Después del desastre de Guadalete, un fuerte contingente
de los derrotados intentaron concentrarse en Mérida, céntrica y amurallada
ciudad hispano-goda. Muza, consciente de su importancia, él mismo en persona la
tomó por la fuerza el 30 de junio del año 713.
Desde allí, llamando a su lugarteniente Tarik, que se
le incorporó en Almaraz, avanzó con su ejército y cruzó el Tajo por Alconétar.
Pronto se dio cuenta el caudillo bereber de la importancia
de este lugar.
Alconétar era un puente romano de 250 metros de
longitud. Tenía 13 arcos desiguales, sostenidos por pilastras de casi 7 metros
de largo por más de 4 de espesor. Toda su fábrica era de sillería granítica
almohadillada, formada por enormes bloques labrados.
Constituía el paso obligado de la famosa Vía de la Pla ta, de 200 km, que
recorría todo el oeste de España. Su grandeza definitiva se debió a Trajano,
Emperador romano, español de nacimiento.
En su trayecto desde Mérida hasta Astorga, en suelo
extremeño, se asentaban ciudades tan importantes como Ad Sorores, Castra
Coecilia, Turmulus, Rusticana, Capara y Cecilius Vicus.
Turmulus estaba en las inmediaciones de Alconétar,
inmediata-mente después de la unión del Almonte con el Tajo.
Cuando los berberiscos se instalaron en Alconétar,
reconstruyeron el fuerte, dotándolo de gruesos muros, torres esbeltas, amplios
recintos y egregias mansiones. Circundada, además, por los dos ríos la
convirtieron en una fortaleza inexpugnable.
Reconquistada en el siglo XII, fue entregada a los Caballeros
del Templo, quienes mejoraron su fábrica. Se concedió un tratamiento especial a
su torre principal, la llamada en la actualidad "Torre de Floripes".
Se aprovecharon para ello los sillares romanos, y tenía
una entrada principal a 5 metros del suelo, como la de Monfragüe, siendo
necesaria la escalera de mano para penetrar en su interior.
Esta hermosa torre es lo que aún queda de aquella pasada
grandeza. Al construirse el pantano de Alcántara, los restos del puente romano
se han trasladado más arriba. Pero la torre no ha sido removida de su
primitivo emplazamiento. Para desafío del nuevo mar interior se asoma o sumerge
incólume con las subidas o bajadas del agua embalsada.
Parece como si la torre tuviera sentimientos y se
resistiera a morir, y cuando se yergue sobre el remanso tranquilo, está
recordando hoy más que nunca su pasada leyenda.
Carlomagno, el Emperador cristiano de Occidente entre
los años 742 y 844, coincide y choca en sus ansias de grandeza con la de los
musulmanes de España.
Para frenar el poderío islámico, realiza frecuentes correrías
por la España
musulmana. Sus mejores caballeros, los famosos Pares de Francia, dejaron
constancia de su entereza, y vendieron caras sus derrotas.
Estos caballeros franceses llegaron incluso a tierras
de Extrémadura, y en Alconétar se encontraron con otros guerreros, valientes y
celosos defensores del Islam.
Era señor del castillo el famoso Fierabrás, esforzado
caudillo, Rey de Alejandría, que disputaba a Carlomagno el imperio del mundo.
Había conquistado aquella fortaleza uno de sus valientes
capitanes, llamado Mantible y, en su honor, el puente romano se llamó desde
entonces "Puente de Mantible".
Fierabrás llevaba siempre en su compañía a su hermana
Floripes, bellísima princesa y, al mismo tiempo, uno de los capitanes más
valerosos de su guardia personal. Era esto un motivo para que Fierabrás la
retuviera siempre en su compañía, porque estaba perdidamente enamorado de ella,
a pesar de ser su hermana. Era un hecho aceptado sin escándalo entre los
seguidores de Mahoma.
Mas la gentil agarena despreciaba con arrogancia las
insinuacio-nes amorosas del hermano. Ella, a su vez, estaba locamente
enamorada de uno de los esforzados y esclarecidos paladines de la corte
francesa, Guido de Borgoña. Lo había conocido en mil batallas y entregado su
corazón por entero.
Fierabrás lo ignoraba, pero quiso la suerte que Guido
fuera herido y cayera prisionero junto con otros caballeros franceses. El
Muslín los retuvo junto a sí y los guardaba en su compañía. Esta circunstancia
fue aprovechada por Floripes para demostrar su amor al caballero cristiano.
Pero el celoso hermano descubre aquellas relaciones amorosas e irritado y
colérico mandó que todos los caballeros franceses fueran encerrados en los más
oscuros calabozos del castillo de la
Puente de Mantible.
La custodia se encomendó al fiero Alcaide de la fortaleza,
el hercúleo Brutamonte, con órdenes expresas de que permanecieran allí hasta su
muerte.
Enterada Floripes del paradero de su amado, acompañada
de tres de sus camaristas y sobre los más briosos corceles del ejército, huye
hacia el Tajo, en busca de Guido.
Llegan cerca de la torre en una noche oscura y cerrada,
iluminadas a duras penas por las teas que ellas mismas se habían fabricado.
Al pie de la fortaleza, la capitana aguerrida grita imperiosa:
-"¡Ah de la torre!"
Brutamonte les responde:
-"iQuién va!"
Ella vuelve a gritar:
-"¡Tan cambiada estoy, que no me conoces! ¡Soy mujer
y soy conocida!"
La voz le resulta familiar, pero quiere ratificar lo
que ha escuchado. Baja a la poterna y reconoce con sorpresa, pero con
claridad, que se trata de la hermana de su Señor.
Confiado, abre la puerta en el instante mismo en que
la princesa, como un felino, salta sobre el alcaide y le hunde su daga en lo
más profundo del corazón. Se arroja intrépida sobre el cadáver, le quita las
llaves de las mazmorras, abre las puertas y saca de lo profundo a Guido y a
los caballeros franceses, y con celeridad intentan todos tomar las armas y
caballos para huir a Francia.
Temían alguna reacción de Fierabrás.
No se equivocaron. El agareno había notado la ausencia
de su hermana. Entonces él mismo con sus mejores caballeros se dirige al
castillo, sospechoso de lo que estaba sucediendo.
Al llegar, comprende lo que pasa, pues en el cadáver
tirado a la puerta ha reconocido la daga personal de su hermana. Pero la
fortaleza está cerrada y con los caballeros franceses en su interior, será
difícil asaltarla. Por ello ordena la venida de su ejército y sitia el lugar
convencido de que el hambre es la única forma de rendirlos.
Este brutal propósito llevado a la práctica supone para
los sitiados el agotamiento de sus provisiones. Lentamente, pero con
seguridad, están avocados a un final estremecedor. Antes, pues, de capitular
toman una determinación heroica: avisar al Emperador Carlomagno y pedir
auxilio. Sortean entre todos para ver a quién corresponde llevar la noticia y,
fatalmente, recae sobre Guido. ¡Suerte infeliz y extraña!
La empresa era harto difícil, porque había que salvar
los campamentos del enemigo. Sin embargo, los sufrimientos y lágrimas de los
que quedaban con la valentía y arrojo del que marchaba, hicieron posible la
empresa y propiciaron un final dichoso.
Carlomagno manda sus soldados. Vence a Fierabrás.
Malherido, lo hace prisionero. Libera a los heroicos defensores. Y entrega la
mano de Guido de Borgoña a su amada Floripes, volviendo vengador y victorioso a
su imperio de la Galia.
Pero al retirarse, como buen francés, quiso dejar un
cruel recuerdo de su presencia en aquellas tierras: destruyó el puente para
estorbar la vuelta de los africanos.
Sin embargo, la historia no termina así.
Fierabrás murió desesperado, llorando la pérdida de su
señorío.
Alá lo ha condenado a vagar errante por las inmediaciones
de la Torre de
Mantible.
Aún hoy sus gritos y lamentos se oyen en las cercanías.
Y cuando el agua del pantano se atreve a anegar la torre, a su alrededor se
forma un halo misterioso, una especie de remolino, por donde respiran los
espíritus condenados de Fierabrás y Brutamonte.
Esta es la historia mágica de una leyenda, que ha merecido
los más altos honores dentro y fuera de España.
De ella han escrito Turpín, Arzobispo de Reims; Los
Romanceros, Calderón de la Barca
"La Puente
de Mantible", Cervantes "El bálsamo de Fierabrás", Morales,
Ponz, Laborde, Publio Hurtado y otros muchos.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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