El castillo de Portezuelo está situado en un portillo
dentro de una cortada que dejan dos sierras.
Se construyó para defender la calzada romana que,
arrancando de la Vía
de la Plata ,
cerca de Túrmulos, y pasando por Cauria (Coria) y Catóbriga llegaba hasta
Miróbriga (Ciudad Rodrigo). Más tarde se llamó a esta vía Calzada de la Dalmacia. Su
importancia radica en ser paso obligado hacia el Tajo desde las tierras del
norte.
Interés por este lugar lo mostraron ya los hombres de la Prehistoria , como lo
atestigua la Cueva
de la Columna
o Cancho de la Gulera ,
o los dólmenes existentes en sus cercanías.
Más tarde, los romanos debieron tener a un lado u otro
del portillo alguno de sus célebres campamentos.
Lo que no es posible dudar es que este castillo fue
edificado por los musulmanes, posiblemente hacia el siglo X, en plena eferves-cencia
berberis-cana.
El castillo primitivo no tenía torres. No las
necesitaba. Asentado firmemente sobre escarbadas rocas de pizarra, se
levantaba erguido como punto de mira para otear grandes extensiones y
comunicarse con los de Alconétar, Coria y Mirabel.
Más tarde los Caballeros Militares de Alcántara lo cambiaron
y ennoblecieron al ser erigido en cabeza de "encomienda" con extensa jurisdicción.
Para ello se construyeron torreones, fosos, aljibes... pero no llegó a tener
"Torre del Homenaje".
La decadencia de este castillo comenzó en el siglo
XVII hasta llegar al estado de abandono en que hoy se encuentra.
Pero antes, cuando era una fortaleza islámica, tuvo lugar
en ella un trágica historia de amor y aún cuando desaparezcan los derruidos
muros que a duras penas se mantienen, la historia seguirá viva y lozana,
conservada en el corazón de los habitantes de Portezuelo.
Esta historia de amor tiene la frescura de ser
anterior a la de Romeo y Julieta del autor inglés. Y anterior, también, a la
tragedia de Calixto y Melibea a finales del siglo XV.
Se sitúa después de la muerte de Almanzor cuando finaliza
la grandeza del Califato de Córdoba. El gran imperio conseguido por el
caudillo de los abasíes se desmembra en una multitud enorme de estados
pequeños, hoy llamados Reinos de Taifas. El último de ellos fue el de Granada.
Tuvieron la suerte de que los reinos cristianos vieron
también alternar sus períodos de esplendor con otros de endeblez y revueltas
exteriores e interiores.
Por esa época el castillo de Portezuelo tenía un Alcaide
que se unía a los de otros castillos vecinos y juntos hacían por sorpresa
razzias por tierras de cristianos.
Pero más que por estos éxitos o fracasos bélicos el Alcaide
de Portezuelo era famoso por su hija, la bella Marmionda, una gentil doncella
agarena que era el asombro de toda la región. La fama de su hermosura había
incluso trascendido más allá de sus fronteras, extendiéndose a los reinos
cristianos.
En una de las frecuentes correrías de los cristianos,
unos cuantos soldados leoneses se perdieron entre las difíciles serranías de
Gata, acercándose, sin saberlo, hasta las proximidades de Portezuelo. El Alcaide
sorprendió a los despistados caballeros y los llevó como rehenes a su
fortaleza.
Al tener conocimiento de que entre los prisioneros se
hallaba un caballero principal de la
Corte leonesa, proyectó su rescate conven-cido de que
obtendría una pingüe suma de dineros.
Mientras se gestionaba el convenio y los emisarios
fueron a la Corte
de León, el Príncipe cristiano descubrió a la excepcional mujer. Muy pronto
quedó locamente enamorado haciendo llegar a la bella agarena las intenciones
de su enamorado corazón. Marmionda recelosa al principio, muy pronto se
convenció de la sinceridad de su amante y correspondió complaciente a las
muestras de su galantería.
Los dos jóvenes mantuvieron en secreto su idilio
amoroso, pero cuando llegaron los emisarios con el precio del rescate, el
paladín cristiano quedó en libertad para volver a su tierra.
Este trance doloroso por tener que elegir entre el deber
y el amor, tuvo que resolverse en un caballero a favor del primero. Los
enamorados ahora, tenían que separarse, pero antes se juraron un amor eterno,
hasta la muerte misma, confiando al destino un esperanzador reencuentro.
Pasaban los meses, incluso pasaban los años y el cristiano
no volvía a cumplir su promesa. Marmionda sumida en el calvario de la sorpresa,
deshecha en lágrimas y silencios, apenas sin comer, tenía en peligro su propia
vida.
Su padre, desconociendo la existencia de estos amores,
después de agotar todos los recursos creyó que el único remedio para salvar a
su hija, era buscarle un esposo entre los múltiples y esclarecidos
pretendientes.
Marmionda, dechado de virtudes, no quería disgustar a
su padre rechazando al Príncipe seleccionado entre los principales de su raza.
Por ello envió un emisario a la Corte de León para que
informara de cuanto sucedía y de la difícil situación en que ella se
encontraba.
Entre tanto, se llega incluso a fijar el día de la
boda sin que la infeliz doncella cambiara su ánimo.
Mientras se acercaba el día señalado para la boda, la
desdichada mora era centinela permanente que, a todas horas y todos los días,
miraba desde su aposento la amplia calzada que se dirigía hacia el norte.
Por fin un día cuando ya muchos caballeros estaban en
el castillo invitados a la ceremonia, el vigía dio la señal de alerta porque
llegaban jinetes cristianos. Mucho antes ella los había conocido y adivinado en
su alma. No se confundía, entre ellos estaba él, el amado de su corazón.
Los cristianos al llegar, cuando parecía todo listo
para la defensa, hacen saber al Alcaide sus pacíficas y amorosas intenciones.
El orgulloso mahometano se vio sorprendido al oír la
demanda y loco de furor dijo a los emisarios que jamás entregaría a su hija a
un perro cristiano aún cuando fuera un capitán de la Corte leonesa.
Como no valieron para nada los razonamientos, los
soldados se aprestaron para conseguir por la fuerza lo que no habían conseguido
las razones.
Se entabló un fiero combate entre moros y cristianos
donde la valentía y la rabia convirtieron la reyerta en verdadera batalla.
Marmionda que contemplaba desde lo alto del muro los
avatares de la pelea siguiendo con sus ojos las heroicidades de su caballero,
vio como éste caía pesadamente de su caballo hasta el punto de tomarlo por
muerto.
Creyendo que con esta muerte la vida propia no tenía
sentido se arrojó desde la ventana de su aposento y con tal fuerza que vino a
caer junto a la roca donde yacía su amante.
Pero la fatalidad no pudo ser más cruel.
El capitán cristiano no estaba muerto.
Lentamente fue recobrando el sentido hasta darse cuenta
que a sus pies tenía destrozados y sangrantes los despojos de su desgra-ciada
Marmionda.
Y ahora sí. Ahora fue él el que repite el razonamiento
de su amada: "¿Para qué vivir?" Su vida y su valor ya eran sin ella
inútiles.
Ante los gritos de sus compañeros que le avisaban del
peligro, sube intrépido por las empinadas rocas que sirven de cimientos al
castillo. Desde allí ante la mirada sorprendida de los defensores y atacantes
se arroja furioso y después de despeñarse sobre las pizarras baja rodando
justamente hasta donde le detiene el cadáver de ella.
Así, juntos y destrozados mezclan su sangre de enamorados,
los dos que por primera vez en la historia habían muerto de amor.
Aún hoy los lugareños de Portezuelo cuando preguntas
y se convencen de que crees su historia de amor, te señalan el lugar mismo
donde es tradición, murieron Marmionda y su caballero.
Los hay incluso fanáticos que una de esas manchas
negras que tienen las rocas pizarrosas apuestan ser consecuencia de la sangre
de los cadáveres.
Y hasta es posible que tengan razón porque aquella
mancha es mucho más oscura que las demás y parece que huele a sangre.
FUENTES:
-Vicente
Mena, "Leyendas Extremeñas".
-Gervasio
Velo y Nieto, "Castillos de Extremadura".
-Cooperación
especial y testimonios de la
Srta. Felisa Gallego,
Licenciada
en Historia.
Fuente: Jose Sendin Blazquez
0.104.3
anonimo portezuelo-extremadura
No hay comentarios:
Publicar un comentario