Hug d'Empúries tuvo que
marcharse con sus mesnadas a guerrear contra los moros que invadían España.
Dejó en su castillo,
cerca del mar, a su joven esposa, que lloró amarga-mente durante mucho tiempo,
esperando su vuelta.
Junto a ella, para
distraerla y acompañarla, había quedado un joven paje, de singular belleza.
Pasados dos años, la
señora d'Empúries no había recibido noticia alguna de su esposo y, tal vez
creyéndolo muerto, empezó a escuchar con agrado las reiteradas galanterías
del paje. Tanto las escuchó, que llegó a olvidar al esposo.
Exteriormente, la vida en
el castillo seguía lo mismo; pero en la intimidad, la esposa de Hug era feliz
como jamás lo hubiera sido antes, con el amor del joven paje, sin acordarse ni
un segundo de la obligación que tenía de guardar fidelidad al conde, su esposo.
Cierta noche llamó a las
puertas del castillo un caminante. Venía bansado y hambriento. Bajaron el
pupnte levadizo, para que entrara, y condujéronle a presencia de la señora del
castillo, que le recibió en el salón, sentada en un lujoso sitial, vestida con
todas sus galas, en lugar de vestir luto por la ausencia del esposo. Junto a
ella, apoyado con indolencia en el respaldo del sillón, y mirándose en sus
ojos, estaba el paje.
Ninguna explicación hacía
falta al recién llegado para comprender lo que allí ocurría. Sentóse el hombre
junto al fuego y, contestando a las preguntas que se le hicieron, empezó a
contar que había estado en la guerra contra los moros y que había visto allí
muchos héroes; entre ellos, a Hug d'Empúries. Contó cómo había sido gravemente
herido y salvado por un fiel vasallo.
La señora de la casa
escuchaba ahora con ansia el relato.
Al decir el caminante que
Hug había sido herido y salvado por un vasallo, le preguntó si había muerto después,
a causa de las heridas. El caminante se levantó y, acercándose a ella,
descubrió su cara, al tiempo que le decía que Hug d'Empúries no había muerto y
que allí estaba, delante de ella, dispuesto a vengar la ofensa que le había
hecho.
La condesa dio un grito
y, pidiendo perdón, cayó desmayada a sus pies.
Nadie ha podido saber
nunca qué pasó en realidad y exactamente aquella noche en el castillo; pero
asegura la leyenda que cuando clareaba el día se vio salir a Hug, huyendo
despavorido y de vez en cuando mirando hacia la Torre del Homenaje, en la
que colgaban, ahorcados, la condesa y el paje.
103. anonimo (cataluña)
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