El folklore y las tradiciones de Alcuéscar son de lo
más interesante de Extremadura.
Alcuéscar es el pueblo con que Cáceres se despide para
entregar la antorcha de lo extremeño a Badajoz.
Las montañas, escasas en altura, que se levantan en la
región, antaño estaban pobladas de sufridas encinas, dando al paisaje una
sensación de tristeza y resignación. Entre ellas, de vez en cuando, levantaban
la cabeza torres y castillos, vigilancia y defensa que fueron contra la
morisma. Luego dieron origen a pueblos con nombres tan interesantes como
Torremocha, Torrequemada o Torre de Santa María.
Una de esas pequeñas sierras fue famosa, porque en
ella pasó su vida un misterioso personaje. Era un lugar abrupto, escondido,
terrible mansión para un ser humano.
Vestía con andrajos y pieles mal trabadas y apenas
curtidas. Una espesa y prolongada barba, muy mal cuidada, caía a tropezones
sobre el pecho. Grande en la cara, con los ojos hundidos, su aspecto recordaba
la emoción de los seres que lo deben todo a la fuerza de un gran espíritu.
Por las tardes, al ponerse el sol, el solitario se
disciplinaba sin piedad. Cuando las zorras guarrean y los lobos aúllan, los
lamentos del penitente estremecían los recovecos de la cueva donde pasaba su
miserable vida.
Si algún campesino cruzaba cercano y escuchaba
aquellos suspiros, tenía que aligerar el paso y encerrarse acobardado en casa.
Todos pensaban que eran almas en pena que vagaban penitentes pidiendo
misericordia.
En el pueblo decían que aquello era otro monte de
ánimas. Los vecinos de Alcuéscar, a esas horas del anochecer, no osaban abrir
sus puertas, porque temían que se les presentase alguno de sus seres queridos.
El solitario pasaba la vida entre penitencias y oraciones.
Su fama de santo le bastaba para recibir como limosna todo lo necesario para
alimentarse.
Las gentes sencillas de la comarca afirmaban que hablaba
con Dios. Y podía ser cierto, porque sólo un Ser Supremo era capaz de aliviar
aquella estremece-dora soledad.
En uno de aquellos confiados diálogos con Dios quiso
conocer la suerte de su alma. Temía por su propia salvación y la inutilidad de
sus penitencias.
Dios le dio a entender que su suerte era la misma que
la de una mujer de la ciudad cercana, muy conocida, a la que todos llamaban
María la Viuda.
El Santo, porque así lo pensaba todo el mundo, llegó a
la ciudad, probablemente Cáceres, y se dirigió a casa de un clérigo insigne,
quien debería conocer a las almas más privilegiadas, sobre todo a aquellas que
juzgaba insignes por sus virtudes, como la mujer de quien Dios le había
hablado.
Al encontrarse con el clérigo, dijo:
-"Hermano, dime dónde vive María la Viuda . Quiero verla e
imitar sus santas obras, para así ganar el Cielo".
El clérigo, que conocía la virtud del penitente, contestó:
-"Hermano, debes estar equivocado. En el mundo no
hay quien sea más santo que tú. La
Viuda es una mujer que ha dado mucho que decir por sus
deshonestidades. No vayas a verla, que es un alma perdida".
-"Estoy atónito oyéndote. ¿Cómo es posible que
sea cierto lo que me dices?"
Hecho un ovillo de incertidumbres contó cuanto le
había sucedido en la visión.
Por ello, más preocupado aún, insistió en sus deseos:
-"Dime dónde está la casa, porque quiero verla y hablarla".
El solitario fue a casa de la Viuda. Le rogó que le
permitiese estar un día siquiera en su casa.
La petición le resultó grata a la mujer, porque ella
también sabía del que llamaban "el Santo de la montaña".
Al entrar en la casa, María se echó a sus pies, y le
dijo:
-"¡Cómo tanta honra para esta pobre pecadora!
¡Santo varón, mi casa es la del pecado! El Señor no quiere que tengáis por
posada esta casa. Hay en la ciudad palacios, donde estaréis con más
honor".
-"María -dijo el solitario, el Señor me ha dicho
que venga a tu casa, y tú no querrás enojarlo". Y el religioso pasó
dentro.
Pudo contemplar el lujo de aquella mansión, muebles
que se podían decir artísticos: pinturas, retratos..., vinos, jamones,
bodegas..., algo que no parecía casar con los caminos de santidad que él,
inspirado, eligiera.
El anacoreta no salía de su asombro.
A él mismo le había asignado una aterciopelada habitación.
¿Cómo se podía descifrar aquél misterio?
¿Es que él sería también, al final, un hombre perdido?
¿Para qué tan feroces penitencias?
¿Dónde estaba la santidad de aquella mujer? Todas
estas y otras muchas preguntas se hizo a sí mismo o a Dios. Pero lo que no le
contestó Dios lo iba a contestar aquella mujer, para él tan desconcer-tante.
Al día siguiente la Viuda dijo al solitario:
-"Santo varón, tengo que hablaros. Dios os ha
enviado para encontrar una persona con quien desahogar mi conciencia. Con vos
no debo guardar mi secreto. No me denunciaréis a lajusticia. Venid conmigo, que
voy a dar de comer a un pobre que padece persecución por lajusticia. Hace
veinte años que lo escondo en mi casa. Este hombre es el matador de mi único
hijo".
-"¡El matador de tu único hijo! ¿Y lo guardas en
tu casa?"
-"Sí, santo varón. Los dos fueron amigos cuando
jóvenes. Un día riñeron y mi hijo murió de una puñalada. El matador vino a mi
casa perseguido por la
Justicia. Iban también a matarlo. Yo me compadecí de su
desgracia, ya que no podía remediar la mía. Estoy ofreciendo este sacrificio
al Señor cada día, para que perdone mis muchos pecados".
El penitente apenas supo contestar unas palabras.
-"En verdad, mujer, que tu sacrificio es más que
humano. Todos los días renuevas tu dolor y tu perdón y lo envuelves en la
caridad más heroica y exquisita. ¡Yo no hice nunca tanto como tú!"
* * *
Esta leyenda, algunos dicen cuento, fue muy común en
diversos lugares de España.
Se comprende fácilmente el parentesco tan íntimo que
guarda con el famoso drama de Tirso de Molina "El condenado por
desconfiado".
Es importante recordar que el fraile dramaturgo vivió
varios años en Trujillo, hacia 1626.
¿Es que allí conoció la leyenda extremeña?
Don Ramón Menéndez Pidal ha entendido esta similitud.
Su prestigiosa autoridad potencia el valor de la narración extremeña.
En Alcuéscar, de labios de doña Petra Carvajal, el historiador
don Rafael García Plata de Osma recogió la leyenda y se la envió como regalo al
ilustre profesor.
Don Valeriano Gutiérrez Macías sitúa la historia en
Trujillo, apoyándose en el testimonio del cronista trujillano Esteban de
Tapia.
El argumento es bastante similar.
Finalmente, Eduardo Marquina, sobre la base de esta
historia, construye un potente drama lírico complicando, por necesidad la
acción, pero aceptando las tesis extremeñas.
Es Marquina el mismo autor que prestigió desde la escena
aquella otra dama extremeña "Doña María la Brava ".
¡Qué dos extremeñas tan distintas!
FUENTES:
-"Mujeres
extremeñas", por Valeriano Gutiérrez Macías. -"María la Viuda ", por Eduardo
Marquina.
-Estudios
Literarios. Adición a las fuentes "El condenado por desconfiado".
-"Una
desconocida heroina trujillana", por Muñoz de San Pedro, Conde de
Canilleros. Plasencia, 1948.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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anonimo alcuésca -extremadura
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