Cuando vamos desde Jaraíz a Garganta la Olla nos enseñan un peñasco
enorme, de unos doce metros de superficie, con un hoyo en el extremo derecho.
Nos dicen que es la huella del pie de la Serrana. Allí ponía
un pie, y el otro en un cerro vecino, a un kilómetro de distancia.
Los de Piornal, para no ser menos, te enseñan en su
término una cueva, a la que señalan como "rústico gineceo donde dio vida
a tanta torpeza y desafuero y muerte a tanto incauto y deseoso". Por las
noches servía de cierre una piedra de más de doscientas arrobas de peso, que
manejaba con suma facilidad.
Son unas afirmaciones hiperbólicas, por encima de lo
que es normal, aún dentro de los moldes de la leyenda. Pero es que el escenario
ha de corresponderse con la historia feroz, sanguinaria y orgiástica de su
protagonista: la Serrana
de la Vera o la Serrana de Plasencia, que
por los dos nombres se la conoce.
Es muy difícil hacer una síntesis de la historia de
esta mujer, porque la imaginación popular y la habilidad teatral de nuestros
dramaturgos han elaborado una progresiva mistificación literaria para
acomodarla a sus sentimientos o creencias.
Pocas veces un mismo argumento ha servido para una
novela de amor y rencor, como en Lope de Vega; una lección de arrepen-timiento
esperanzador de auto sacra-mental, como en Valdivieso, o en Vélez de Guevara,
un drama social con una heroína del pueblo que no acepta las villanías de la
aristocracia, las restricciones del sexo o las imposiciones tradicionalistas de
su padre.
Los grandes críticos de la Literatura , como
Barrantes, Menéndez y Pelayo, Meñendez Pidal, Caro Bajoja, Vicente Paredes y
otros, discuten entre sí sobre la historicidad de su existencia. Creo que eso
no importa mucho.
Con todo, creemos que hay un personaje inicial que
sirvió de base a la leyenda, como también existió una base humana del caballero
burlador para la figura de don Juan. No pocos quieren que ese caballero fuera
extremeño y, algunos, placentino. En el convento de Santo Domingo se guarda
una estatua mutilada que, cuando éramos niños, al pasar junto a la escalera
majestuosa de aquel monumento, le dábamos palmaditas y le decíamos
"convidado de piedra". Es, al menos, bonito que la Serrana de la Vera y donjuan Tenorio puedan
ser extremeños y, tal vez, placentinos.
Lo que no se puede negar es que la figura de la Serra na de la Vera ha inspirado una
literatura popular tan abundante como pocos mitos literarios. Tenemos cerca de
una veintena de romances distintos.
Vamos a dejar que la lozana musa de nuestro pueblo nos
dicte alguno de ellos. Nuestra perplejidad estriba en seleccionar uno.
La síntesis en que coinciden todos es ésta:
En el siglo XVI, en el pueblo de Garganta la Olla existió una hermosa
doncella llamada Isabel. Pertenecía a una familia honesta y acomodada, de la
que era gala y orgullo, porque sin merma de sus excepcionales cualidades
femeninas reunía también aficiones varoniles nada comunes. "De
exhuberante desarrollo físico, montaba a caballo, ruaba por las ferias,
buscaba al jabalí y al lobo en sus guaridas, manejaba la ballesta tan a maravilla
como el cuchillo y la honda, y no temía habérselas con el hombre más bragado
frente a frente".
Enamorada del caballero don Lucas de Carvajal, sobrino
de un obispo placentino, vencida por sus halagos y juramentos, le entregó su
corazón y más tarde su honra.
Traicionando su palabra, don Lucas la dejó abandonada,
porque su origen villano no podía componerse con el de un hidalgo orgulloso.
Para ocultar su deshonra huyó a la Sierra de Tormantos, la
sierra que divide los frondosos vergeles del Valle y de la Vera.
Allí juró vengarse de cuantos hombres topase en su camino,
cuando se convenció de que para su mal no había otro remedio.
Durante mucho tiempo fue la Reina de la Sierra. Y así se
presentaba con el cabello recogido bajo una montera, falda a media pierna,
botín alto y argentado, majestuoso ademán acrecentado por el cuchillo en su
cintura y la ballesta al hombro.
Detenía a cuantos viajeros encontraba, los llevaba a
su gruta y después de darles de comer espléndidamente, satisfacía con ellos sus
apetitos sexuales, para terminar encontrando una muerte deliciosa entre sus
brazos asesinos. Después, los sacaba fuera de la cueva y los sepultaba bajo
un montículo de piedras, sobre el que colocaba una rústica cruz, formada por
dos palos reatados con torvisco.
Tantas fueron las cruces que llenaron los contornos,
que los cuadrilleros de la
Santa Hermandad andaban en su busca.
Utilizando la denuncia de un pastorcito que con astucia
escapó de sus manos, fue capturada y llevada a Plasencia, y allí juzgada y
ajusticiada para morir en la horca.
Otra versión nos la presenta muerta en la misma Sierra
de Tormantos con los pechos cortados y horriblemente mutilada.
Algunos también, con Lope a la cabeza, quieren que se
beneficiara del perdón benigno de sus reyes.
En todos los casos, la Serrana , una vez muerta,
entró a formar parte de la historia mítica de las grandes heroínas que
conectan con los sentidos de su pueblo.
Por este motivo, la imaginación popular ha exagerado
las circunstancias que la rodearon: las huellas de sus pies, las muertes de sus
hombres, el peñasco que cerraba la cueva e, incluso, su origen salvaje,
naciendo de animales. Son notas comunes con otros mitos, que perjudican la
recia verosimilitud de la
Serrana extremeña.
Romance de la serrana de la vera
Allá en
Garganta la Olla ,
por las
Sierras de la Vera
se pasea la Serrana
bien calada
su montera;
Con la
honda en la cintura
y terciada
su escopeta.
Se ha
encontrado un pastorcillo,
que jugaba
a la rayuela,
y le
dice... pastorcito
bien
remachan tus ovejas.
Remachen o
no remachen,
¿qué
cuidado la da a ella?...
Pastorcito,
pastorcito,
¿sabes
tocar la vihuela?...
Sí señora,
sí señora,
y el rabel
si usted me diera.
Le ha
cogido por la mano.
Le lleva
para su cueva,
no le lleva
por caminos
ni tampoco
por veredas.
Le lleva
por unos montes
más espesos
que la yerba.
Pastorcito,
pastorcito,
esta noche
rica cena,
de perdices
y conejos
la petrina
traigo llena.
En lo más
alto del monte
se
encontraron ya en la cueva;
cuando
entraron, la Serrana
le mandó
cerrar la puerta;
y el
pastor, como era diestro
la ha
dejado medio abierta.
Agarrado
por la mano
le ha
subido la escalera;
le mandó
luego hacer lumbre,
y al
resplandor de la hoguera
ha visto un
montón de huesos,
y un montón
de calaveras.
¿Cuyos son
aquestos huesos
y estas
tantas calaveras?
De hombres
que yo he matado
por esos
montes y sierras,
como
contigo he de hacer
cuando mi
voluntad sea.
Pastorcito,
pastorcito,
toma y toca
esa vihuela...
El pastor
no se atrevía...
Y a tocar
le obligó ella...
al compás
de la vihuela;
el pastor
la vio dormida
y se echó
la puerta afuera.
Aullando
como una fiera.
Y saltando
como una corza
lo siguió
un cuarto de legua.
Pastorcito...,
pastorcito...
Que la
cayada te dejas.
Mucho palo
hay en el monte
para hacer
otra más buena.
Pastorcito...,
pastorcito...
Que te
dejas una oveja.
Aunque cien
mil me dejara,
a por ellas
no volviera.
Con la
honda, la Serrana
tiró al
pastor una piedra,
que si no
es por una encina
le derriba
la cabeza.
Anda, le
dice, villano,
que me
dejas descubierta;
que mi
padre era pastor,
y mi madre
fue una yegua.
Que mi
padre comía pan,
y mi madre
pacía yerba.
ALEJANDRO
MATÍAS GIL
"Las siete centurias de la
ciudad de Alfonso VIII"
(páginas 181-183.)
FUENTES:
-"Las
siete centurias de la ciudad de Alfonso VIII", por Alejandro Matías Gil.
-"La Serrana de la Vera ", de Vélez de
Guevara.
-"La Serrana de la Vera ", de Lope de Vega.
-"La Serrana de la Vera ", Auto Sacramental,
de Galisteo. -"La Serrana
de Plasencia", de Valdivieso.
-"Lo pastoril,
en la cultura extremeña", por S. Guadalajara So
lera.
-Versiones
del romance, muy distintas, conservadas en la tradición oral o escrita.
-Cooperación
especial de la señorita Carmen Vicente Vicente, Profesora de EGB.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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anonimo garganta de la olla-extremadura
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