La ermita de Mont no
tenía campana. El campanario estaba vacío, y el viejo cura que servía la
ermita, el padre Falgás, tenía por ello mucha pena. Le hubiera gustado poder
tocar a misa, despertando a los feligreses todas las mañanas, y por la tarde
llamarlos a la hora del rosario, después de haberles señalado la hora del
descanso y la comida con el toque de ángelus.
Además, era muy devoto de
la Virgen y
deseaba dedicarle un alegre repiqueteo en la víspera de su fiesta.
Pensando en la manera de
obtener la campana, se fue un día a Girona. Por instinto, se dirigió a la casa
de un fundidor amigo suyo. En aquel momento acababan de sacar de la fundición
una campana de la medida de la que él necesitaba para su campanario.
El padre Falgás,
queriendo gastar una broma a su amigo, le preguntó para quién era aquella
esquila.
El fundidor, molesto por
la pregunta, contestó que para él, si la podía levantar y ponérsela.
El padre Falgás tuvo
entonces una inspiración. Él levantaría la campana y la llevaría a la ermita.
Buscó por allí algo con
que sujetarla, y vio, en un rincn, una viga. La cogió y la pasó por el ojo de
la campana. Después la levantó como si fuera una pluma y se la cargó de forma
que la esquila le quedara en el hombro, junto al cuello.
Echó a andar de prisa,
para que el fundidor no se arrepintiera de lo que había dicho, hacia la ermita
de Mont. Al pasar por las rocas de la Rossoladora , pisaba tan fuerte y tan rápido, que
las huellas de sus pies quedaron grabadas, como si el suelo fuera de cera.
Atravesó una era, en la
que había unos hombres trillando. Al verle tan cargado con la viga y la
campana, se rieron de él y le dijeron que si creía que no iba todavía bastante
cargado, le llenarían la campana de trigo.
El padre Falgás les dijo
que sí, que le llenaran la campana. El trigo le vendría muy bien para amasar
pan durante el invierno.
Los payeses, convencidos
de que no podría levantarla, le pusieron en la campana el trigo que cabía
dentro.
El padre Falgás cogió la
campana con las dos manos, y apostó con los mozos a que ninguno de ellos le
alcanzaba.
Dos de los muchachos
echaron a correr detrás de él; pero el padre llegó a la ermita de Mont con
mucha ventaja.
Colgó la campana, puso el
trigo en el granero y aquella tarde llamó a los fieles a la hora del rosario,
con la sorpresa de todos los payeses de las masías de alrededor, que acudieron
a ver la nueva campana de Mont.
103. anonimo (cataluña)
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