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jueves, 6 de septiembre de 2012

El castillo de empúries

Hug d'Empúries tuvo que marcharse con sus mes­nadas a guerrear contra los moros que invadían España.
Dejó en su castillo, cerca del mar, a su joven espo­sa, que lloró amarga-mente durante mucho tiempo, es­perando su vuelta.
Junto a ella, para distraerla y acompañarla, había quedado un joven paje, de singular belleza.
Pasados dos años, la señora d'Empúries no había recibido noticia alguna de su esposo y, tal vez creyén­dolo muerto, empezó a escuchar con agrado las reite­radas galanterías del paje. Tanto las escuchó, que lle­gó a olvidar al esposo.
Exteriormente, la vida en el castillo seguía lo mis­mo; pero en la intimidad, la esposa de Hug era feliz como jamás lo hubiera sido antes, con el amor del jo­ven paje, sin acordarse ni un segundo de la obligación que tenía de guardar fidelidad al conde, su esposo.
Cierta noche llamó a las puertas del castillo un ca­minante. Venía bansado y hambriento. Bajaron el pupnte levadizo, para que entrara, y condujéronle a pre­sencia de la señora del castillo, que le recibió en el sa­lón, sentada en un lujoso sitial, vestida con todas sus galas, en lugar de vestir luto por la ausencia del espo­so. Junto a ella, apoyado con indolencia en el respal­do del sillón, y mirándose en sus ojos, estaba el paje.
Ninguna explicación hacía falta al recién llegado para comprender lo que allí ocurría. Sentóse el hombre junto al fuego y, contestando a las preguntas que se le hicie­ron, empezó a contar que había estado en la guerra con­tra los moros y que había visto allí muchos héroes; en­tre ellos, a Hug d'Empúries. Contó cómo había sido gravemente herido y salvado por un fiel vasallo.
La señora de la casa escuchaba ahora con ansia el relato.
Al decir el caminante que Hug había sido herido y salvado por un vasallo, le preguntó si había muerto des­pués, a causa de las heridas. El caminante se levantó y, acercándose a ella, descubrió su cara, al tiempo que le decía que Hug d'Empúries no había muerto y que allí estaba, delante de ella, dispuesto a vengar la ofen­sa que le había hecho.
La condesa dio un grito y, pidiendo perdón, cayó desmayada a sus pies.
Nadie ha podido saber nunca qué pasó en realidad y exactamente aquella noche en el castillo; pero asegu­ra la leyenda que cuando clareaba el día se vio salir a Hug, huyendo despavorido y de vez en cuando miran­do hacia la Torre del Homenaje, en la que colgaban, ahorcados, la condesa y el paje.

103. anonimo (cataluña)

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