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jueves, 6 de septiembre de 2012

La maladeta

En las laderas de los Pirineos, tapizadas de fresca hierba y abundantes florecillas silvestres de varios co­lores, pastaban millares de rebaños de ovejas y corde­ros, y otros de cabras, que, guardados por sus pasto­res, pasaban allí toda la temporada del verano engor­dando con los jugosos y abundantes pastos, hasta que, al llegar el otoño y las primeras nieves, que empeza­ban a cubrir las cimas de los montes, emigraban a otros climas más benignos.
En una cabaña enclavada en las altas cumbres se ha­bían refugiado del frío de la noche varios pastores. Sen­tados al calor de la lumbre, conversaban alegres acer­ca de las incidencias de aquella jornada y contaban cuentos y sabrosos chascarrillos, con los que mataban las largas horas de la noche. Mientras, los rebaños pa­cían alrededor de la cabaña, llenando el valle con el son de sus esquilas.
Ocurrió que, aquella noche apareció ante la puerta de la choza un pobre caminante, de aspecto mísero, apenas cubierto por unos harapos y tiritando de frío. Pidió que le dejasen pasar con ellos la noche, porque estaba yerto de frío y no podía continuar su camino. Los pastores se negaron, contestando, insolentes, que para él no había sitio allí y que se podía marchar por donde había venido.
Pero, de pronto, vieron que la figura del mendigo se transfiguraba, que sus vestiduras tomaban un blan­cor de nieve, que todo él quedaba rodeado de un halo luminoso; después empezó a elevarse despacio por los aires, majestuo-samente y, maldiciéndolos, desapareció entre las nubes. Aún estaban los pastores absortos, mi­rando al cielo, cuando se desencadenó una espantosa tempestad.
Los truenos horrísonos hacían retemblar los mon­tes, y miles de rayos surcaban los aires, hendían los ár­boles y destrozaban en pedazos las rocas de las mon­tañas. Los relámpagos iluminaban con siniestros res­plandores la tétrica noche, y las cataratas del cielo se desataron en torrenciales lluvias, que con los vientos huraca,nados formaban remolinos y turbiones que arrancaban de cuajo árboles y piedras en confusión caótica.
Los rebaños huyeron alocados, entre lastimeros ba­lidos, dispersándose por las cumbres y valles. Los pas­tores corrían en su busca, queriéndose orientar por el resplandor de los relámpagos para reunir sus ganados; pero, azotados por el temporal, no podían continuar el camino y lanzaban, angustiados, horribles alaridos. Un estruendo más pavoroso que los anteriores conmo­vió las entrañas de la tierra, y los pastores y ganados quedaron transformados en rocas. Desaparecieron los pastos, y las rocosas laderas quedaron cubiertas por los hielos, sin que volviera a brotar allí ningún resto de vida. Y desde entonces a aquella montaña se la co­noce por la Maladeta, o sea, la Maldita.

103. anonimo (cataluña)

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