiable de madre e hija podían presumir, a pesar de su trabajo de bordadoras y costure­ras, de estar admitidas entre los seres cotizables del am­biente pueblerino, sin necesidad de pertenecer a la en­vidiosa alta sociedad.
En su casa, don Carlos Suárez, oculista de Villanueva, pasaba también consulta dos días a la semana. Cuando ocurrió el crimen, y ésa fue su perdición, al lado del ca­dáver apareció un maletín con el instrumental de su tra­bajo. Hombre honrado y bueno, al ser detenido, le con­virtieron, según su propia confesión, en "una alimaña, en un subhombre". Víctima inocente de la culpabilidad popular, la crueldad fue tan feroz, que murió pocos años después.
Realmente, se convirtió en "la tercera víctima del cri­men de Don Benito".
El sereno Cidoncha es un ejemplar típico de la autori­dad servilista. Un cobarde que pretendía vivir y dar de comer a sus cinco hijos. Fue cómplice en aquella ocasión como en otras, pero esta vez, con la mala fortuna de que los violadores se convirtieron en asesinos. Y él, acusado de máximo encubridor, murió en la cárcel lleno de mi­seria. Un precio demasiado alto para su cobardía y ser­vilismo.
Saturio Guzmán, el pretendiente, no llegó ni siquiera a novio. Era un amigo de la familia. Un buen amigo y un admirador.
El despiste inicial de los culpables le llevó a ser dete­nido. Lo mismo al criado de Paredes, que juró una y mil veces su inocencia y el total desconocimiento de los hechos.
La fortuna, con la aparición del nuevo testigo, les fa­voreció decididamente.
Rando y Cidoncha, por pertenecer a un estrato social más bajo, habían recibido hasta entonces la peor parte, torturándolos sin consideración.
Y todo porque Rando, como criado, intentase limpiar unas manchas de sangre que existían en un traje de su señor. El sargento Madridejos lo descubrió en un regis­tro más profundo que el que hiciera el teniente Lorca.
Pero las pruebas eran demasiado endebles. Todos ne­gaban.
La aparición del testigo parecía inverosímil.
Muchos no lo creían.
Se pensaba que su confesión no era válida.
El día para el reconocimiento de los culpables se es­peraba con ansiedad.
Por eso, cuando después de una espera breve, en el despacho del juez especial entró un patético grupo de seres humanos, una cuerda de presos malencarados, sin afeitar, humillados, sucios, la escena fue tan tensa, el si­lencio sobrecogedor, y la voz del juez inflexible:
-"Vamos a ver, Tomás, ¿reconoce en este grupo de nueve hombres a alguno de los que vio aquella noche? Señálelos, por favor".
-"Este es el sereno".
¡Y era Cidoncha!
-"Este es el señorito que entró primero".
¡Y era Paredes!
-"Mientes, canalla, mientes" -gritó don Carlos.
-"¡Repórtese, Paredes, o le amordazo", -exclamó el juez que, al contemplar el silencio del testigo, volvió a preguntar:
-"¿No reconoce usted a ningún otro?"
-"No, señor juez, no".
-"¿No era este el hombre viejo que entró también en casa?" Y señalaba concretamente al humillado médico, que no se atrevía a levantar la cabeza.
-"No, señor juez. El otro era más gordo y tenía el pelo blanco".

III

Muy pronto corrió la noticia por todo Don Benito.
El pueblo, convertido en verdadero protagonista y juez anticipado de los hechos, fue colocando en el lugar justo los hitos del suceso.
Los culpables también ocuparon sus sitiales respec­tivos.
La última pieza de la madeja, Ramón Martín de Cas­tejón, ocupó en la cárcel el lugar que dejaron el novio, el criado y el desgraciado oculista.
Castejón fue otro señor equivocado. Insaciable, comi­lón, era el "listillo del pueblo", que trapichea fincas, ven­de borregos y comercia con gorrinos de pata negra.
Su amistad con Paredes surgió por necesidad. Uno ponía el dinero, y el otro la conversación. A los dos les gustaba el vino, las mujeres, y se complementaban ma­ravillosamente, pues si uno ansiaba el pan, al otro le bas­taban las migajas.
Los dos habían tramado la conquista de Inés María. Castejón, con su verborrea, creó la aureola de aquella joven. De un capricho hizo una conquista de ilusión im­posible. Él fue el aprendiz de literato y el imbécil intér­prete que acompañó o, quizá, empujó al protagonismo trágico, los sucesos de su amigo.
La representación, no por rápida, fue menos dan­tesca.
Castejón estuvo muy bien en su papel de malo. Fue un canalla perfecto.
Cuando el sereno hizo la señal, se retira de la escena calle abajo.
Su representación había terminado. Pero entonces empezó el drama.
Castejón y Paredes ocupan el centro de la escena. El zaguán de la casa es el escenario. La luz es tenue, difusa.
Doña Catalina, vestida con una bata negra, aparece llevando un vaso de agua.
El agua.
Paredes la mira inmóvil.
-"¿Qué hace usted aquí, sinvergüenza?..." No le dan tiempo para más palabras.
Castejón le sujeta las muñecas. Don Carlos la degüe­lla. Después la apuñala.
Apenas una palabra a su hija:

"Súbete, Inés María
tírate por el balcón.
Mejor quiero verte muerta
que en las manos de un traidor".

Mirándola tumbada en un charco de sangre, Castejón grita:
-"Déjala, está muerta".
-"¿Dónde está ella?" -pregunta don Carlos.
-"¡Aquí! Ven por aquí". Y el viejo le lleva al dormito­rio de Inés María.
La puerta está cerrada.
A empujones, como mastines rabiosos, hacen saltarla aldaba.
Cuando entran sólo pueden ver a una criatura ino­cente escondida en un rincón. Tienen los ojos horroriza­dos. La boca desencajada. Los gritos en la oscuridad sembrarían el espanto en quienes no fueran auténticas fieras.
Castejón, más viejo y más canalla, grita:

-"¡Es tuya! ¡Viólala, c...!"

-"Entrégate, Inés María
que tu madre ya murió.
El desaire que me has dado,
ahora te degüello yo".

Y salta Paredes sobre su presa.
La acorrala en un rincón.
Quiere ensayar unas palabras de fingido enamorado, pero no puede, porque Castejón, con su papel de malo, ha perdido todos los límites de la humanidad.
-"Viólala, o déjame a mí. iCa...! ¡Que eres un ca...!
La inocente víctima tiene aún fuerzas para escapar, para recorrer alocada aquella estancia. Es esa huida la que enfurece al criminal hasta límites de máxima locura. Paredes se ceba en ella hasta extremos insospechados. Diez puñaladas contaron después en su cadáver.
Cuando la indefensa cae al suelo, al final de un cami­no de sangre, Paredes no puede reprimir su horror, y dice:
-"Castejón, algún día tendremos que pagar esto". -"No lo creo, don Carlos. Los muertos no hablan".

IV

Los meses, el año que pasó entre la fecha del crimen, 19 de junio de 1902, y finales de 1903, convirtieron a Don Benito en la capital de la atención y de la política nacional.
El juicio se convirtió en un problema de Estado. En un juicio entre ricos y pobres. Entre buenos y malos. Un juicio de signos, de banderas y de políticas. Un juicio con masas enfervorizadas, gritando por las calles y pre­sionando los juzgados. Un juicio donde los periódicos de la provincia y los nacionales reservaban sus mejores páginas para la crónica diaria. Un crimen que cantaban en romances, rapsodias, ciegos, comediantes y niñas de colegio. Un juicio cuyas heridas, a poco que se ahonde, todavía pueden sangrar entre las gentes de Don Benito.

"Como leones sangrientos
y como dos fieras bravas,
hirieron a Inés María
dándola puñaladas.
Adios, bella Inés María,
adiós, azucena blanca,
que quisiste morir virgen
por llevar corona y palma.

Angeles y serafines
cantaban las alegrías
al saber que subió al cielo
el alma de Inés María.

Tan simpática, tan rubia
tan buena moza y tan guapa;
la admiración de los hombres,
de mujeres envidiada.

Más blanca que la azucena,
era más rubia que el sol.
Tanta hermosura ha sido
la causa de su perdición".

El juicio fue muy largo. Duró varias semanas. La últi­ma sesión se prolongó treinta y dos horas.
Todo se cerró en esta condena:
"A los procesados Paredes y Castejón, condena a dos penas de muerte por los asesinatos de doña Catalina Ba­rragán e Inés Calderón y por la tentativa de violación de ésta a la pena de seis años de prisión correccional".
"A don Pedro Cidoncha dos penas de veinte años de reclusión temporal por los dos homicidios y de seis años de prisión correccional"...
Unas penas que dieron satisfacción a las masas ebrias de venganza y de sangre aristócrata.
Fue su día: 2 de diciembre de 1903.
Pero hasta abril de 1905 no se ejecutó la sentencia. El indulto, el soñado indulto, no apareció nunca. Algunos, incluso, llegaron a pensar que se proyectaba un simulacro de ejecución.
¡Y la gente se lo creyó!
Su sed de venganza se atrevió a la exigencia de con­templar los cuerpos sangrientos de los caciques ejecuta­dos.
Y los vieron.
Eran unos guiñapos, unos espantajos de hombres. Unos muertos de verdad.
Y cuando se toca la muerte, todo se ha acabado.

FUENTES:
-"El crimen de Don Benito", de J. M. Vilabella.
-"Cancionero de Extremadura", de Bonifacio Gil.
-La obra de J. M. Vilabella nos ha servido de base principal para dar cuerpo a esta leyenda.

Fuente: Jose Sendin Blazquez

0.104.3 anonimo don benito-extremadura

No hay comentarios:

Publicar un comentario