Fue en el último tercio del siglo XV cuando
ocurrieron los hechos que aquí se relatan.
Un día llegó al pueblo un heraldo de los
recientemente casados Isabel y Fernando trayendo el mandato real de que cada
casa aportara un guerrero para luchar contra el ejército usurpador de Alfonso
V, rey de Portugal, y Juana la Beltraneja. En seguida, los testigos del
comunicado se dirigen a sus hogares a contar la noticia.
A la casa de don García, hijodalgo de Arintero
y hombre de gran honor y lealtad al trono, llega una de sus siete hijas a la
que interroga con premura. Y la hija le comunicó la noticia. Ni él podía ir a
luchar para sus reyes, ni tenía un hijo varón al que mandar, lo cual le
originaba un hondo pesar y le hacía lamentarse a todas horas.
Hasta que un día, Juana, la hija mediana, se
levantó harta de tanta lamentación y dijo:
-Padre, no culpe usted a mi madre pues si
alguien tuviera la culpa serían los dos. Pero no sufra más; deme armas y
caballo que yo me haré pasar por un muchacho y lucharé por el honor de la
familia como el más bravo guerrero.
Y al final su padre accedió.
Al principio, las cosas no fueron fáciles.
Pero, en poco tiempo, Juana comenzó a hacerse con las armas; y pronto se
convirtió en hábil espadachina. Sus brazos se tornaron fibrosos y su tez se
endureció. El resto lo hizo su ingenio.
Por fin llegó la mañana de la partida. La
dama de Arintero, convertida ahora en el caballero Oliveros, cabalgó durante
varias jornadas al encuentro del ejército de los Reyes Católicos y con ellos se
reunió en las puertas de Zamora, ciudad que estaba de parte de su contrincante La Beltraneja. En
seguida se dirigió a alistarse y rápidamente se adaptó a convivir con hombres y
actuar como ellos.
Y llegaron los tiempos de guerra. Y al cabo
de varios meses de asedio, la ciudad no tuvo más remedio que rendirse a los
pies del justo rey Fernando. Durante las hostilidades, el caballero Oliveros se
ganó el respeto y la admiración de todos por su coraje y entrega en la batalla.
Tras la victoria se dirigieron hacia Toro,
pues allí se había hecho fuerte el último batallón del ejército enemigo. Lo
encontraron poco antes de llegar a Toro, en Peleagonzalo, y en cuanto formaron
filas entraron a la carga. Aquél fue un día de mucho calor, y Juana prescindió
de su coraza.
Comenzó la batalla y la dama de Arintero
mostró enorme valentía e incluso temeridad. Pero una violenta lanzada le rompió
su jubón dejando al descubierto un pecho, y su secreto.
Al final vencieron los Reyes Católicos y,
tras el combate, el rey, enterado de la presencia de una mujer en sus filas, la
mandó llamar a su tienda. Juana le explicó el porqué de su presencia allí, y el
rey le dijo que le concedería lo que pidiera; Juana le pidió libertad, pero el
rey le dijo que ese derecho ya lo tenía. Entonces Juana dijo:
-En ese caso, señor, hay algo que me
gustaría pediros. Mi tierra os sirve tan generosamente que se está quedando sin
varones y tiene que enviar a sus mujeres a la guerra. No consintáis que se
despueble y libradla de los azotes de la guerra. No os pido que la libréis de
los justos tributos de dinero; libradla de los tributos de sangre; haced que
todos sus naturales sean hijosdalgo, y ello engrandecerá el reino.
El rey se lo concedió.
Con los privilegios en mano firmados por el
rey, la dama de Arintero se dirigió a su casa, mientras la reina Isabel le dijo
al rey que tenían que actuar con prudencia en esos tiempos con respecto a los
privilegios que le había concedido a la dama de Arintero
En tres días llegó a La Cándana , a 20 km de
Arintero, donde se dispuso a pasar la última noche del viaje en casa de unos
parientes. Nada más entrar en el pueblo, al encontrar escenas de la vida
cotidiana de su comarca, se sintió entre los suyos. Se dirigió a casa de sus
tíos donde pasaría la noche y les enseñó los derechos concedidos por el rey.
Pero en ese momento le comunicaron que unos soldados la buscaban al parecer con
malas intenciones. Entregó a su pariente el documento con los privilegios
reales, rogándole que se lo diese a su padre, pues él sabría dónde guardarlo.
Ella sabía que los soldados venían a por ese documento, y se dispuso a luchar
contra los rufianes. Y luego abrió la puerta.
A partir de ahí nadie sabe con certeza lo
que ocurrió. Hay quien canta su valerosa muerte, y no faltan los que dicen que
escapó y posteriormente contrajo matrimonio con un noble asturiano. Lo que sí
es cierto es que cumplió su misión, como lo atestigua un escudo que aún se
encuentra en Arintero con esta inscripción:
Si
queréis saber quién es
este
valiente guerrero,
quitad
las armas, y veréis
ser
la dama de Arintero.
Conoced
los de Arintero
vuestra
dama tan hermosa,
pues
que como caballero
con
su rey fue valerosa.
058. anonimo (castilla y leon)
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