Se cuenta que en los tiempos prehistóricos,
cuando los hombres se vestían con las pieles de las fieras que mataban y no
conocían otras armas que las que ellos mismos se hacían con piedras, allá en el
sur de España, en el mismo lugar donde más tarde se levantó la ciudad de Gades,
un valiente guerrero llamado Gerión robó a Hércules su hermana, una hermosísima
doncella.
Era Hércules el más fuerte y poderoso de
todos los guerreros, rey del mar y la tierra, héroe entre los héroes. Y al
saber la traición de Gerión, le juró odio mortal y se prometió a sí mismo no
comer ni dormir, ni matar animal alguno hasta haber tomado cumplida venganza de
la afrenta. Entonces Gerión, aterrorizado ante la amenaza del héroe, sólo pensó
en huir del peligro.
Durante tres largos días anduvo escondido
entre las rocas de la playa, y de noche y en silencio se construyó una frágil
nave de mimbres forrados con pieles de buey. Y al amanecer del cuarto día se
hizo a la mar con tan primitiva embarcación.
No tardó Hércules en darse cuenta de que su
enemigo había huido y, en tan sólo un hora se construyó una embarcación semejante a la de Gerión, y bogando con toda la fuerza de su potente brazo, le
siguió mar adentro. Pero su enemigo le llevaba una gran ventaja; era como si el
temor centuplicara sus fuerzas. Y así navegaron uno tras otro, mar adentro, mar
adentro, siete días seguidos.
Al cabo de este tiempo, Gerión se sintió
desfallecer, y al ver aparecer ante sus ojos una lengua de tierra agreste y
solitaria, creyó hallarse ya a salvo y desembarcó en ella, dispuesto a
descansar de la ruda fatiga. Temió por un instante que el poderoso Hércules le
hubiera seguido, pero en cuanto abarcaba la vista no se divisaba una nave, ni
un pájaro siquiera. Así que Gerión respiró satisfecho, y desvanecido su temor,
se dio cuenta de que le acosaba el aguijón del hambre. Entonces saltó de roca
en roca hasta descubrir un nido de aves marinas contra las cuales disparó
certero una flecha de su arco. Y como no tenía fuego con que cocerlas, las
envolvió en la piel de león que cubría sus espaldas y las golpeó con su maza de
piedra hasta ablan-darlas. Después las devoró con ansia.
Mientras comía, espesos nubarrones se
agolparon sobre su cabeza. Se oyó un trueno tan formidable que retumbó la
tierra, y las cataratas del cielo se volcaron de golpe sobre ella. Gerión,
aunque aterrorizado por la tormenta, se moría de sueño. Y buscando el medio de
resguardarse en aquel lugar solitario, desamarró la barca que le había llevado
hasta allí, se la cargó a la espalda, la puso boca abajo sobre la arena de la
playa y, metiéndose debajo de ella, se quedó profundamente dormido.
Toda la noche rugió la tormenta y bramaron
las olas del mar, y chillaron las aves, pero Gerión dormía. Y el cielo se desgarraba
en tan vivos relámpagos que la costa quedaba iluminada como si fuera de día...,
pero Gerión seguía durmiendo.
Y despuntó el alba, y la tempestad fue
decreciendo, y salió por Oriente el sol... Pero Gerión seguía durmiendo.
Y así permanecía durmiendo, cuando apareció
a la vista de la lengua de tierra una pequeña embarcación casi destrozada. De
pie en ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, iba un hombre de ceño
adusto, anchos hombros y elevada estatura. Era Hércules, que había pasado la
noche entera luchando con las olas.
Amarró la barca y saltó a tierra. Al poner
en ella los pies, lanzó un hondo suspiro. Y ya se disponía a echarse a
descansar, cuando vio la barca de Gerión varada boca abajo en la arena. Al principio
pensó que acaso fuera de un pobre pescador que allí se hubiera refugiado y fue
hacia él para pedirle algo de alimento.
Con un solo movimiento de su brazo potente
volvió la barca y vio con tanta sorpresa como enojo que debajo, profundamente
dormido, estaba su enemigo, al que había perseguido durante siete días con sus
noches enfrentándose a tantos peligros. Su primer impulso fue aplastarle la
cabeza con un golpe seco. Pero su nobleza le impedía atacar así a un
combatiente indefenso, por eso prefirió aguardar sentado a que se despertara.
Cuando el sol se alzó en lo alto, Gerión se
despertó y vio ante sí a su enemigo, cuyos ojos lo miraron como carbones
encendidos.
-¡Levántate! -le gritó Hércules con tal
chorro de voz que las peñas temblaron.
Gerión lo hizo con los brazos caídos y la mirada
fija.
-¡Pelea! -le ordenó Hércules al ver que su
enemigo no se preparaba para el combate. Pelea o te mataré aquí mismo.
El combate fue muy duro, pues si Hércules
poseía la fuerza y la superioridad, Gerión tenía a su favor la agilidad y la
astucia. Hasta que finalmente Hércules con un grito blandió su arma teñida con
la sangre de más de mil victorias y de un golpe seco le separó la cabeza del
cuerpo y luego enterró sus despojos. Después, para que los siglos futuros
guardaran recuerdo de su hazaña, levantó sobre aquella peña una torre que lleva
su nombre.
La ciudad de A Coruña luce en su escudo la
imagen de la ¡mponente torre y, a sus pies, una calavera y dos tibias cruzadas.
0.105.3 anonimo (galicia)
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