En el siglo XII Cataluña
se veía ensangrentada por las luchas entre los partidarios de dos familias
rivales. Eran éstas la de Castellví y la de Cervelló. Durante algún tiempo la
lucha y el poderío de las dos casas se mantuvieron equilibrados; pero cuando el
orgulloso don Ramón de Montcada, deudo de Cervelló, volvió victorioso de la
toma de Tortosa, la contienda se hizo desfavorable para los de Castellví.
Alarmados éstos por el
predominio que el de Montcada había alcanzado, decidieron asesinarlo, aprovechando
una de las ocasiones en que regresaba de Barcelona a su castillo,
temerariamente solo. Entonces, el arzobispo de Tarragona, don Berenguer de
Vilademuls, uno de los partidarios de Castellví, propuso que don Ramón no fuera
asesinado, sino sólo secuestrado; así podrían exigir de sus enemigos, como
rescate, todo lo que quisieran.
El consejo del arzobispo
prevaleció y cuando, días después, el orgulloso Montcada cabalgaba camino de su
señorial mansión, fue atacado por doce hombres. Sus enemigos conocían su
fiereza y sabían que eran necesarios varios hombres para dominarlo. En efecto,
no se habían equivocado: seis de los atacantes cayeron bajo la espada del de
Montcada.
Una vez apresado, don
Ramón fue conducido al castillo de Rosanes. Allí le encerraron y le pusieron
en el cepo. Cuando se hallaba en tan humillante situación, recibió la visita
del arzobispo, que quería tratar las condiciones del rescate. El altanero
Montcada se negó rotundamente a escuchar las proposiciones del aczobispo: no
quería que sus enemigos obtuvieran ventajas a cambio de su libertad; pero pidió
que al menos se aliviase su prisión. Entonces, don Berenguer, sacando un
cortaplumas, cortó una pequeña astilla de la madera del cepo, y dijo:
-Aliviado quedáis.
Don Ramón de Montcada
sintió que su pecho estallaba de ira por el ultraje y, clavando su altiva
mirada en su opresor, replicó:
-¡Arzobispo, rogad a Dios
que no salga con vida, porque si esto sucediere, os juro que nada ni nadie podría
libraros de mi venganza! Y ya sabéis que los Montcada no faltan nunca a sus
juramentos.
El de Vilademuls, aunque
creía que su enemigo no lograría la libertad, se retiró sin decir palabra.
Cuando don Ramón había
perdido ya toda esperanza de salvación, oyó unos golpes del otro lado del muro,
y al cabo de un rato vio cómo se abría un boquete en la pared, por el que
penetraron un caballero y un soldado.
Eran su mejor amigo,
Pedro de Cervelló, y un antiguo servidor de los Montcada, que había contraído
matrimonio con una servidora del castillo de Rosanes. El primer pensamiento y
la primera alegría que le trajo su libertad fue la idea de venganza.
Don Ramón de Montcada
volvió con los suyos, y desde aquel instante no pensó más que en cumplir su
juramento.
El conde de Barcelona,
noticioso del peligro a que estaba expuesto el arzobispo, le nombró embajador
en Roma, para alejarlo de él.
Salió de Barcelona acompañado
de una fuerte escolta; pero apenas se había alejado de la ciudad, cuando fue
sorprendido y apresado por Montcada y los suyos.
Don Berenguer fue juzgado
por un tribunal improvisado entre los que tan violentamente se habían apoderado
de su persona, y sentenciado a muerte.
Don Ramón, huyendo de la
justicia del conde, se refugió en Aragón, donde pronto alcanzó fama por sus
hazañas. Sus servicios a la causa de la Reconquista fueron tan grandes, que cuando, años
después, el conde de Barcelona llegó a ser rey de Aragón, le otorgó su perdón.
También el papa le prometió su perdón si fundaba y dotaba un gran monasterio.
Y éste es el origen que
la tradición atribuye al Monasterio de Santes Creus.
Los jueces que
sentenciaron al arzobispo ayudaron con gran esplendidez a don Ramón de Montcada
en su dotación.
103. anonimo (cataluña)
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