Translate

jueves, 6 de septiembre de 2012

La retama

En uno de los pueblos de la serranía de Málaga guar­dan la siguiente costumbre: Cerca de la mole del Cas­tillejo crece una retama cuyas hojas se ven curiosamente anudadas. Los vecinos del citado pueblo, cada vez que pasan por allí, rezan un padrenuestro y hacen un nue­vo nudo. Mas solamente de día, pues de noche nadie se atrevía a transitar por aquel sendero, ya que decían todos que quien fuese sorprendido por aquellos con­tornos al caer las sombras de la tarde, vería aparecer a un temible fantasma, de enorme figura, que lo lleva­ría consigo al otro mundo. Y así, al que le cogía el ano­checer en camino, prefería dormir en el campo o vol­ver a su punto de partida antes que pasar al lado de la retama en medio de la oscuridad.
Pasaron los años, y al fin se deshizo el encantamiento que pesaba sobre aquel lugar.
Un muchacho allí nacido, de nombre Andrés Carras­co, había partido para alistarse en la milicia, siguien­do el ejemplo de tantos jóvenes de aquella época, y ha­bía combatido siempre con indomable valor.
Era en los años en que reinaba la pálida majestad de Felipe IV en el trono de España.
Andrés había sido soldado del tercio de Spínola, y había alcanzado por sus heroicas acciones la banda de alférez. Un poco cansado de la vida de combates y cam­pamentos, quiso volver a la dulzura y apacibilidad de su lugar natal.
Cuando llegó al pueblo, fue acogido con gran aga­sajo por sus convecinos. Una tarde había ido a una ro­mería que se celebraba en el pueblo vecino. Durante toda la jornada comió, bebió y bailó, hasta que las len­tas y graves campanadas del Ángelus pusieron fin a la fiesta. Entonces manifestó a sus amigos el propósito de volver al pueblo.
-No lo hagáis, doncel -dijo uno de los viejos que escuchó su propósito. Han sonado las campanadas del Ángelus y pronto alumbrarán las estrellas. Tendréis que ir por el camino del Castillejo y pasar por la reta­ma del Clérigo.
-¿Qué clérigo? -preguntó Andrés. Salí muy mu­chacho del pueblo y he perdido el recuerdo de eso.
-Hace mucho tiempo -continuó diciendo el viejo, un clérigo llamado don Diego volvía a caba­llo de este mismo pueblo. Al pasar cerca del monte Cas­tillejo, el caballo, espantado, lo tiró, y don Diego mu­rió inconfeso. Desde entonces, su ánima se aparece a quien, osado, se atreva a transitar por allí de noche.
Andrés contestó que él era fiel cristiano, y que si no había temido a los herejes luteranos, que eran de car­ne y hueso, no iba a temer a un fantasma.
-Tales fantasmas y fantasmones son invención de viejas y niños. Allá voy, a ver qué es ese fantasma: que no podrá conmigo.
Espantados, los circunstantes quisieron disuadirle; pero él, montando en su rocín, se alejó, saludando gallardamente.
Antes de salir de la linde del pueblo, entró en una ermita que se alzaba junto al calvario y allí oró con fervor, saliendo bien confortado.
El sol se había puesto, enrojeciendo vivamente el ho­rizonte. El campo estaba en silencio.
Cuando comenzaron a brillar las primeras estrellas, comenzaron también a sonar los mil ruidos de la no­che: el silbo de la coruja, el alegre canto del grillo, la suave voz del sapo...
Andrés caminaba tranquilo, hasta que se vio al lado del monte Castillejo. Allí, en efecto, había una gran retama, que crecía en el terreno pedregoso y sombrío.
Se sentó a aguardar lo que se presentara el joven al­férez, teniendo bien presta la espada, pues había vis­to, por experiencia, que muchas veces esas aparicio­nes eran cosas de maleantes que se aprovechaban de la ingenuidad de la gente para poder tramar y realizar sus fechorías. Pero de pronto vio cómo una sombra se acercaba a él con un extraño y tristísimo rumor.
-¡Quinquiera que seáis, os conjuro, en nombre de esta santa reliquga, a que os detengáis, y en nom­bre de Dios que me digáis qué queréis de mí! -dijo Andrés, con voz firme y fuerte, al mismo tiempo que alzaba una reliquia santa que una priora belga le ha­bía entregado, en pago de haberla liberado de una par­tida de luteranos.
La sombra dijo con voz doliente:
-No temas, que no he de hacerte ningún mal. Fui clérigo, y un día caí de mala manera de mi caballo y tuve rápido final. La muerte no avisa, y yo estaba en pecado. Peno en el pulgatorio mis faltas, y aunque la voluntad divina me sacará pronto de aquel océano de llamas, puedo aparecerme a quien por aquí pase para rogar que me tengan en cuenta en sus oraciones. Dilo así a tus convecinos, y que nada teman de mí, ya que doliente ánima tan sólo soy.
Y después de decir estas palabras, desapareció. Andrés se arrodilló y oró con fervor por el alma de aquel a quien la muerte sorprendiera. Y, regresando al pueblo, contó lo que le había ocurrido. Nunca más volvió a aparecer el espectro del clérigo don Diego. Mas desde entonces, cada vez que pasaba alguien por allí, rezaba un padrenuestro, y para dejar testimonio de su piadosa acción, hacía un nudo a las hojas de la retama.
Andrés mereció gran aplauso de sus amigos por el valor demostrado; aunque él, después de tan grave ex­periencia, modificó su carácter alegre, haciéndose se­rio y meditativo.

099. anonimo (andalucia)

No hay comentarios:

Publicar un comentario