En la iglesia del
convento de las Bernardas, de Vallbona, se conservaba una mano humana, seca y
apergaminada, de la que la leyenda cuenta que perteneció a un monje del
Monasterio de Santes Creus.
Había en este monasterio
dos monjes que habían sido amigos inseparables desde la infancia. Cuando en el
monasterio continuaron su buena amistad, haciendo siempre juntos sus
oraciones, sus paseos y sus meditaciones, se prometieron mutuamente que si uno
de los dos moría, el que sobreviviera rezaría todos los días por el otro un
responso ante su tumba.
Pasaron los años, y los
dos monjes no se separaron nunca, hasta que uno de ellos murió.
Siguiendo la costumbre
del monasterio, fue sepultado en el subterráneo, en un sarcófago de piedra, como
todos los compañeros que le habían precedido.
Al día siguiente de su
muerte, su amigo bajó al subterráneo, y, arrodillándose ante la tumba, rezó
devotamente el responso, tal como había prometido.
Al terminar vio, mudo de
espanto, que la tapa del sarcófago se levantaba para dejar paso a una mano, que
le bendijo, quedando un momento fuera de la tumba, quieta, como esperando que
él la tomara.
Nada dijo el monje de lo
que le había ocurrido, por temor a que se tratara de una alucinación debida al
mucho afecto que sentía por su amigo.
Bajó al día siguiente,
rezó, y, al terminar, otra vez salió la mano de la tumba, y le bendijo. Todos
los días bajaba el monje, y todos los días la mano del amigo le bendecía. No
pudo callar por más tiempo el monje, y dio cuenta al prior de lo que le
sucedía. Al otro día, bajaron con él el prior y toda la comunidad; alumbraron
la tumba con cirios benditos y cantaron todos un solemne responso por el
compañero difunto.
Cuando terminaron, como
todos, los días, levanióse la tapa del sarcófago, asomó una mano larga y
pálida, bendijo a sus compañe-ros y quedó inmóvil.
Acercóse entonces el
prior a la tumba, y con los ojos llenos de lágrimas por la emoción, tomó entre
las suyas la mano del monje. Sin tirar de ella, sin hacer esfuerzo alguno, la
mano se desprendió del cuerpo y quedó entre las del prior, que cayó de
rodillas.
Durante muchos años la
mano se conservó en la capilla del Monasterio de Santes Creus. Más tarde fue
trasladada a la del convento de monjas Bernardas.
103. anonimo (cataluña)
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