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jueves, 6 de septiembre de 2012

La piedra erguida

(«pedra dreta»)

Una noche de invierno, desagradable y fría, venía del monte Tremont hacia su casa„ en el pueblecito de Sarriá de Ter, una viejecilla que había pasado el día cogiendo leña. La acompañaba su hija, una chicuela desgarbilada y tontona, pero buena y dulce, y, sobre todo, muy aplicada.
Aconteció que al llegar al río, de vuelta para su ca­sa, encontraron que venía crecido y no se podía atravesar.
La vieja, que estaba muy cansada y de mal humor, se horrorizó de pensar que iban a pasarse toda la no­che en el campo, aguantando la lluvia y el vendaval, y en un momento de cólera ante lo inevitable, dijo:
-¡Demonio, si vinieras en mi ayuda!...
Y el demonio se presentó inmediatamente ante ella.
-¿Qué me das si te construyo un puente antes de la medianoche?
-Te doy el alma de mi hija; pero ha de ser antes de dar las doce.
El demonio aceptó, encantado, y enseguida una le­gión de diablillos se pusieron a construir el puente. Ha­bía, además, tres gallos: uno, blanco como la nieve, que había de cantar a las diez; otro, rojo como la san­gre, que cantaría a las once, y, por último, otro negro como la noche, que cantaría a las doce.
Los diablillos bailaban alrededor de los gallos, can­tando así:

Que cante el gallo blanco,
que el rojo cante,
mientras que el negro calle.

Efectivamente, el gallo negro se dormía muy a me­nudo, con gran satisfacción de los ;diablillos, pero no de la pobre niña. Estaba ella aterrada de la extraña y terrible promesa hecha por su madre; sabía muy bien lo que era el infierno, porque el señor cura se lo había explicado muchas veces, y quería por todos los medios salvar su alma inocente. Por eso se dedicaba a desper­tar al gallo negro, haciéndole aire con su delantal.
Así fue pasando el tiempo. El gallo blanco cantó a las diez, y el puente ya estaba muy adelantado; des­pués cantó el rojo.
Sólo faltaba una hora y el puente estaría terminado.
Al fin fueron las doce menos un minuto. Al puente le faltaba una sola piedra. La niña despertó al gallo negro y éste, puntualmente, cantó.
Los diablillos que traían por el aire la piedra últi­ma, la dejaron caer al barranco y huyeron corriendo.
El maleficio se deshizo y la pobre niña salvó su alma.
La piedra, al caer desde la altura, quedó hincada, recta, en el suelo.
Se trata de un menhir que está en el término de Sant Juliá de Ramis.
Hace poco se rompió, en parte, y al irlo a colocar, vieron que tenía una señal de mano del diablo y una argolla negra.
Así lo cuentan, al menos, en el valle del Ter.

103. anonimo (cataluña)

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