(«pedra dreta»)
Una noche de invierno,
desagradable y fría, venía del monte Tremont hacia su casa„ en el pueblecito de
Sarriá de Ter, una viejecilla que había pasado el día cogiendo leña. La
acompañaba su hija, una chicuela desgarbilada y tontona, pero buena y dulce, y,
sobre todo, muy aplicada.
Aconteció que al llegar
al río, de vuelta para su casa, encontraron que venía crecido y no se podía
atravesar.
La vieja, que estaba muy
cansada y de mal humor, se horrorizó de pensar que iban a pasarse toda la noche
en el campo, aguantando la lluvia y el vendaval, y en un momento de cólera ante
lo inevitable, dijo:
-¡Demonio, si vinieras en
mi ayuda!...
Y el demonio se presentó
inmediatamente ante ella.
-¿Qué me das si te
construyo un puente antes de la medianoche?
-Te doy el alma de mi
hija; pero ha de ser antes de dar las doce.
El demonio aceptó,
encantado, y enseguida una legión de diablillos se pusieron a construir el
puente. Había, además, tres gallos: uno, blanco como la nieve, que había de
cantar a las diez; otro, rojo como la sangre, que cantaría a las once, y, por
último, otro negro como la noche, que cantaría a las doce.
Los diablillos bailaban
alrededor de los gallos, cantando así:
Que cante el gallo blanco,
que el rojo cante,
mientras que el negro calle.
Efectivamente, el gallo
negro se dormía muy a menudo, con gran satisfacción de los ;diablillos, pero
no de la pobre niña. Estaba ella aterrada de la extraña y terrible promesa
hecha por su madre; sabía muy bien lo que era el infierno, porque el señor cura
se lo había explicado muchas veces, y quería por todos los medios salvar su
alma inocente. Por eso se dedicaba a despertar al gallo negro, haciéndole aire
con su delantal.
Así fue pasando el
tiempo. El gallo blanco cantó a las diez, y el puente ya estaba muy adelantado;
después cantó el rojo.
Sólo faltaba una hora y
el puente estaría terminado.
Al fin fueron las doce
menos un minuto. Al puente le faltaba una sola piedra. La niña despertó al
gallo negro y éste, puntualmente, cantó.
Los diablillos que traían
por el aire la piedra última, la dejaron caer al barranco y huyeron corriendo.
El maleficio se deshizo y
la pobre niña salvó su alma.
La piedra, al caer desde
la altura, quedó hincada, recta, en el suelo.
Se trata de un menhir que
está en el término de Sant Juliá de Ramis.
Hace poco se rompió, en
parte, y al irlo a colocar, vieron que tenía una señal de mano del diablo y una
argolla negra.
Así lo cuentan, al menos,
en el valle del Ter.
103. anonimo (cataluña)
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