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miércoles, 6 de noviembre de 2013

La bella leila

Magacela es hoy un pequeño pueblo que aún conser­va parte de su orgullo antiguo, gracias al recuerdo de su desafiante castillo, que dominaba los horizontes casi in­finitos de sus fronteras.
Pero no muchas personas conocen el evocador signi­ficado del nombre de Magacela. Nombre que podría­mos decir con verdad "alto, sonoro y signi-ficativo".
Cuando caducaba el primer tercio del siglo XIII, Arias Pérez, tercer maestre de la Orden de Alcántara, se propuso humillar, o quizá vengar, de la morisma las atrevidas incursiones, que en sus momentos de grande­za había realizado Amed-Ben-Alí, humillando una y mil veces a los cristianos.
Los alcantarinos lograron reconquistar fortalezas y castillos tan estratégicos como Zalamea, Medellín y Benquerencia. Significaba esto herir profundamente el orgullo musulmán y no era fácil su aceptación.
Amed-Ben-Alí intentó quebrar los éxitos cristianos y convirtió su castillo en un baluarte inexpugnable donde se aunaban por igual las defensas naturales con las artifi­ciales. No existía un palmo de terreno que no estuviera cuidado-samente defendido, dispuesto para lo que se creía un ataque imposible, o cuando menos suicida.
La noticia de la toma del castillo de Benquerencia por los cristianos no alteró el rostro enjuto y soleado del Al­caide moro. ¡Tan seguro estaba de sí mismo!
Cuando supo los detalles de la derrota no pudo espe­rar más. Su nerviosismo y su rabia le aconsejaron antici­parse a la llegada del maestre Arias Pérez. Dejó a su hija la defensa del castillo y él, en persona, con lo mejor de su ejército salió en busca de los triunfadores.
La calcinada y rojiza llanura de Quintana de la Sere­na, fue el lugar de encuentro entre moros y cristianos. La lucha no pudo ser más feroz. Las tropas de los dos ban­dos estaban mentalizadas física y espiritualmente para la victoria o para la muerte. Y el resultado: muerte para unos y victoria para los demás. Cupo la suerte de morir a los hijos de Mahoma que dejaron la llanura sembrada de cadáveres, abrazados muchas veces a los de los cris­tianos.
Cuando caía la tarde fulgurante y plomiza del otoño, sobre las tierras polvorientas apenas se podía mirar otra cosa que charcos de sangre y cuerpos sin vida. Apenas se escuchaba otra cosa que los gritos de los heridos y el silencio de los muertos. Y entre estos últimos, con sus se­lectos guardianes, yacía el caudillo moro Amed-Ben­Alí. Cuando los vencidos presentaron los fríos despojos del padre a Leila, su hija, juró ésta también o vencer o morir.
Leila era, además de una heredera moruna, una be­lleza singular. Su nombre no era Leila, sino "Leila la Be­lla". La fama de su hermosura era tan singular que cuan­do se pronunciaba el nombre, se añadía sin más su pro­verbial apellido: "La Bella".
Aquella mujer de tez bronceada, de ojos oscuros, es­belta de cuerpo y de talle escultural, no fió jamás a sus cualidades femeninas la razón de su caudillaje. Era, ade­más, valiente, atrevida hasta el heroísmo. Cuando se presentaba vestida para el combate, los soldados creían ver en ella la prolongación resucitada de las cualidades de su padre.
Eran los días finales del año 1233.
Los cristianos no querían pasar los días señalados por la tranquilidad y la paz de Cristo en aquella lucha tan fe­roz y tan prolongada.
Arias Pérez, el maestre de Alcántara, se dirige a Ma­gacela. Ya había liquidado la resistencia en Trujillo. Trujillo era entonces la fortaleza y plaza señorial que só­lo admitía parangón con la de Cáceres.
Arias Pérez conocía las dificultades del soberbio re­ducto de Magacela. La fuerza aglutinante que significa­ba Lelia, entre la morisma.
Cuando la atacó, uno tras otro, se sucedieron sin inte­rrupción los intentos de asalto, sin que los alcantarinos lograran sus objetivos.
Las noches eran las que únicamente obligaban a to­dos a buscar el silencio y la tregua pasajera. Pasajera porque los sitiados y sitiadores redoblaban cada noche sus planes para el siguiente amanecer. Un día u otro lle­garía el desenlace final.
El maestre, hábil estratega, estudia un proyecto: divi­dir sus tropas en tres grupos. Dos de ellos formados por jinetes llevarían en la mano "un grueso entretejido de paja embreada que habrían de encender a una vez y cuyo fuego aumentaría con la violencia del galope de­senfrenado de los caballos.
El tercero, a cuyo frente iría él, ascendería hacia la puerta del castillo con ánimo de penetrar por ella. En­tonces los sitiados acudirían a los muros que miran hacia Medellín, seguros de que por aquél lugar habría de ser el asalto.
Una de aquellas noches, cuando apenas habían pasa­do las primeras horas del atardecer, los defensores con­templaron de improviso un espectáculo que les pareció dantesco. Miles de fuegos avanzaban en la noche, acer­cándose veloces a las murallas. Sin que pudieran imagi­nar que esa era su gran equivocación se precipitan todos sobre las almenas y gritan: ¡los cristianos, los cristianos!, mientras se aprestan para la defensa.
Leila, que disfrutaba de una abundante y bien servida cena, para celebrar no sé qué acontecimiento, sube a la torre principal y volviéndose a los suyos grita iracunda:
-"Amarga cena, amarga cena para mí. ¡Resistid mis leones"!
Demasiado tarde.
La puerta de la fortaleza había caído hecha pedazos y los infantes del tercer cuerpo del ejército eran dueños de gran parte del castillo, cuyos hombres, con su capitán al frente, llenaban el patio principal y las mismas murallas conquistadas por la espalda de los defensores.
Ensombrecida en lo alto de la escalera, pero radiante de dignidad y de vigor, mirando a Arias Pérez, el maes tre de Alcántara, que intentaba subir hacia ella, Lei.a, Ía Bella Leila, antes que caer en brazos de los cristianos le­vanta briosamente su yatagán, el retorcido puñal moru­no, y clavándolo en su corazón, rueda escaleras abajo hasta reposar sangrante a los pies del conquistador, que sólo puede arrodillarse y besar su sangre de virgen y de heroína.
"Al levantarse el caserío que hoy vive al abrip del viejo genízaro de piedra, púsosele, en recuerdo de la fra­se de Leila `La Bella' el nombre de AMARGA CENA; mas como el tiempo todo lo cambia a su capricho deshizo el primero, lo convirtió en MALGACENA y, en la actuali­dad, es MAGACELA -linda corrupción, la villa sosegada de los PRIORES que fueron".

FUENTES:
-Vicente Mena, "Leyendas Extremeñas". -Gervasio Velo y Nieto, "Castillos extremeños".

Fuente: Jose Sendin Blazquez

0.104.3 anonimo magacela-extremadura

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