Corría el año de 1748, cuando un 20 de
noviembre Diego Sainz de Angulo, natural de la villa de Extramiana, se dirigía
a Frías, donde al día siguiente, celebración de la Presentación de
Nuestra Señora, se uniría en matrimonio su hermana Luisa
con un mozo del lugar llamado Sebastián Alonso del Campo. Iba acompañado de Estrella, la burra de la casa, cargada
en sus alforjas con el ajuar de la novia, variadas viandas y, en un separado,
el vestido de novia que había sido de su madre, y antes de su abuela y mucho
antes, de la madre de su abuela.
El día estaba gris, el cielo casi de ceniza
iba desprendiendo una especie de bruma densa y fría, desafiante para los dos
viajeros. Habían salido después de comer, pero el caminar se estaba haciendo
especialmente duro, pues había empezado a llover y no cesaba.
Como el camino se llenaba de barro, Diego
pensó en atajar un trecho. Tiraba de la burra con fuerza porque era necesario
llegar esa misma tarde, y es que, al día siguiente, habría que almidonar y
planchar el vestido. Todo estaría preparado en casa de sus familiares de Frías,
y su hermana, sin duda, le esperaría con impaciencia. Pero la lluvia arreciaba
y además casi se había hecho de noche.
Diego, empapado y sin apenas poder ver,
tropezó con una piedra y cayó. Rápidamente se agarró un pie con las dos manos
al sentir que se lo había dislocado. El dolor era tan intenso que pensó que se
habría roto el hueso. Apenas podía andar, pero era imposible pararse bajo
aquella lluvia. Con gran dificultad siguió caminando, sabía que muy cerca de
allí, en Santocildes, había una cueva. Tendría que dirigirse a ella para
guarecerse.
Por fin llegaron a la cueva. La Estrella ,
como entendiendo la situación, siguió al mozo y se aposentó al fondo a pesar de
su carga. La pierna de Diego estaba muy hinchada, la notaba caliente, febril,
pero sobre todo le molestaba aquel dolor tan fuerte. El hombre no sabía qué
hacer, le estaban esperando en el pueblo y no podía caminar, tampoco podía
avisar a nadie. Así que no le quedaba otra opción que pasar la noche en la
cueva.
Se acordó de la Estrella ,
le retiró las alforjas y de ellas sacó unas ropas que le sirvieron de abrigo.
No podía dormir porque el frío y la preocupación le tenían atenazado. Si pensaba
en llegar pronto a Frías, ¿quién le podría ayudar en aquel trance? Solamente se
lo podía pedir a la Virgen.
Se puso a rezar: ¡Señora misericordiosa, tú que todo lo
puedes, te ruego con toda la devoción que sanes mi pierna! ¡A cambio pídeme lo
que quieras, pues lo que me pidas cumpliré!
Luego se incorporó y, mirando a la Estrella ,
fue a acariciarla. Fue entonces cuando se dio cuenta de que podía andar sin
dolor. Miró su pierna y vio que no estaba inflamada, que era tan normal como la
otra. El sueño de la promesa se había convertido en realidad y a las pocas
horas su hermana pudo planchar y almidonar su vestido.
¡Por cierto!, tanto las hijas de su hermana Luisa , como las suyas propias se fueron casando con
el vestido que había sido de su madre y antes, de su abuela, y mucho antes, de
la madre de su abuela.
058. anonimo (castilla y leon)
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