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jueves, 6 de septiembre de 2012

La «pesanta»

Existe en el valle de Bianya la creencia de que sale de noche y penetra por las casas una especie de bruja o animal, que ellos denominan la «pesanta» (la pesa­da), que todo lo revuelve en la casa: los platos en la cocina, las ropas en los armarios, los muebles, los cua­dros, todo.
Cuando lo ha revuelto todo, se pone a descansar en­cima de cualquiera de las personas que están durmien­do, y les oprime de tal manera el pecho, que no les per­mite casi respirar.
Si se acostumbra a ir a una casa, se pone, por regla general, siempre encima de la misma persona, hasta que enferme de los pulmones, a causa de la opresión que sobre ella ejerce horas y horas.
Una niña del pueblo de Santa Margarida de Bianya sentía hacía mucho tiempo este horrible peso durante la noche, y además encontraba todas las mañanas las cosas revueltas.
Tanto molestaba a la niña aquella opresión, que lle­gó un momento en que no podía dormir, a causa del miedo. Mientras no, se dormía, no sentía ninguna mo­lestia; pero en el mismo momento en que sus ojos se cerraban, se le ponía un gran peso en el pecho, que ya no la dejaba respirar hasta que se levantaba de la ca­ma al día siguiente.
Una noche no quiso dormir, y estuvo contando, ocu­pando su pensamiento con mil cosas distintas, para evi­tar el sueño y no sentir el tormento que tanto le molestaba.
De pronto oyó claramente, en la calle, bajo su ven­tana, los pasos de alguien que andaba con unos pesa­dos zuecos.
Era invierno y, como de costumbre, las niñas y los niños calzaban zuecos para evitar la humedad del sue­lo cuando iban at colegio. Así, no es de extrañar que la niña creyera que eran sus compañeras que venían ya a buscarla.
Se levantó corriendo y se asomó a la ventana; mas se extrañó mucho al no ver a nadie en la calle.
Volvió a la cama, convencida de que se había con­fundido y que el ruido que le había parecido de zuecos era alguna otra cosa que no podía comprender. No obs­tante, cuando estuvo acostada, oyó claramente los pa­sos de alguien que calzaba zuecos, en el interior de su casa.
Se levantó, extrañada, y salió de su habitación. Se asomó a la puerta de la cocina y vio que los objetos se movían solos.
Asustada, se metió en la cama y cerró los ojos. In­mediatamente sintió la opresión en el pecho, que ya no la dejó hasta que, al clarear el día, su madre vino a de­cirle que debía levantarse.
Contó entonces lo que había visto, y su madre con­sultó con una vecina anciana, que sabía muchas cosas. Ésta le dijo que era, con toda seguridad, la «pesanta», que se había encariñado con su casa, y que el único remedio para librarse de ella era desparramar un plato de mijo en la puerta. Así lo hicieron, y a la noche si­guiente oyeron de nuevo el ruido acompasado de los zuecos que, al llegar a la puerta, se paraban, para ale­jarse después lentamente...

103. anonimo (cataluña)

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