Finales del siglo XV.
Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, Reyes de España.
Rodrigo Alemán, el Maestro, casi ocho años de trabajo
en el coro de la Catedral
de Plasencia.
Antes ha trabajado en las Catedrales de Zamora, Ciudad
Rodrigo, Toledo.
Es ahora el maestro indiscutible de los coros españoles.
La madera en sus manos se vuelve cera moldeable para
cuajar en todo tipo de figuras ejecutadas con perfección inigualable.
Pero Rodrigo es difícil de calificar: escultor,
arquitecto, inventor, científico... Es un artista visionario, ambicioso,
inquieto, fácilmente irritable. Es un bohemio caprichoso.
No acepta fácilmente las incursiones en su alma. Menos
aún en su vida.
El Cabildo de Plasencia le tiene atado con un contrato
singular y no le es fácil conformarse con los estipendios pactados.
Pasan con frecuencia a contemplar su obra personas que
ya le están resultando molestas.
Está bien que la Reina Isabel , que en
ese año de 1497 anda por tierras extremeñas, le haya saludado a su paso por
Plasencia. Es un honor el saludo de aquella mujer que ha hecho posible el
descubrimiento de un Nuevo Mundo. Como agradecimiento a su visita, aureolada de
grandeza el artista la ha retratado en una de las sillas laterales. En la otra
silla por aquello del "monta tanto", "tanto monta" ha
colocado a su esposo Fernando.
Pero a diario Rodrigo recibe visitas que no son de su
agrado, que le molestan.
¿A qué viene la visita del franciscano que está pidiendo
a gritos una reforma? ¿O la del dominico predicador inquisitorial? ¿O la del
canónigo señorial que paga tras tantas comprobaciones?...
Rodrigo se ha ido vengando por todos ellos.
Al franciscano lo ha retratado con cabeza de raposo
predicando a unas gallinas o recibiendo los palos de un aldeano.
El dominico intelectual ha corrido una suerte parecida.
Con aspecto de simio dicta una lección de teología o enrolla un viejo
pergamino.
Los frailes no son de su agrado.
Los curas, tampoco.
La ferocidad de su crítica va más allá de los límites
tolerados. Rodrigo ha ido demasiado lejos. ¡Cuántas tallas irreverentes!
Si es un hombre creyente, aquello, en el mejor de los
casos, si es mentira, resulta una calumnia. Si es verdad, debería silenciarlo.
Podremos aceptar que en un coro catedralicio se mezclan
las corridas de toros, las diversiones musicales, las luchas callejeras. Los
protagonistas, a la postre, son aldeanos de la tierra.
¡Pero, las otras!...
Hay muchos cabos sueltos en la vida del discutible
Maestro. No por su arte, que es indiscutible, sino por su conducta, que resulta
extraña.
Dos cosas llaman la atención:
Plasencia está llena de judíos. Los Reyes estudian medidas
contra ellos porque quieren para España también la unidad religiosa. Y, sin
embargo, las pocas veces que han sido retratados por el Maestro, aparecen con
respeto. Nunca aparecen bajo los asientos, para que sobre ellos no pueda
sentarse un sacerdote. ¿Son cuestiones de primacía? ¿Juzga superiores a los
judíos? ¿Es que él mismo es judío?... Sería conveniente que la Inquisición lo
averigüe.
Pero esto sólo podrá hacerse cuando haya acabado su
obra.
Otro hecho llamativo es el respeto que demuestra hacia
deter-minados animales que, por otro lado, le resultan familiares.
A veces se le ha visto atrapando las palomas que anidan
en los huecos de los altos nichos.
Es también frecuente verle los martes en el mercado lugareño
comprando gallos, tórtolas, faisanes..., aves de exquisito plumaje.
¿Para qué todo esto?
Porque para modelos no sirven. Simplemente no los utiliza.
Corren rumores de que recoge con cuidado las plumas
de todas las aves que come (y las aves son su comida predilecta). Que va
engarzando con pegamento en una sustancia desconocida las plumas de estos
animales hasta formar unas alas inmensas.
Se le ha visto en lo alto de la torre catedralicia
hacer ejercicios como si fuera un aprendiz de pájaro volandero. Imita a las
cigüeñas de la espadaña que antes de volar aseguran el vuelo inaugural con
repetidos ejercicios de ensayo.
El maestro puede sorprender con algún invento espectacular.
Por eso se le tolera, se le acepta, se le admira con expectación.
¿Qué hará el Maestro?
Rodrigo es un hombre del Renacimiento, es un humanista.
Ha estudiado el fracaso de Ícaro y Dédalo cuando querían escapar de su
laberinto prisionero. Él ni quiere ni puede repetirlo. Pero en su mente hay un
proyecto estudiado científicamente como una sencilla ecua-ción algebraica:
Si equis plumas sostienen equis peso, aumentando las
plumas podemos aumentar proporcionalmente el peso.
Esta será su venganza definitiva.
Cuando quieran exigir las cuentas de su trabajo,
cuando quiera investigar el inquisidor sus antecedentes, será tarde.
Él, el Maestro habrá volado.
Varios meses después de que terminara el Maestro
Rodrigo su obra del coro catedralicio, en Plasencia, en la Dehesa de los Caballos
apareció el cadáver de un hombre. Estaba irreconocible, los buitres, las
alimañas habían comido sus entrañas.
¿Quién era?
Podría ser el Maestro Rodrigo.
Toda Plasencia lo aceptó así.
Nada se volvió a saber del Maestro. Y, desde luego, ni
realizó obras posteriores ni la historia volvió a hablar de él.
En Plasencia hay unos rumores que para muchos son
historia:
El nuevo volador, aunque no se acercase al sol, no había
contado con las ráfagas de aire huracanado, que soplan de vez en cuando en
este valle de Plasencia. Una de ellas lo habría arrastrado. Y aquél cadáver era
el del Maestro Rodrigo.
Este final de leyenda nos parece más bonito que imaginar
al Maestro Rodrigo expulsado con alguno de los grupos de judíos que fueron por
entonces expulsados de Plasencia como de otras ciudades españolas.
FUENTES:
-"El
Cronista", Revista quincenal de Serradilla.
-M. Sánchez
Mora, "Las Catedrales de Plasencia". Plasencia. Guía
Histórico-Artística-Turística, por José Díaz Coronado.
-Colaboración
especial en esta y otras leyendas de don Victor Martínez y su esposa, Rosa
Muñoz.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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