Año de 1809. España ardía en guerra. Las crueldades
decretadas por Murat en e12 de mayo y la valiente proclama de don Andrés de
Torrejón, alcalde de Móstoles, habían levantado el pueblo en armas. Al santo
grito de "Independencia" se transformaban los más pacíficos en
héroes.
Las huestes francesas se habían adueñado de la Península.
El mariscal Soult, con fuertes contingentes, ocupaba
Plasencia. La bella ciudad, dominada, pero no rendida, lloraba en su impotencia
los destrozos causados en sus palacios, en sus casas y hasta la destrucción por
el incendio, de la ermita de su patrona. Si no habían quemado la venerada
imagen fue debido a que hubo la previsión de traerla a la ciudad. Los pueblos
estaban empobrecidos. Exhaustos los ejércitos libertadores. Las bandas de guerrilleros
y las tropas invasoras vivían sobre el país. Apenas si los míseros hogareños
tenían un pedazo de pan para matar el hambre.
A tres leguas de Plasencia, acostado sobre la falda de
su sierra abrupta hay un pueblecito que vive míseramente del producto de la
tierra y del ganado que ramea en la serranía.
Este pueblecito es: EL TORNO.
Es una mañana de agosto. El sol cae como lumbre derretida
sobre los yermos campos.
Trepando por el angosto y desigual camino que atraviesa
los Reales de San Polo, sudoroso y jadeante, mochila a la espalda y fusil en
la bandolera, camina un destacamento francés al mando de su sargento.
De la torre de la iglesia parte un alegre repique de
campanas que anuncia a los fieles que va a comenzar la misa, en la que el
sacerdote elevará sus preces rogando por la paz y el triunfo de la patria
oprimida, por las víctimas inmoladas en las aras del deber.
Media hora después, el destacamento francés llegaba al
pueblo en el preciso momento en que los religiosos aldeanos salían del templo.
No fue poca la sorpresa al encontrarse con la desagradable
visita.
Dirigiéndose al alcalde, el sargento, con ese imperio
y esa potestad que da la fuerza, le dice:
-"Exijo la entrega inmediata de seis arrobas de
vinagre. De lo contrario, incendiaré el pueblo".
-"Es imposible, porque cuanto había en el pueblo
ha sido entregado a las tropas españolas que, al mando de Costa, han pasado por
aquí".
-"Toma, para que sepas a quién hay que entregar
el vino".
Sin darle tiempo a terminar, el insolente sargento dio
un culatazo con el fusil en el pecho de la primera autoridad.
Rugió el pueblo como un león irritado al contemplar
la cobarde agresión. Un hijo del alcalde arrojó una piedra con tal fortuna que yendo
a chocar con la boca del sargento, le tiró de espaldas bañado en sangre.
-"¡Mueran los franceses!"
-"¡Abajo los gabachos!"
-"iA ellos!"
-"iA ellos!"
Y se entabló una lucha feroz que determinó en breves
momentos la vergonzosa huida de los pocos que quedaron con vida, y que todavía
fueron perseguidos a pedradas largo trecho.
Aquella tarde se festejó la victoria con gran algazara
y fiesta de tamboril. Las hermosas muchachas prodigaron sus sonrisas y amorosas
miradas a los que más empuje mostraron en el combate.
Supo Soult lo ocurrido por los que pudieron escapar
con vida y, ardiendo en cólera, dio orden expresa de no quedar en la aldea
piedra sobre piedra.
Pero las gentes del Torno no se habían descuidado.
Suponían que el mariscal francés no dejaría sin venganza
la muerte de sus soldados, y en la casa del Ayuntamiento se reunió el magno
consejo para tratar lo que había de hacerse.
-"Tenemos que prepararnos para la defensa, como
sea".
-"No. Es mejor que vaya una comisión a Plasencia
para explicar lo sucedido".
-"Vamos a hacer un pacto, entregando los prisioneros".
...
Dudas, vacilaciones, palabras, hasta que del grupo de
mujeres se destaca una hermosa muchacha de tez morena, de ojos de endrina, de
continente arrogante que, encarándose con todos, grita:
-"Lo que proponéis es una cobardía. Los gabachos
fusilarán a los comisionados primero y después arrasarán el pueblo. Sabemos
que hemos de morir, pero vale más que sea peleando que como borregos. ¿Es que
queréis vernos deshonradas en sus brazos? ¡Fuera! ¡Fuera! Si tenéis miedo,
quedáos atrás. Nos bastamos las mujeres para defendernos. ¡Vengan los fusiles!
¡Cobardes!"
-"¡Mueran los franceses! ¡Mueran los
franceses!"
El elemento belicoso se impuso. La guerra sin cuartel
quedaba declarada.
El tío Picote, el padre de la hembra arrogante y
brava, el experto cazador de las alimañas fue el encargado de dirigir la
defensa.
Hábil y práctico en sorpresas, consumado estratega a
ultranza, dispone la defensa:
-"Vosotros, los más jóvenes, que tenéis las
piernas más ágiles, os escondéis entre los matorrales. Desde allí se divisa el
camino. Avisaréis la llegada de los franceses, procurando no ser vistos por los
invasores.
"Vosotros, los que ya habéis servido, con las
escopetas y fusiles quitados a los franceses, os colocáis entre la maleza y
los barrancales del Canalón. Por allí tienen forzosamente que pasar los
franceses.
"Todos los demás, hombres y mujeres, con lo que
tengáis: hondas, hachas, hoces, palos... Os situáis frente a la viña del tío
Pique.
"Los niños, los viejos y las mujeres que no
podéis hacer nada, a la sierra, y os lleváis los ajuares, los víveres, y todo
lo que podáis".
Apenas las luces primeras de la aurora teñían de oro y
de sangre, los cejales que cubrían los picachos de la
abrupta Sierra de Piornal, llegó uno de los vigías
arrastrándose como un reptil, y dijo:
-"Tío Picote, ya están ahí. Están subiendo la
cuesta. Son tantos que nublan el camino".
No se inmutó el jefe.
Recorrió los puestos y dio orden de guardar silencio
absoluto. Él mismo, echándose a tierra, se ocultó entre las quebraduras de las
peñas, en un lugar donde pudiera abarcar al enemigo a su placer.
-"¡Es un batallón completo! ¡Ah, malditos
gabachos, llevaréis lo vuestro!"
Sonriendo, convencido de su triunfo, volvió puesto por
puesto a dar órdenes de que nadie se moviese ni disparase hasta que él no lo
hiciera.
Todo el pueblo está en silencio. Nada alteraba la paz
y el sosiego de aquel purísimo amanecer.
Confiados los franceses trepaban por la cuesta, muy
seguros de que los torniegos no habían de atreverse a resistir el aguerrido
batallón vencedor de cien combates.
Van con el fusil a la espalda, en animada charla.
Piensan en regalarse con el fruto de la conquista, con
el rico vino y los sabrosos jamones, con las muchachas guapas y rollizas, la
mejor presa en época de campaña.
Frente al Cachón se detuvieron los de la avanzada y
como no sintieron nada anormal, vieron las hermosas viñas y sus jugosos racimos
y se dispusieron a tomarla por asalto.
La viña fue vendimiada por la soldadesca. Un cuarto de
hora después, colocados los fusiles en pabellones, se tendieron en el suelo
para saborear con más comodidad el dulce zumo de las vides.
Sonó de pronto una detonación.
El jefe de las fuerzas cayó muerto de un certero
balazo en la frente. Los soldados corrieron a coger sus armas, pero de cada
matorral salía un disparo que tumbaba a un hombre.
Los tiros sonaban por todas partes.
El desconcierto entre los soldados, que no hallaban enemigos
visibles a quienes atacar y la voz de "sálvese el que pueda", se oyó
entre ellos.
Cuando se inició la desvandada salió ebria de exterminio
la retaguardia del tío Picote, haciendo en el enemigo tan terrible carnicería
que muy contados pudieron escapar monte abajo a contar al mariscal su derrota.
Fueron recogidos cariñosamente los heridos y cuidados
con esmero por aquellas mismas mujeres que tan bizarramente habían tomado
parte en la acción y tornaron todos al pueblo, que celebró espléndidamente su
victoria. Entre tanto, Soult, en Plasencia, rugía de coraje deseando vengarse
de los osados torniegos.
Los vencedores del Torno negociaron la entrega de
prisioneros poniendo como condición que habían de ser entregados al Corregidor
de Plasencia y no al mariscal francés, y que éste habría de dar al olvido lo
pasado.
Transigió Soult por el momento esta humillación.
El tío Picote con sus prisioneros marchó a Plasencia
sin más armas que un hacha colgada del brazo. En el Ayuntamiento hizo entrega
de ellos al Corregidor cuya autoridad no pudo evitar que los placentinos agasajaran
espléndidamente al tío Picote, que tornó a su aldea como un conquistador.
Soult, faltando a su palabra, mandó dos días después
una división al Torno para vengar la afrenta.
Avisados los torniegos como la vez anterior, se trasladaron
a la sierra dejando el pueblo abandonado.
Al atardecer del 24 de agosto de 1809 llegó la
división francesa al Torno y recogiendo el lino puesto a secar lo emplearon
como com-bustible y pegaron fuego a la aldea por varios puntos a la vez.
Pronto una espesa humareda y las llamas devoradoras
mancharon el limpio cielo de aquel heroico pueblo.
Los torniegos que desde sus escondites del monte, observaron
el incendio, se descolgaron como gatos y ocultándose entre los escombros
llameantes y a favor de la espesa humareda se arrojaron sobre los franceses tomando
sangrienta venganza de los incendiarios.
El tío Picote reunió un pequeño grupo de valientes.
Formó una terrible partida de guerrilleros y siempre
al acecho, en cuanto los franceses abandonaban las murallas de Plasencia, caía
sobre ellos sin darles respiro.
La valerosa muchacha, hija del caudillo pueblerino,
acompañó a su padre en sus empresas guerreras, portándose tan bravamente como
aquellas heroínas que exhaltaron la epopeya de la Independencia Nacional.
Hoy son orgullo de las mujeres españolas.
El tío Picote, el comandante Golfín, el cura Canella y
otros muchos hicieron del Valle del Jerte una tumba para las tropas francesas.
Ellos quemaron pueblos: El Torno, Jerte, Vadillo,
Tornavacas... Pero estos hombres quisieron poner precio a sus vidas.
La autoridad no supo agradecerlo y cuando acababa la
guerra se impusieron tributos para rehacer la patria, no se tuvo en cuenta para
nada el heroísmo y la muerte colectiva de muchos pueblos.
No es extraño que varios de estos pueblos tuvieron que
decir a Fernando VII: "Mal pueden pagar tributos pueblos que no
existen".
En los archivos del Torno se conservan algunos de los
datos del incendio del pueblo por los franceses.
Lástima que el tiempo haga olvidar hechos como éste.
Entre tanto, El Torno y toda la región de la Alta Ex tremadura tendrá
siempre un compromiso con sus antepasados.
Y el tío Picote será un héroe, anónimo, pero héroe.
Y su hija será una de esas hembras, mujeres únicas que
de vez en cuando sabe producir el suelo extremeño.
FUENTES:
-Esta
leyenda está resumida de un libro antiguo que la señorita Reme Martín, del
Torno, generosamente nos ha proporcionado.
-Testimonios
recogidos en el mismo sentido por don Demetrio Martín y María José Alfonso,
profesora de EGB.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
0.104.3
anonimo el torno-extremadura
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