Hervás cree y presume de una venerada y piadosa
imagen, una original talla de Cristo. Su extraña posición, su mirada
suplicante, obliga a reflexionar a aquél que se acerca devotamente. Arrodillado
sobre la esfera terrestre, con los estigmas de la pasión, en actitud de divino
ruego, El Salvador de los hombres ruega al Padre por todos nosotros.
Cuando la penumbra que crean las oscilantes llamas de
las velas devotas lo alumbran, el alma se sobrecoge. Se respira en el ambiente
algo que te asusta, que te intimida en lo más profundo. Y al final termina
siempre por caer de hinojos lleno de respeto y admiración al Dios del Amor y
del Perdón cristianos.
El Cristo del Perdón, como se denomina a la imagen
venerada por los hervacenses, llegó a este lugar en circunstancias
notablemente extrañas. Cuenta la tradición que recién construido el convento de
los Trinitarios Descalzos, bajo el patrocinio de doña María López Burgalés, en
el año 1670, se encontraba la comunidad de frailes rezando sus oraciones
oficiales de completas. En ese preciso momento sona'ron en la puerta unos
recios y secos golpes como de rudos gañanes. Asombrados y también alarmados por
la hora salió el hermano portero a indagar qué significaba aquella inesperada e
inoportuna llamada.
Abrió el fraile el gran portalón y comprobó sorprendido
que no había nadie. Solamente pudo observar que delante de la puerta, en medio
del atrio, se encontraba un gran carro, ya sin animales de tiro. Dentro del
vulgar carruaje se hallaba una hermosa figura que despedía haces de luz por
todas partes.
Asustado, con grandes voces llamó a los demás frailes.
Con su abad al frente salieron en seguida. Recuperados del asombro inicial,
todos los frailes cayeron de rodillas ante lo que era una imagen de Cristo
Redentor que, en doble genuflexión y con la mirada elevada al Cielo, parece
pedir perdón por todos los mortales.
Los religiosos, con toda clase de precauciones, introdujeron
la misteriosa imagen en el convento. Estaban convencidos de que su llegada era
un envío de lo alto, una aprobación milagrosa, en los comienzos del recién
fundado convento.
A pesar del magnífico altar mayor de la iglesia, auténtica
joya del barroco, decidieron hacer algo excepcional que adornara y resaltara
aquél regalo que reconocían como milagroso.
Construyeron una capilla con su altar, sólo y exclusivamente
para el Cristo. Pero cuando estaba ya terminado el altar, una noche se
derrumbó, de tal forma que lo hicieron inservible.
Los frailes, disgustados por lo sucedido en la nueva
capilla volvieron a construir otro. Por segunda vez, y a punto de terminarse el
sólido y precioso altar nuevo, se vino también abajo. Se autodestruyó sin
motivo, sin explicación lógica posible.
Cuando los frailes, atónitos, miraban aquel otro desastre,
fray Bartolomé, viejo lego y santo varón de la Or den, dio la solución adecuada al insólito
caso:
Hay que hacer un altar parecido al carro que lo trajo
hasta nosotros. Un trono donde se le pueda ver por sus cuatro costados.
El respeto que tenían todos al venerable fraile fue razón
suficiente para que obedecieran. Pensaban que Dios hablaba por la boca de aquel
hombre santo.
En efecto, levantado el altar en forma de preciosa carreta,
esperaron unos días para comprobar la aceptación del Cielo.
Pasadas varias semanas se colocó la imagen, y todos
comprendieron que su singular postura pedía necesariamente un altar de estas
características.
Sólo así se puede contemplar a un Jesús que siempre
impresiona, pero cuando lo admiras desde uno y otro lado no puedes menos de
terminar arrodillado y pedir, tú, el perdón.
No extraña, pues, que ésta sea la Imagen del Cristo del
Perdón.
Para confirmar esta impresión, algunos años después, y
varias veces, han ocurrido hechos milagrosos que lo ratifican.
Era el 17 de mayo de 1716, con motivo de un horroroso
sacrilegio efectuado por los otomanos, la imagen del Cristo del Perdón sudó
sangre. Sangre que se guarda en los paños corporales de aquella época, y que se
pueden contemplar aún en la actualidad. Guardados en un sencillo relicario
están depositados sobre el altar de la milagrosa imagen.
Más tarde, en el año 1811, durante la Guerra de la In dependencia contra los
franceses, un grupo militar, una patrulla de "gabachos" se
presentaron en el pueblo al mando de dos jóvenes oficiales. Abusando de su poderío
y, más aún, de su mejor armamento, recorrían las calles tratando de humillar a
la indefensa población. Al llegar al convento quisieron demostrar su arrogante
valentía delante de sus soldados y de la acobardada multitud. Hicieron abrir
las puertas de la mansión religiosa y penetraron en ella montados en sus
cabalgaduras. Ante el espanto de los frailes y villanos se entretenían en salir
y entrar por una y otra puerta, sin que la misma iglesia se librara del inútil
y sacrílego atropello.
Por el éxito de su atrevimiento, horas más tarde, al
anochecer, uno de los oficiales franceses fue invitado por algunos vecinos a
una bodega. Querían obsequiarlo con el sabroso y rico vino de la región.
Al siguiente día lo encontraron muerto, colgado de una
viga de la bodega a la que fue invitado. Nadie fue capaz de descubrir al
asesino.
El otro oficial francés tuvo la mala suerte de toparse
en la subida al castillo, cuando hacía la ronda nocturna, con el audaz y osado
Maxedo, oficial a las órdenes del caudillo guerrillero Sánchez de León.
Venía para cerciorarse de los movimientos de tropas
francesas en la zona.
El oficial Maxedo, habilísimo con la espada, y amparado
en la noche, mató fulminante al desgraciado oficial francés e hirió gravemente
a alguno de los soldados de escolta. Los que huyeron dieron voces de alarma y
auxilio. Maxedo escapó por las traseras del castillo, ya iglesia, ganando el
campo libre, donde las sombras de la noche lo pudieron proteger.
El camino que siguió este oficial español se celebra
aún como Calle de Maxedo.
Todos los hijos de Hervás han pensado siempre que
estos hechos son un castigo de Dios, un milagro de su Cristo del Perdón.
Los creyentes de Hervás refieren a su Cristo muchos
milagros. Así lo predican los exvotos depositados junto a la imagen.
Estos que hemos narrado son los más celebrados, porque
forman parte de la historia colectiva del pueblo.
FUENTES:
-Recopilación
realizada directamente por don Noé Duarte Pérez, ATS de Hervás.
-Testimonios
personales del párroco don Manuel López.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
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