Según cuentan hace mucho tiempo los gentiles
se reunieron en una de las campas del monte Aralar para celebrar la fiesta del
solsticio de invierno, el momento en que los días comenzaban a alargarse.
Todos estaban muy contentos. Los más jóvenes
brincaban y se lanzaban piedras de un monte a otro, los adultos danzaban bajo
un sol sin apenas fuerza, y los más ancianos permanecían sentados alrededor
observando a los demás. En cambio, el más viejo de todos los gentiles no estaba
junto a ellos, sino más atrás. De lo viejo que era tenía ya los párpados
caídos, el cuerpo acartonado, la cabeza ida y los pies y las manos temblorosos.
Y como no era ya capaz de permanecer sentado, al pobrecito lo mantenían
arrimado a una roca y medio tumbado.
Aquel día de la fiesta transcurría entre
celebraciones y, cuando todos esperaban la llegada del atardecer, vieron
aparecer una resplandeciente luz por el oriente. Por unos instantes, todos
perma-necieron pensativos sin atreverse a abrir la boca para explicar lo que
podía ser aquel resplandor nunca hasta entonces visto. Y según iba cayendo la
tarde, la misteriosa luz se veía cada vez más cerca, hasta que uno de los
gentiles más atrevidos dijo a los demás:
-¡Oye, esto es que al sol le ha dado por
amanecer otra vez!
-¡Qué dices! -repuso otro, si el sol ya se
ha puesto tras el horizonte; eso tiene que ser la Luna llena, que hoy es más
luminosa que nunca.
-¡Mejor que os estéis callados los dos!
-intervino un tercero. La luna hoy está en cuarto creciente, por tanto ése
tiene que ser el resplandor de alguna estrella inmensa.
Una vez oída la discusión, el más venerable
y sabio de los gentiles tomó la palabra y les dijo:
-Tampoco yo sé deciros qué es esa luz porque
no la había visto nunca, pero tal vez sepa decirnos algo ese pobre anciano que
tenemos arrinconado.
Tras haber oído las palabras del sabio, se
acercaron al viejecito y le dijeron:
-Dinos, estamos viendo aparecer por el
oriente un misterioso resplandor y aquí nos tienes sin saber qué pensar, ¿acaso
sabes tú qué puede ser?
-¡Cómo voy a poder saberlo si ni tan
siquiera puedo abrir los ojos!
Entonces lo cogieron en brazos y lo
trasladaron hasta la mitad del corro que formaron entre todos. Una vez
acomodado, lo colocaron mirando hacia la extraña luz y el venerable sabio le
abrió los párpados. Entonces el viejecito gentil se quedó mirando y, de pronto,
levantando en alto sus débiles y temblorosos brazos, exclamó:
-¡Ha nacido Kixmi! ¡Ha nacido Kixmi! ¡Ha
nacido Kixmi! ¡Nuestro tiempo ha terminado! ¡Nuestro tiempo ha terminado¡
¡Nuestro tiempo ha terminado! ¡Arrojadme por el precipicio de Aralar! ¡Venga,
arrojadme por él!
Los demás gentiles quedaron aturdidos y
desconcertados. Luego, creyendo que no les quedaba otro remedio, todos ellos,
junto al viejecito, uno tras otro, fueron desapareciendo por el precipicio.
Todos menos uno: Olentzero.
Mientras había sido gentil, Olentzero
siempre había sido amigo de la gente del pueblo, en tanto que los demás de su
estirpe solían enfadarse mucho con el vecindario. Los habitantes del lugar
sabían que éstos, los gentiles, eran mucho más entendidos que ellos en asuntos
de labranza e industria; y por eso a menudo y con ciertas artimañas lograban
usurparles algunos de sus secretos. Así había sido como habían aprendido a
cultivar el trigo y el maíz, o a fabricar los ejes del molino y la sierra, o a
soldar el hierro.
Por todo eso, Olentzero se había quedado
pensativo al verlos desaparecer y se decía a sí mismo:
-Yo no, yo no pienso arrojarme por el
precipicio como los demás de mi estirpe, porque yo quiero a la gente del pueblo
y, por mucho que digan que lo nuestro ha terminado, todos deben conocer la
noticia que hoy hemos sabido nosotros, para que así se conozca en la nueva era.
Y para eso, pienso bajar al pueblo e ir difundiéndola de caserío en caserío.
Dicho y hecho. Olentzero descendía hacia el
pueblo mientras el resplandor le seguía por detrás. Y cuando llegó a los
primeros caseríos, se puso a lanzar irrintzis
y a decir a voz en grito:
-¡Escuchadme, vecinos! ¡Os ha nacido Kixmi!
Fijaos en esa luz de ahí arriba, contemplad ese resplandor que viene del
oriente! ¡Es señal de que nuestra era ha terminado y de que en adelante la
nueva era del futuro es vuestra, así que alegraos, alegraos!
Muchos aldeanos se alegraron al oír aquellas
palabras de Olentzero, y al comprobar que era cierto lo que decía, uno de ellos
sugirió:
-Oye, Olentzero, ¿por qué no vamos tú por
delante y nosotros por detrás a todos los caseríos y nos reunimos todos bajo el
roble del pueblo?
-¡Venga, vamos! -repuso Olentzero.
Y así fue como fueron dando la buena nueva
de casa en casa hasta que todos acabaron saliendo tras Olentzero y no quedó
nadie en su casa. Y una vez reunido el vecindario bajo el roble, dijo
Olentzero:
-Os lo he ido diciendo de uno en uno y ahora
os lo repetiré a todos juntos: os ha nacido Kixmi. Los demás gentiles lo han
tomado como una adversidad y por eso el más venerable le ha puesto de nombre
«Kixmi». Os lo repito: los demás de mi estirpe han pensado que con esto termina
su tiempo. A mí, en cambio, aquí me tenéis como a un amigo, aunque sea el
último de los gentiles de la era antigua. ¡En adelante, procurad seguir fieles
al salvador que os acaba de nacer!
El pueblo entero se alegró mucho y organizó
una gran fiesta en torno a Olentzero. Lo obsequiaron con todo lo habido y por
haber de comida y bebida y, siguiendo la tradición, le improvisaron estos
versos:
Se
nos ha ido Olentzero
al
monte a trabajar
con
la sana intención
de
recoger carbón.
En
cuanto se ha enterado
de
que ha nacido Cristo
ha
traído la noticia
corriendo
y dando gritos.
Ahí
va, ahí va
nuestro
Olentzero
con
la pipa en los labios
y
un parche en el trasero,
y
lleva de merienda
capones,
huevos
y
una botella
de
vino fresco.
Ay,
Olentzero,
qué
cabezón,
mira
que haberte bebido
un
pellejo de vino entero,
ay,
qué Olentzero,
más
barrigón.
Después de haberse hartado, Olentzero
agradecido y satisfecho dijo a todos:
-Ya me voy, he permanecido algún tiempo con
vosotros como amigo, pero ahora desapareceré, iré a esconderme por ahí, pero
como las costumbres son costumbres, cada año por navidades volveréis a tenerme
entre vosotros cargado de regalos para todos, especialmente para los niños y
las niñas.
108. anonimo (pais vasco)
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