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jueves, 6 de septiembre de 2012

La cabeza de borrell

Corrían los postreros años del siglo X. En Barcelo­na reinaba el cuarto conde soberano, Borrell II. En ese tiempo, el poderío del Islam había crecido, impulsado por la temida espada de Almanzor, el caudillo de Hi­xem II. Al frente de sus caballeros salió el conde Bo­rrell, dispuesto a atacar el castillo de Gante. Mas en su ausencia, Almanzor cercó con un escogido y nume­roso ejército a Barcelona. Al frente de los sitiados es­taba sola la esposa de Borrell, Letgarda, a la que todo el pueblo adoraba por su bondad y belleza:
El cerco de los árabes se había ido estrechando, hasta colocar sus centinelas avanzados en el mismo muro. Los defensores desespera-ban de poder resistir si no re­gresaba el conde Borrell con sus quinientos caballeros. Las atalayas espiaban, incansables, el horizonte, para anunciar la llegada de los caballeros; mas todo era en vano. La condesa permanecía horas y horas en los ba­luartes y, cansada y rendida de angustia, volvía al pa­lacio para intentar un descanso que nunca conseguía.
Al fin, una madrugada las trompas de los escuchas dierog el grito de alerta. Corrieron todos a las mura­lIas, Letgarda la primera, y divisaron una nube de polvo que surgía, en la luz indecisa del amanecerr, de uno de los caminos que venían hacia la ciudad.
«¡Ya llegan!», era el grito de júbilo que conmovía a todos los corazones. Mas cuando el conde Borrell con sus quinientos caballeros llegaban cerca de las mura­llas, los sorprendieron los moros, que se habían emboscado.
Y se trabó un combate, que los defensores de Bar­celona presenciaban horrorizados desde las murallas.
Al fin cesó el fragor de las armas. Se preparaban los sitiados a defenderse contra el asalto, cuando de pron­to un silbido rasgó el aire, y a los pies de la covesa cayó, atravesada por una ballesta, la cabeza de Bo­rrell II. Horrible fue la congoja de la desgraciada da­ma al ver el sangriento despojo. Más aún, vieron lle­gar por el aire, una a una, las cabezas de los quinien­tos caballeros. Llenos de ira, los barceloneses se lan­zaron contra los moros; pero su esfuerzo fue inútil: pe­recieron todos, y la ciudad vio ondear sobre sus mura­llas el pendón del caudillo Almanzor.

103. anonimo (cataluña)

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