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miércoles, 6 de noviembre de 2013

La serrana de la vera

Cuando vamos desde Jaraíz a Garganta la Olla nos enseñan un peñasco enorme, de unos doce metros de superficie, con un hoyo en el extremo derecho.
Nos dicen que es la huella del pie de la Serrana. Allí ponía un pie, y el otro en un cerro vecino, a un kilómetro de distancia.
Los de Piornal, para no ser menos, te enseñan en su término una cueva, a la que señalan como "rústico gine­ceo donde dio vida a tanta torpeza y desafuero y muerte a tanto incauto y deseoso". Por las noches servía de cie­rre una piedra de más de doscientas arrobas de peso, que manejaba con suma facilidad.
Son unas afirmaciones hiperbólicas, por encima de lo que es normal, aún dentro de los moldes de la leyenda. Pero es que el escenario ha de corresponderse con la his­toria feroz, sanguinaria y orgiástica de su protagonista: la Serrana de la Vera o la Serrana de Plasencia, que por los dos nombres se la conoce.
Es muy difícil hacer una síntesis de la historia de esta mujer, porque la imaginación popular y la habilidad teatral de nuestros dramaturgos han elaborado una pro­gresiva mistificación literaria para acomodarla a sus sen­timientos o creencias.
Pocas veces un mismo argumento ha servido para una novela de amor y rencor, como en Lope de Vega; una lección de arrepen-timiento esperanzador de auto sacra-mental, como en Valdivieso, o en Vélez de Gueva­ra, un drama social con una heroína del pueblo que no acepta las villanías de la aristocracia, las restricciones del sexo o las imposiciones tradicionalistas de su padre.
Los grandes críticos de la Literatura, como Barrantes, Menéndez y Pelayo, Meñendez Pidal, Caro Bajoja, Vi­cente Paredes y otros, discuten entre sí sobre la historici­dad de su existencia. Creo que eso no importa mucho.
La Serrana es el mito de la mujer extremeña, y en ca­da momento ha sufrido y seguirá sufriendo la evolución necesaria para hacerla síntesis y compendio de las nece­sidades de un pueblo o de una raza. Entonces, como to­das las abstracciones, existe en los prototipos genuinos de aquél pueblo y, al mismo tiempo, no puede ser redu­cida a una sola existencia.
Con todo, creemos que hay un personaje inicial que sirvió de base a la leyenda, como también existió una base humana del caballero burlador para la figura de don Juan. No pocos quieren que ese caballero fuera ex­tremeño y, algunos, placentino. En el convento de San­to Domingo se guarda una estatua mutilada que, cuando éramos niños, al pasar junto a la escalera majestuosa de aquel monumento, le dábamos palmaditas y le decía­mos "convidado de piedra". Es, al menos, bonito que la Serrana de la Vera y donjuan Tenorio puedan ser extre­meños y, tal vez, placentinos.
Lo que no se puede negar es que la figura de la Serra­na de la Vera ha inspirado una literatura popular tan abundante como pocos mitos literarios. Tenemos cerca de una veintena de romances distintos.
Vamos a dejar que la lozana musa de nuestro pueblo nos dicte alguno de ellos. Nuestra perplejidad estriba en seleccionar uno.
La síntesis en que coinciden todos es ésta:
En el siglo XVI, en el pueblo de Garganta la Olla exis­tió una hermosa doncella llamada Isabel. Pertenecía a una familia honesta y acomodada, de la que era gala y orgullo, porque sin merma de sus excepcionales cuali­dades femeninas reunía también aficiones varoniles na­da comunes. "De exhuberante desarrollo físico, monta­ba a caballo, ruaba por las ferias, buscaba al jabalí y al lobo en sus guaridas, manejaba la ballesta tan a maravi­lla como el cuchillo y la honda, y no temía habérselas con el hombre más bragado frente a frente".
Enamorada del caballero don Lucas de Carvajal, so­brino de un obispo placentino, vencida por sus halagos y juramentos, le entregó su corazón y más tarde su honra.
Traicionando su palabra, don Lucas la dejó abando­nada, porque su origen villano no podía componerse con el de un hidalgo orgulloso.
Para ocultar su deshonra huyó a la Sierra de Torman­tos, la sierra que divide los frondosos vergeles del Valle y de la Vera.
Allí juró vengarse de cuantos hombres topase en su camino, cuando se convenció de que para su mal no ha­bía otro remedio.
Durante mucho tiempo fue la Reina de la Sierra. Y así se presentaba con el cabello recogido bajo una montera, falda a media pierna, botín alto y argentado, majestuoso ademán acrecentado por el cuchillo en su cintura y la ballesta al hombro.
Detenía a cuantos viajeros encontraba, los llevaba a su gruta y después de darles de comer espléndidamente, satisfacía con ellos sus apetitos sexuales, para terminar encontrando una muerte deliciosa entre sus brazos ase­sinos. Después, los sacaba fuera de la cueva y los sepul­taba bajo un montículo de piedras, sobre el que coloca­ba una rústica cruz, formada por dos palos reatados con torvisco.
Tantas fueron las cruces que llenaron los contornos, que los cuadrilleros de la Santa Hermandad andaban en su busca.
Utilizando la denuncia de un pastorcito que con astu­cia escapó de sus manos, fue capturada y llevada a Pla­sencia, y allí juzgada y ajusticiada para morir en la horca.
Otra versión nos la presenta muerta en la misma Sie­rra de Tormantos con los pechos cortados y horrible­mente mutilada.
Algunos también, con Lope a la cabeza, quieren que se beneficiara del perdón benigno de sus reyes.
En todos los casos, la Serrana, una vez muerta, entró a formar parte de la historia mítica de las grandes heroí­nas que conectan con los sentidos de su pueblo.
Por este motivo, la imaginación popular ha exagera­do las circunstancias que la rodearon: las huellas de sus pies, las muertes de sus hombres, el peñasco que cerraba la cueva e, incluso, su origen salvaje, naciendo de ani­males. Son notas comunes con otros mitos, que perjudi­can la recia verosimilitud de la Serrana extremeña.

Romance de la serrana de la vera

Allá en Garganta la Olla,
por las Sierras de la Vera
se pasea la Serrana
bien calada su montera;
Con la honda en la cintura
y terciada su escopeta.

Se ha encontrado un pastorcillo,
que jugaba a la rayuela,
y le dice... pastorcito
bien remachan tus ovejas.
Remachen o no remachen,
¿qué cuidado la da a ella?...
Pastorcito, pastorcito,
¿sabes tocar la vihuela?...
Sí señora, sí señora,
y el rabel si usted me diera.

Le ha cogido por la mano.
Le lleva para su cueva,
no le lleva por caminos
ni tampoco por veredas.
Le lleva por unos montes
más espesos que la yerba.

Pastorcito, pastorcito,
esta noche rica cena,
de perdices y conejos
la petrina traigo llena.

En lo más alto del monte
se encontraron ya en la cueva;
cuando entraron, la Serrana
le mandó cerrar la puerta;
y el pastor, como era diestro
la ha dejado medio abierta.

Agarrado por la mano
le ha subido la escalera;
le mandó luego hacer lumbre,
y al resplandor de la hoguera
ha visto un montón de huesos,
y un montón de calaveras.

¿Cuyos son aquestos huesos
y estas tantas calaveras?

De hombres que yo he matado
por esos montes y sierras,
como contigo he de hacer
cuando mi voluntad sea.

Pastorcito, pastorcito,
toma y toca esa vihuela...
El pastor no se atrevía...
Y a tocar le obligó ella...

La Serrana se durmió
al compás de la vihuela;
el pastor la vio dormida
y se echó la puerta afuera.

La Serrana despertó...
Aullando como una fiera.
Y saltando como una corza
lo siguió un cuarto de legua.

Pastorcito..., pastorcito...
Que la cayada te dejas.

Mucho palo hay en el monte
para hacer otra más buena.

Pastorcito..., pastorcito...
Que te dejas una oveja.

Aunque cien mil me dejara,
a por ellas no volviera.

Con la honda, la Serrana
tiró al pastor una piedra,
que si no es por una encina
le derriba la cabeza.

Anda, le dice, villano,
que me dejas descubierta;
que mi padre era pastor,
y mi madre fue una yegua.
Que mi padre comía pan,
y mi madre pacía yerba.

ALEJANDRO MATÍAS GIL
"Las siete centurias de la ciudad de Alfonso VIII"
(páginas 181-183.)

FUENTES:
-"Las siete centurias de la ciudad de Alfonso VIII", por Alejan­dro Matías Gil.
-"La Serrana de la Vera", de Vélez de Guevara.
-"La Serrana de la Vera", de Lope de Vega.
-"La Serrana de la Vera", Auto Sacramental, de Galisteo. -"La Serrana de Plasencia", de Valdivieso.
-"Lo pastoril, en la cultura extremeña", por S. Guadalajara So­
lera.
-Versiones del romance, muy distintas, conservadas en la tradi­ción oral o escrita.
-Cooperación especial de la señorita Carmen Vicente Vicente, Profesora de EGB.

Fuente: Jose Sendin Blazquez

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