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miércoles, 6 de noviembre de 2013

El cristo del perdón

Hervás cree y presume de una venerada y piadosa imagen, una original talla de Cristo. Su extraña posi­ción, su mirada suplicante, obliga a reflexionar a aquél que se acerca devotamente. Arrodillado sobre la esfera terrestre, con los estigmas de la pasión, en actitud de di­vino ruego, El Salvador de los hombres ruega al Padre por todos nosotros.
Cuando la penumbra que crean las oscilantes llamas de las velas devotas lo alumbran, el alma se sobrecoge. Se respira en el ambiente algo que te asusta, que te inti­mida en lo más profundo. Y al final termina siempre por caer de hinojos lleno de respeto y admiración al Dios del Amor y del Perdón cristianos.
El Cristo del Perdón, como se denomina a la imagen venerada por los hervacenses, llegó a este lugar en cir­cunstancias notablemente extrañas. Cuenta la tradición que recién construido el convento de los Trinitarios Descalzos, bajo el patrocinio de doña María López Bur­galés, en el año 1670, se encontraba la comunidad de frailes rezando sus oraciones oficiales de completas. En ese preciso momento sona'ron en la puerta unos recios y secos golpes como de rudos gañanes. Asombrados y también alarmados por la hora salió el hermano portero a indagar qué significaba aquella inesperada e inoportu­na llamada.
Abrió el fraile el gran portalón y comprobó sorpren­dido que no había nadie. Solamente pudo observar que delante de la puerta, en medio del atrio, se encontraba un gran carro, ya sin animales de tiro. Dentro del vulgar carruaje se hallaba una hermosa figura que despedía ha­ces de luz por todas partes.
Asustado, con grandes voces llamó a los demás frai­les. Con su abad al frente salieron en seguida. Recupera­dos del asombro inicial, todos los frailes cayeron de ro­dillas ante lo que era una imagen de Cristo Redentor que, en doble genuflexión y con la mirada elevada al Cielo, parece pedir perdón por todos los mortales.
Los religiosos, con toda clase de precauciones, intro­dujeron la misteriosa imagen en el convento. Estaban convencidos de que su llegada era un envío de lo alto, una aprobación milagrosa, en los comienzos del recién fundado convento.
A pesar del magnífico altar mayor de la iglesia, autén­tica joya del barroco, decidieron hacer algo excepcional que adornara y resaltara aquél regalo que reconocían como milagroso.
Construyeron una capilla con su altar, sólo y exclusi­vamente para el Cristo. Pero cuando estaba ya termina­do el altar, una noche se derrumbó, de tal forma que lo hicieron inservible.
Los frailes, disgustados por lo sucedido en la nueva capilla volvieron a construir otro. Por segunda vez, y a punto de terminarse el sólido y precioso altar nuevo, se vino también abajo. Se autodestruyó sin motivo, sin ex­plicación lógica posible.
Cuando los frailes, atónitos, miraban aquel otro de­sastre, fray Bartolomé, viejo lego y santo varón de la Or­den, dio la solución adecuada al insólito caso:
Hay que hacer un altar parecido al carro que lo trajo hasta nosotros. Un trono donde se le pueda ver por sus cuatro costados.
El respeto que tenían todos al venerable fraile fue ra­zón suficiente para que obedecieran. Pensaban que Dios hablaba por la boca de aquel hombre santo.
En efecto, levantado el altar en forma de preciosa ca­rreta, esperaron unos días para comprobar la acepta­ción del Cielo.
Pasadas varias semanas se colocó la imagen, y todos comprendieron que su singular postura pedía necesaria­mente un altar de estas características.
Sólo así se puede contemplar a un Jesús que siempre impresiona, pero cuando lo admiras desde uno y otro la­do no puedes menos de terminar arrodillado y pedir, tú, el perdón.
No extraña, pues, que ésta sea la Imagen del Cristo del Perdón.
Para confirmar esta impresión, algunos años después, y varias veces, han ocurrido hechos milagrosos que lo ratifican.
Era el 17 de mayo de 1716, con motivo de un horroro­so sacrilegio efectuado por los otomanos, la imagen del Cristo del Perdón sudó sangre. Sangre que se guarda en los paños corporales de aquella época, y que se pueden contemplar aún en la actualidad. Guardados en un sen­cillo relicario están depositados sobre el altar de la mila­grosa imagen.
Más tarde, en el año 1811, durante la Guerra de la In­dependencia contra los franceses, un grupo militar, una patrulla de "gabachos" se presentaron en el pueblo al mando de dos jóvenes oficiales. Abusando de su pode­río y, más aún, de su mejor armamento, recorrían las ca­lles tratando de humillar a la indefensa población. Al llegar al convento quisieron demostrar su arrogante va­lentía delante de sus soldados y de la acobardada multi­tud. Hicieron abrir las puertas de la mansión religiosa y penetraron en ella montados en sus cabalgaduras. Ante el espanto de los frailes y villanos se entretenían en salir y entrar por una y otra puerta, sin que la misma iglesia se librara del inútil y sacrílego atropello.
Por el éxito de su atrevimiento, horas más tarde, al anochecer, uno de los oficiales franceses fue invitado por algunos vecinos a una bodega. Querían obsequiarlo con el sabroso y rico vino de la región.
Al siguiente día lo encontraron muerto, colgado de una viga de la bodega a la que fue invitado. Nadie fue ca­paz de descubrir al asesino.
El otro oficial francés tuvo la mala suerte de toparse en la subida al castillo, cuando hacía la ronda nocturna, con el audaz y osado Maxedo, oficial a las órdenes del caudillo guerrillero Sánchez de León.
Venía para cerciorarse de los movimientos de tropas francesas en la zona.
El oficial Maxedo, habilísimo con la espada, y ampa­rado en la noche, mató fulminante al desgraciado oficial francés e hirió gravemente a alguno de los soldados de escolta. Los que huyeron dieron voces de alarma y auxi­lio. Maxedo escapó por las traseras del castillo, ya igle­sia, ganando el campo libre, donde las sombras de la no­che lo pudieron proteger.
El camino que siguió este oficial español se celebra aún como Calle de Maxedo.
Todos los hijos de Hervás han pensado siempre que estos hechos son un castigo de Dios, un milagro de su Cristo del Perdón.
Los creyentes de Hervás refieren a su Cristo muchos milagros. Así lo predican los exvotos depositados junto a la imagen.
Estos que hemos narrado son los más celebrados, por­que forman parte de la historia colectiva del pueblo.

FUENTES:
-Recopilación realizada directamente por don Noé Duarte Pé­rez, ATS de Hervás.
-Testimonios personales del párroco don Manuel López.

Fuente: Jose Sendin Blazquez

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