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jueves, 6 de septiembre de 2012

El origen de los pirineos (2)

Por aquel tiempo remoto en que los dioses andaban por el mundo entre los hombres, ejecutando la volun­tad de Zeus, la bellísima Pyrene había sido destinada, como diosa de los manantiales, para custodiar las cris­talinas aguas de un valle.
Pyrene dejaba pasar los días vagando su mirada en lejanas fantasías. De vez en cuando, se inclinaba so­bre el lago a cuyas orillas vivía y él copiaba su belleza y acariciaba su larga y dorada cabellera.
Algunas veces llegaba a sus oídos el clamor de las voces de los gigantes que, en la imponente altura de lejanos montes, jugaban y luchaban de manera salva­je. Sobre todo Gerión, el monstruo de tres cabezas, que quería a Pyrene por esposa. Pero cada vez que inten­taba llegar a ella la selva que debía atravesar se espe­saba y arañaba con fuerza sus tres horribles rostros y sus espantosas manos, obligándole a volver furioso por no lograr su empeño.
Al fin, un día, Gerión, ya desesperado, decidió pren­der fuego al valle. Sus recias manos apretujaron los os­culos nubarrones cargados de rayos, arrojándolos con maligna alegría sobre la verde espesura y convirtién­dolo todo en inmensa hoguera.
Pero Zeus se encolerizó de tal manera ante este des­mán, que envió a su hijo Hércules para que vengara su ira.
Estaba el dios Hércules reposando en las costas de Iberia, tras su cien victorias. Los triunfantes gritos de Gerión lo sacaron de su tranquilo sueño y no tardó en trepar a las cumbres en busca de una nueva aventura que aumentara su fama sin par. Ambos se trenzaron en feroz lucha pero Hércules salió victorioso. Apaga­do el último bramido del malvado Gerión, un dulce ge­mido llamó la atención de nuestro héroe, desde la pro­fundidad del valle y hacia la selva se encamiñó Hércules...
Desmayada junto a sus manantiales yacía la hermo­sa Pyrene. Enamorado de tanta belleza, Hércules la to­mó entre sus brazos y la llevó a la orilla del mar, espe­rando reanimarla.
Al abrir sus azules ojos la diosa, pudo admirar la arrogante y hermosa figura de su salvador.
-Bella Pyrene -dijo Hércules, no temas ya na­da. Mis fuertes brazos te han librado para siempre del terrible monstruo de las altas cavernas.
-Grande es mi gratitud, ¡oh hijo de Zeus! Tu po­deroso padre premiará tu heroica acción -contestó dulcemente conmovida Pyrene.
-Él ha hecho que te encontrara para mi dicha y mi gloria. Ven conmigo al Olimpo; serás mi esposa y Alc­me,ne, mi madre, te dará el don de la fuerza para que compartas mi brazo poderoso en larga y feliz existencia.
-Mucha es mi gratitud y admiración para contigo, ¡oh Hércules glorioso!, pero moriría de pena lejos de mi valle y del arrullo de mis claros manantiales.
-En tu valle sólo quedan cenizas, hermosa Pyrene. Te llevaré a otros mejores, de eternos manantiales, que cantarán un himno a tu belleza.
-No puedo, mi vida está ligada a mi valle y en él quiero vivir y morir. Deja que marche, mi gratitud se­rá entonces tan grande como tu amor.
-Marcha, pues, pero yo estaré cerca siempre para darte mi amor.
Hércules vio alejarse a la ninfa lleno de dolor. Sen­tado en la alta cumbre la vio bajar tristemente a los parajes que el temible Gerión había destruido. Ya no había en ellos alegres cantos de aves, ni perfumaban las flores ni revoloteaban las mariposas.
Todo era destrucción y muerte. Eh el lago tranqúilo no lloraban ya las verdes ramas de los sauces: el agua .sucia arrastraba cenizas grises.
Pyrene contempló aquellas ruinas y su tierno cora­zón no pudo resistir la pena. Junto a las aguas de lo que había sido su paraíso cayó sin vida la bella ninfa.
Tan veloz como el rayo bajó Hércules de la monta­ña al ver cómo caía; junto al frágil cuerpo ahora sin vida, lloró su impotencia para hacerla revivir. Conmo­vido, decidió enterrarla allí mismo. Pero no quiso que el mundo la olvidara y perpetuó su memoria con un monumento asombroso y gigantesco. En el curso de dos lunas levantó la mole ingente de una artística cor­dillera, canto eterno a la ninfa muerta, y le dio el nom­bre que siempre recordaría a su amada: Pirineos.

103. anonimo (cataluña)

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