En el año 1489 una señora
muy virtuosa fundó en Córdoba un convento para viudas y mujeres devotas. Pronto
adquirió gran fama, y a él fueron a acogerse damas y jóvenes de todas las
edades.
Un día, entró una novicia
que apenas tenía trece años, pero que asombraba por su devoción. Tomó el hábito
a los quince apenas cumplidos. Esta niña se llamaba Magdalena de la Cruz , sin que nada se supiese
de su vida, su nacimiento y su familia. Entonces era una niña y se la acogió
muy bien por su inocencia y su candor. Pasado el tiempo, hizo los votos
solemnes y cada vez fue creciendo en santidad y en virtudes. La fama de éstas
se extendió de pueblo en pueblo y de convento en convento de tal manera, que
pronto fue célebre en Córdoba y en sus alrededores.
Empezó a correr el rumor
de que hacía portentosos milagros desde el rincón de su monasterio.
El pueblo y la nobleza,
que eran muy dados a supersticiones, conservaban como reliquias todos sus regalos
y cartas.
Entre los muchos milagros
que se contaban de ella, uno gozaba de gran popularidad: el día de la octava
del Corpus, cuando la sagrada custodia recorría las calles de Córdoba,
Magdalena se encontraba enferma en su celda, sin poder salir a ver la
procesión. De repente, cuando murmuró una oración, se abrió la pared de su
habitación, y de este modo vio desde el lecho pasar la procesión, y de nuevo el
muro se cerró, una vez hubo pasado la custodia y concluido la ceremonia.
No menos conocida era la
leyenda según la cual las monjas habían visto sobre el lecho de Magdalena infinidad
de hermosos carneros negros. Ésta, interrogada acerca de este extraño suceso,
contestó que eran ánimas del purgatorio que iban a buscarla para pedirle
oraciones.
Cuando el provincial de la
orden se enteró de aquellos extraños acontecimientos, encerró a la monja en un
calabozo hasta aclarar todo aquello.
La prisión de Magdalena
produjo un gran revuelo entre las gentes cristianas de Córdoba, que la tenían
como santa.
El provincial, hombre sagaz
y astuto, empezó a obrar con suma reserva y a poner los medios necesarios para
descubrir aquel enredo, pues tenía algún indicio para dudar de la santidad de
la monja.
Encerrada e incomunicada
Magdalena dentro de la cárcel, continuó haciendo sus milagros. Uno de ellos fue
que estando las monjas en el coro la vieron aparecer de improviso entre ellas,
aunque desapareció enseguida. Magdalena se hallaba por aquellos días con gran
fiebre y vigilada severamente en su prisión. Un milagro, y no otra cosa, fue
la aparición repentina de la monja.
Una de las veces que
vieron a Magdalena dormida en la prisión le ataron las manos fuertemente y,
dejándola sola en la habitación, el confesor, con el hisopo en la mano, empezó
a conjurar los diablos que debía tener dentro del cuerpo por meciio de un
riguroso exorcismo.
Apenas empezó las
primeras oraciones, se oyó una voz dentro de ella que decía:
-Yo soy el diablo. Tengo
bajo mi poder legiones de demonios y con otro de los míos acompaño constantemente
a esta pecadora hace años, a la cual no dejaré que se escape, puesto que su
alma me pertenece.
Magdalena perdió entonces
su serenidad y se puso a temblar. Confesó que desde los trece años estaba en
relaciones con los espíritus infernales. Todos los milagros que había obrado
había sido con la ayuda de éstos. Confesó, por fin, que había mentido
constantemente y que incluso había llegado a cometer crímenes contra las
gentes que no creían en ella.
Al rogarle el confesor
que firmara con su puño y letra todas aquellas confesiones, cayó desplomada en
su lecho, exclamando horrorizada:
-¡No puedo, padre, no
puedo!
Después de grandes
aullidos, como si fuera una sonámbula, el sacerdote, con la estola al cuello y
el hisopo en la mano, ante un crucifijo, logró desalojar a los demonios.
Una vez que hubo firmado
su confesión, la Inquisi ción
la perdonó y Magdalena acabó viviendo retirada en un convento de la orden.
A pesar de su retiro, la
gente no olvidó sus portentosos milagros.
Cuenta la leyenda que
siempre que sale la procesión de la octava del Corpus, al pasar junto al
convento de la célebre monja, lo hace acelerando la marcha, pues aún se cree
aquel lugar poseído por los demonios.
099. anonimo (andalucia)
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