Cuando aún había judería
en Giróna, en tiempos remotos, existía un cementerio hebreo, en donde dormían
el último sueño los de esa religión. Como en todos los lugares de la
cristiandad, durante la
Edad Media los judíos eran objeto de un odio popular,
alimentado en buena parte por la envidia que despertaban sus grandes riquezas.
Una tarde, los vecinos
vieron pasar un cortejo fúnebre de judíos que llevaban una pesada caja. En el
cortejo marchaba Alfabis, uno de los más ricos de la judería.
Un hombre que contemplaba
el paso del cortejo aseguró a los que con él estaban que el entierro era fingido,
ya que no tenía noticias de que hubiese fallecido ningún allegado de Alfabis.
-Os digo -comentaba- que
se trata de una añagaza de ese viejo zorro para esconder parte de sus riquezas.
Seríamos memos si nos dejásemos engañar.
Los demás aparentaron no
creerle; pero en su fuero interno pensaban también así.
Pasaron los días, y el
rumor fue creciendo.
Una moza que vivía cerca
de la casa de Alfabis aseguraba que algunas noches había visto luces en casa
del judío y que había oído ruido de monedas contadas y vertidas, así como de
otros objetos metálicos. Y un aguador afirmaba que un día había sorprendido a
Alfabis metiendo en una caja un toro de oro macizo.
Al fin, los más decididos
salieron una noche hacia el cementerio y trataron de encontrar la caja del supuesto
tesoro. Iban, sin embargo, temerosos de ser sorprendidos en su tarea, y así,
como no pudieron hallar nada, dejaron de buscar. Pero al otro día nuevos rumores
y comentarios les hicieron vólver a emprender la búsqueda.
Llegaron aquella noche al
cementerio, y cuando llevaban un buen rato excavando, oypron con terror un
espantoso mugido, que les hizo huir.
Cuando al día siguiente
salieron a la calle, vieron a las gentes que comentaban atemorizadas el suceso,
pues el mugido había resonado, no sólo en la ciudad, sino mucho más allá.
Viajeros llegados al
pueblo aseguraron más tarde que habían oído, extraflados, también el gran
mugido. Fue atribuido a magia del «buey de oro», y desde entonces hubo un
supersticioso respeto por el cementerio judío.
Éste se encontraba casi
enfrente del convento de salesianos, en una cantera de cal, donde termina la
calle Pedret.
103. anonimo (cataluña)
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