En la calle del Lirio, dentro de la aljama
ciudad realeña, vivía el rico judío Efraín con su hija Sara. Ésta era de gran
belleza y hermosura y tenía unos atractivos y penetrantes ojos.
Su padre era un conocido e importante
comerciante que ejercía su oficio en las tiendas del Alcaná.
Efraín fue detenido y juzgado por la Santa Inquisición ,
acusado de hereje por practicar cultos y oraciones judaicas. Estuvo largo
tiempo encerrado en un calabozo, y allí murió víctima de las tormentosas
prácticas que empleaba la
Inquisición en sus investigaciones.
Sara, su única hija, quedó por tanto
huérfana y desolada. Pero ni el sufrimiento ni la soledad que soportó la joven
judía por la muerte de su padre consiguieron deslucir su natural belleza.
Un día iba Sara por la calle a paso rápido
hacia su casa, cuando se cruzó con un joven cristiano, hijo de familia noble e
ilustre de esta ciudad, llamado Francisco Poblete. Era capitán de los
Cuadrilleros de la
Santa Hermandad. Al verla, Francisco quedó prendado de sus
hechiceros ojos y de su inigualable belleza.
Después de varios intentos, una tarde el
capitán Poblete consiguió hablar con Sara, y desde ese momento ambos quedaron
cegados por la pasión amorosa. Así pues, todos los días, bien entrada la noche,
Poblete iba a visitar a la hermosa hebrea, y lo hacía clandestinamente debido
al peligro que corría un buen cristiano a esas horas de la noche, deambulando
por las calles de la judería.
Una noche y otra sin faltar ninguna, los
amantes se veían a solas, evitando ser descubiertos y poniendo todo el celo en
no levantar sospechas, pues eran conscientes del peligro que uno y otro corrían
si su relación llegaba a conocimiento de la Inquisición. Serían
juzgados, uno por hereje y el otro por cómplice. Pero, a pesar de todos sus
esfuerzos, pronto por el barrio de la judería empezaron a circular rumores
sobre las visitas que el capitán Poblete efectuaba a la casa de la judía. Aun
así, su amor no se vio debilitado y las visitas nocturnas se siguieron
efectuando.
A toda costa quiso el capitán que su amante
se hiciera cristiana, pero a pesar de sus ruegos no pudo conseguirlo. Por más
que insistía haciéndole ver que era la única forma de poder sobrevivir y forma-lizar
su relación, Sara una y otra vez le respondía que profesaba la fe que le
enseñaron sus padres, pues en ella la educaron, y le decía que estaba dispuesta
a complacerle en todos sus anhelos, menos en el de renunciar a su religión,
sobre todo pensando que a su padre lo habían matado por defenderla.
Sara, que en belleza y hermosura rivalizaba
con las flores, continuaba cada vez más enamorada, y de la misma forma era
correspondida por Poblete, pero no había coincidencia religiosa entre el
convencido cristiano y la bella judía.
Convencido de los buenos principios de su
amor, Francisco Poblete se encomendó a Nuestro Padre Jesús Nazareno, que
recibía culto en el Convento de los Dominicos del Compás de Santo Domingo, para
que intercediese en la conversión de Sara. El convento se había construido
sobre el solar donde antes estuvo la Sinagoga Mayor judía y a escasos metros de la
vivienda de su amada.
Un buen día, llegó a la ciudad la noticia de
que la Santa Herman-dad
era llamada por el rey para que sus cuadrilleros acudieran a la frontera con
Andalucía a sumarse a las tropas reales en su lucha contra los musulmanes. La
noticia cayó como un jarro de agua fría sobre los amantes. El capitán Poblete
debía partir junto con el resto de cuadrilleros en auxilio del rey. Quedó Sara
llorando sobre la reja de la calle del Lirio y con el alma desolada y hecha
pedazos.
Al despedirse, el capitán le prometió que la
llevaría siempre en su pensamiento y le dijo que, al volver, le gustaría verla
cristiana. Y, para que la protegiera en los malos momentos, le dio una estampa
con la efigie de Jesús Nazareno, diciéndole que le rezara y lo tuviera siempre
junto a ella, que a buen seguro le ayudaría a superar aquellos días de
ausencia. Del mismo modo, antes de marchar al frente, le confesó a su madre los
amores que mantenía con Sara y cuáles eran sus intenciones, a la vez que le
pidió que acudiera con frecuencia a visitarla y que cuidara de ella.
Desde el mismo momento en que Poblete
partió, Sara se sumergió en una profunda soledad, la tristeza se adueñó de ella
y su salud se fue deteriorando progresivamente. La madre del capitán, que la
visitaba a diario, la consolaba y cuidaba dándole ánimos.
Pasaron varios meses y Sara no tuvo noticias
del joven cristiano. Cada vez su salud era más precaria. Los días se le hacían
inter-minables, el temor a haber sido olvidada por el capitán la hundía más si
cabe, sus ilusiones de volver a verlo junto a la reja de su casa se
desvanecían. Para Sara la vida sin Poblete ya no tenía sentido. Llegó a pensar
en hacer conjuros judaicos para que Poblete volviese a su lado, pero desistió y
apeló a aquella imagen del Nazareno que el capitán le había regalado y que ella
guardaba celosamente junto a su pecho, rezándole por su regreso.
Un día, Sara manifestó a la madre de su
prometido que presentía la muerte y que si ésta llegaba sin ver a su hijo, le
rogaba hiciese el favor de comunicarle que ella moría con el pensamiento puesto
en él y que por verlo le había rezado a su Señor Jesús.
En la primaveral noche del Jueves Santo, la
procesión de Jesús Nazareno salió del Convento de Santo Domingo situado en la
calle del Compás, muy próximo a la vivienda donde agonizaba la desolada hebrea.
Cuando pasaba a la altura de la ventana enrejada por donde Sara se asomaba a
ver si venía su amante, la venerada imagen de Jesús se detuvo y, por más
intentos que hicieron los que la llevaban a hombros, no pudieron arrancarla de
aquel sitio. Sara, al mirar y ver a través de su ventana la imagen de Jesús
Nazareno, sacó fuerzas de flaqueza, se hincó de rodillas, y mirándole a la cara
le rezó prometiéndole, que como cristiana que ya era, si Francisco Poblete
volvía a su lado, unirían sus manos en matrimonio allí en Santo Domingo, a los
pies de su imagen. Al terminar de rezar ante la imagen del Nazareno, de lo más
profundo de su ser exhaló un suspiro y murió.
La imagen de Jesús Nazareno empezó a caminar
lentamente alejándose de la reja de la casa donde la bella hebrea Sara había
vivido, amado, se había convertido y había muerto. Cuando la madre del capitán
de Cuadrilleros envió la noticia a su hijo de que Sara había muerto de amor y
convertida al cristianismo, él sintió que algo en su interior también moría, y
a los pocos días, en un duro combate con el ejército musulmán, encontró la
muerte.
Desde entonces cuenta la tradición que
durante muchos años en Ciudad Real no se hablaba de otra cosa sino de la
conversión de la bella judía ante Jesús Nazareno, y de la parada de la imagen
en la ventana donde agonizaba Sara.
102. anonimo (castilla la mancha)
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